Hiperrealismo divergente - Marian Muñoz

                                            artista femenina trabaja en pintura al óleo abstracta, pincel en movimiento enérgicamente crea obra maestra moderna. dark creative studio donde large canvas se encuentra en easel illuminated. primer plano de ángulo bajo - galeria de arte fotografías e imágenes de stock

 

 

 

Mientras esperaba que apareciera la maleta en la cinta transportadora del aeropuerto consulté el móvil pudiendo ver una llamada perdida de número desconocido. No le di importancia, seguramente alguien se habría equivocado. Al salir al exterior del recinto para coger un taxi sonó el teléfono, el mismo número desconocido volvía a llamar, respondí y mejor no haberlo hecho porque un agente de la policía judicial quería hablar conmigo sobre la aparición de un cuadro.

Volvía cansada después de haber pasado cinco días peritando obras de arte en un palacete de Lugano, siempre recelo cuando alguien del extranjero decide asegurar sus bienes en nuestra empresa, me induce a creer que piensan que nos pueden engañar fácilmente, sea como fuere, mi labor es tasar correctamente los bienes asegurados, sobre todo arte, y el informe que iba a confeccionar tras mi visita iba a dar mucho que hablar en la empresa.

A pesar del cansancio acumulado y las ganas de redactar el informe para tomarme unos días de descanso no fue disculpa para el policía que insistió en verme esa misma tarde, mejor en su oficina donde debía prestar declaración sobre el hallazgo de un cuadro. Me presenté puntual como es mi costumbre, tras saludos y presentaciones me enseñó una fotografía, “del cuadro” que tuvo mucho que ver en que ejerciera mi actual trabajo. Mi rostro denotó cierto desasosiego que pretendí disimular preguntando donde lo habían encontrado y cuál era el motivo de la investigación. Haberlo hallado en la caja fuerte de una antigua galería de arte, supuestamente abandonado, inducía a sospechar que había sido robado o sustraído y por tanto escondido en dicha ubicación. Recurrían a mí como directora de la galería en sus inicios, puesto que los posteriores encargados nunca lo habían visto ni eran conocedores de su existencia.

Al no entender porque no pedían explicaciones a su propietario, la respuesta me entristeció, debido a un accidente de coche llevaba en coma tres meses y su mujer al necesitar liquidez había vendido la galería de arte. Los nuevos propietarios al hacer reformas se toparon con una caja fuerte bien escondida y en su interior apareció un único cuadro, suponiendo que el mismo sería de gran valor avisaron a la Policía Judicial por delitos contra el patrimonio.

Viendo que no tenía escapatoria y que las sospechas podían ser de carácter doloso, me avine a contar todo lo que sabía no sin antes pedir que todas las personas involucradas en la investigación estuvieran presentes en mi declaración porque no quería que posteriormente mis palabras fuesen trastocadas o tomadas por un sentido distinto al dado por mí.

Era el mes de diciembre, antes de las fiestas navideñas cuando vi en el periódico la oferta de trabajo en una galería de arte, tenía experiencia de veranos anteriores en que había estado de prácticas en una. Sólo me faltaban por sacar dos asignaturas de la carrera que seguramente haría en enero, así que mandé mi curriculum y me presenté a la entrevista. No mentí en ningún momento y para cuando me llamaron en marzo ya estaba en posesión del título que me permitía ejercer el cargo de directora. Raúl Armengol era por aquel entonces un personaje en el mundillo del arte, su trabajo en el museo y las frecuentes exposiciones que organizaba le daban cierta notoriedad. Era un apasionado y decidió abrir una galería para dar opción a tantos artistas sin mecenas que tenían dificultad para exponer sus obras. El local era bastante amplio, pero como inicio sólo utilizamos un tercio del mismo hasta ver si lográbamos el éxito soñado. La galería de arte Armengol tomó impulso e hizo de trampolín a muchos desconocidos, el equipo lo formábamos tan sólo cuatro personas, Raúl, mi ayudante Fernando Helguera amigo y compañero de carrera, Araceli Santos la limpiadora, una buena profesional que empleaba productos respetuosos con las obras de arte utilizando sistemas inocuos de aireación, y yo.

Durante dos años de éxito aguantamos con aquel espacio reducido, pero hubo un momento en que fue conveniente ampliar y adaptamos toda la planta baja y la entreplanta para exponer con mayor amplitud y lucir mejor las obras que exponíamos. En la época de la reforma Raúl y yo nos relacionábamos tanto y al ver que nos compenetrábamos en el proyecto iniciamos una relación sentimental que duró cinco años. Durante ese tiempo la galería siguió cosechando éxitos, un ochenta por ciento de las obras expuestas se vendían, la idea era que las familias de clase media tuvieran en su hogar una obra de arte original, por ello los precios debían ser asequibles, esa era una de las premisas. En aquel tiempo solíamos hacer una vez al año una exposición gratuita de artistas noveles, durante dos o tres semanas exponíamos una única obra de autores desconocidos al gran público, a los visitantes se les facilitaba una hoja donde exponían cual era su obra favorita y cuál era el precio que pretendían pagar por ella, siempre que no fuera por debajo de cien euros. Durante dos días llegaban las obras perfectamente embaladas para que nadie pudiera verlas antes de su muestra. Debían estar sin firmar y detrás de las mismas o en un lateral un sobre cerrado con los datos de su autor y un número de teléfono para contactar, a la venta pasaría el artista para firmarlo delante del comprador. Aquel año tuvimos treinta y cinco cuadros y dos estatuas, todo un éxito.

Mientras Fernando embalaba y repartía las obras de la última exposición, fui abriendo y registrando en la base de datos una por una las recién llegadas. Cuando descubrí la última, justo la que acaban de encontrar, no tenía sobre ni ninguna referencia de su autoría. Pensando que quizás al abrir el embalaje podía haber caído o volado rebusqué por todas partes y no encontré nada, aún así la registré como anónimo y le di un número igual que a todas. En ese instante llegó Raúl que fue primero a echar un ojo a las que ya estaban colgadas y al acercarse le mostré el cuadro comentándole que venía sin datos de su autor. Al verla se quedó fijamente mirándola y poco a poco fue poniéndose cada vez más pálido, era como si hubiera visto un fantasma, lo posé sobre el mostrador y me acerqué a él porque temía se fuera a desmayar. Enseguida recuperó el color y cogiendo el cuadro se lo llevó diciendo que él iba a encontrar a su dueño.

Estuvimos durante dos días preparando la exposición y en uno de los descansos me mostró en el móvil como había colgado una foto del cuadro en la que se veía exclusivamente un tercio de la parte superior y gratificaba a quien pudiera darle información sobre su autoría, la recompensa eran doscientos cincuenta euros. El revuelo mediático fue colosal, circulaba por todas las redes sociales y también por la televisión debido a la gran repercusión de la noticia. Por aquellos días si bien seguíamos saliendo juntos él demostraba un gran nerviosismo, continuamente le llegaban al móvil mensajes de personas que decían ser los autores y al ser preguntados por el resto de la imagen desconocían como era. Empecé a sospechar que estaba obsesionado por el tema, para mí no tenía mayor relevancia, ni siquiera era digno de atención, pero algo especial debía poseer para Raúl. El cuadro no se colgó en la galería, la exposición tuvo éxito como siempre todas las obras se vendieron y nadie preguntó por el dichoso cuadro.

Estábamos preparando ya la siguiente exposición cuando llegó Raúl con “el cuadro”, no había logrado contactar con su autor y decidió que lo mejor era dejarlo en la caja fuerte que habíamos instalado para guardar por las noches artículos valiosos que tuviéramos expuestos. Parecía que la obsesión se había apaciguado así que le pregunté el motivo por el que era tan importante para él y me contó una historia.

De niño había vivido una situación muy triste, su padre trabajaba en una plataforma petrolífera en el mar del norte estando bastante ausente de su vida. Un buen día su madre le anuncia que había muerto y ya no volvería a verlo. No hubo funeral ni entierro, pero ella se volvió una persona triste y taciturna, tenía ocho años y dos semanas antes de terminar el colegio marcharon al pueblo a casa de un tío. Ninguno de los adultos le hacía mucho caso y los chavales del lugar aún estaban en clase, por lo que pasaba las mañanas sólo y dando vueltas por el lugar mirándolo todo y observando. Tenía prohibido ir más allá de la torre del reloj, pero un día sin darse cuenta continuó camino llegando a una tapia blanca muy alta y larga.

Parecía que su paseo se cortaba allí y no comprendía el porqué de la restricción, hasta que se percató de un hombre pintando delante del muro, su cuerpo parecía cansado y su rostro estaba tapado por un gran foulard al cuello y un sombrero de paja con ala ancha, delante tenía un caballete en el que con pinceladas representaba un mar visto desde un acantilado. El hombre miraba al muro antes de cada pincelada, aquel gesto le intrigó porque la pared era blanca y no se veía nada a través de ella. Al preguntarle respondió que el muro no le impedía ver lo que había detrás.

No le dio más importancia y cuando las clases terminaron comenzó a divertirse con otros niños, cuanto mejor se lo pasaba peor se encontraba su madre. Un día regresó para ver el muro con sus nuevos amigos, y en el mismo lugar seguía el artista, todos observaron con detenimiento su obra, siendo Raúl el único en alabarla, suponiendo que ese fue el motivo para que al día siguiente encontrara el cuadro a la puerta de casa. Eufórico lo cogió, era muy bonito, colocándolo delante de la chimenea del salón pero al verlo su madre se puso histérica y con un cuchillo empezó a rasgarlo destruyéndolo. Se enfadó mucho y a partir de ese día no volvió a hablar con ella, la rehuía, continuando así hasta que apareció nuevamente el cuadro años más tarde. Era el mismo cuadro, idéntico, este que están viendo, le hizo una foto y acercándose a casa de su madre preguntó por el significado del mismo.

Se llevó una sorpresa al explicarle que su padre no había fallecido, sino que era su autor y su desaparición se debió a un grave accidente en la plataforma, había quedado horriblemente desfigurado, escondiéndose en el mismo pueblo donde se habían conocido, el de su tío donde ella veraneaba de joven. Dándose cuenta que aquel pintor era su padre se volvió loco buscándolo, ofreció una recompensa e incluso acudió a un detective privado por ver si podía localizarlo, cosa que hizo, pero por desgracia esta vez sí estaba muerto, el envío fue su última voluntad realizada por su médico. Pasó noche tras noche sin pegar ojo, digamos que empezó a perder el norte y nuestra relación se deterioró tanto que lo dejamos.

Pude comprobar por los periódicos que se había recuperado y continuó con la galería y sus negocios, supongo que comprendió que su padre si bien le quería intentó ahorrarle un desagradable trauma, no obstante, le había dejado un legado inquietante.

Su progenitor no sólo era buen pintor, sino que había perfeccionado una técnica increíblemente desconcertante. Están viendo el cuadro en esta postura y todos los elementos del mismo tienen sentido, la playa, las olas, los niños jugando, el cielo, pero si lo ponen cabeza abajo, siguen observando el mismo paisaje y a los mismos personajes, como si no lo hubiéramos movido. En todos mis años de profesión no he conocido a ningún artista que alcanzara dicha técnica llamada Hiperrealismo Divergente.




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Pasados y presentes - Esperanza Tirado

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Su padre es un tal José Luis, me cuenta en mi despacho del registro una anciana venerable, vestida de negro. Quiero ayudar a encontrar e identificar a cuantos más desaparecidos mejor. Pero con ese dato es como buscar una aguja en un pajar gigantesco. Le pregunto si recuerda el nombre de la calle, cuántos hermanos eran… Pero nada. Su padre se llama José Luis, el Pepillo le dicen, es hombre del campo y su madre es la María, la sastra. Y de ahí no salimos, estancados en un pasado eterno que para ella sigue presente.

 

 

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Cerrando el círculo - Marga Pérez

 

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Cuando la vio sintió lo que hacía años pensaba que ya no podría sentir. Fue amor a primera vista. No se lo creía. Pensar que ya se iba de la ciudad… No quería vivir allí. No lo querían. Lo tenía claro. Lo echaban de todos los sitios sin contemplaciones. La calle era su casa y no encontraba a nadie que lo entendiese, que se parase un segundo, que le hablase. Pero aquí sí. Cruzó la calle sin mirar si venía algún coche. Su instinto le apuntaba que a aquellas horas podía hacerlo sin peligro. La rotonda era inmensa y ante él un bosque de frondosos árboles le daba la bienvenida. Recorrió con detenimiento el espacio y escogió con entusiasmo el lugar de su vivienda. Justo en el centro. ¡Era ideal! Una isla desierta. Aislada del trasiego humano, del ruido , de la indiferencia... Allí no molestaba a nadie. La vegetación lo protegería de la mirada de los curiosos… Supo dónde encontrar cartones para pasar esa primera noche y arrullado por el dulce siseo de las hojas y la brisa durmió a pierna suelta. Durmió como hacía mucho que no dormía.

El primer día lo pasó tumbado bajo el árbol que lo cobijara. Se sentía de vacaciones, en el pueblo de su infancia. La tranquilidad, el olor a campo, el silencio, la paz, lo trasladaron a otra época más feliz. No se sentía en una ciudad. Nadie pasaba ante el mirando para otro lado… era el paraíso. Estaba en casa.

Cuando anocheció salió del refugio para recorrer los contenedores de la zona. Solía ver cosas interesantes que no cogía porque no tenía a dónde llevarlas . Ahora era distinto, tenía una casa que acondicionar.

Cuando encontró un televisor supo que las noches de expedición habían terminado. Dio por terminada la búsqueda. Aquel aparato era la guinda del pastel. Sobre unas cajas de fruta embellecía el espacio y le daba un toque de hogar, de normalidad. Cada día se sentaba frente a la tele y no apartaba la vista de la pantalla, no veía nada, no había dónde enchufarla pero no le importaba, ejercía sobre él el mismo poder de atracción que si estuviera encendida… Y así pasaba los días. Los gorriones con su chip, chip, revoloteaban sin que el pudiese desviar su mirada del aparato, sólo el olor dulzón a tabaco de pipa hizo que girase la cabeza y lo viese. Era su padre. Estaba sentado a su lado y veía la tele mientras fumaba. Él lo acompañó encendiendo la suya. Siempre habían compartido esta costumbre. Les gustaba hacerlo juntos. No hablaban. Sólo miraban la tele y fumaban su pipa.

El olor del tabaco debió de atraer a una serpiente que, sigilosa, se introdujo entre ambos. Ya estaba sentada a su lado cuando él se dio cuenta. Qué guapa es, pensaba, mientras la miraba embobado sin poder decir nada. Tan joven como en aquella foto que siempre le acompaña… Ya no había tele, sólo ella. ¡Qué bien huele! … Se acercó, la acarició con dulzura, le dio un beso de buenas noches y se metió en la cama. Mañana es día de colegio, hay que madrugar… Las sábanas huelen a limpio y a tabaco de pipa. No le importa. Es agradable tener cerca a los suyos .

El frío le despierta y ve sobre los árboles, amenazantes, densas nubes negras a punto de soltar el agua que las inflama. La negrura está sobre su cabeza, el silencio lo llena todo, sólo el latido del bosque resuena en su interior. Sabe que debe irse y no se resiste. Sin mirar atrás, abandona su casa. Muy a lo lejos va quedando el ruido de la ciudad, tan ajena, como siempre, al sigilo del misterio.

 

 

 

 

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Hakuna Matata - Marian Muñoz

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Cerca de casa hay un pequeño bosque por el que suelo pasear. El ayuntamiento acondicionó varios caminos y puentes para bordear o cruzar el pequeño río Raíces, ya que según la época suele estar escaso de agua o pletórico de caudal por el que navegan patos a sus anchas. Si bien voy sola en cuanto piso la calle siempre hay alguna vecina que, llevando la misma intención que yo, me acompaña en la caminata, siendo más entretenido si vas de cháchara con alguien, aunque sea una conversación insustancial.

A Edu no le gusta, dice que es muy aburrido y no me acompaña, pero lo he tomado como una costumbre y sin mi caminata diaria no podría dormir. Suelo ir por las mañanas porque no hay ninguna farola en todo el recorrido, supongo que para preservar lo genuino del bosque, pero anteayer me lié cocinando y salí de tarde tras una pequeña siesta. Aún se veía el sol en el firmamento y extrañamente no encontré compañía en el circuito. No me importó porque estoy capacitada para entretenerme yo solita, bueno cualquiera lo estaría si conviviera con Edu.

El paseo discurrió como siempre hasta que llegué a la zona más frondosa del bosque, la luz malamente se colaba entre las copas de los árboles, pero la gravilla me indicaba por donde seguir. Iba distraída observando mi entorno cuando noto un bulto delante de mí. Al acercarme veo asustada que se trata de un Pumba y dos Pumbitos, el susto me paralizó, no sabía qué hacer, recordaba haber leído que en caso de tropezar con uno era mejor no hacer movimientos bruscos para que no se asustaran y atacaran, así que intenté hacerme lo más invisible posible y que se marcharan.

No lo hacían, había algo en el suelo que les atraía y lo comían, pensé en retroceder poco a poco, pero la salida estaba muy cerca y si retrocedía era retrasar más mi huida, sin pensarlo mucho cogí el móvil entre las dos manos y alzándolo al cielo grité “Nant ingoyaaaaaa ma bagithi baba” igual que había visto hacer en el musical del Rey León al que hacía poco había acudido con mis nietos.

Cuando volví a mirarles me observaban, ahora eran cinco adultos Pumba y unos seis Pumbitos, ¡qué agobio! Si corría iba a ser mucho peor a pesar de entrever detrás de ellos las luces encendidas de las farolas de la calle. Respiré profundamente sopesando cómo resolver el asunto ¡cómo no se me había ocurrido antes! si es que soy un genio.

Hakuna matata, vive y deja vivir

Hakuna matata, vive y sé feliz

Ningún problema debe hacerte sufrir

Lo más fácil es saber decir

Hakuna matata

Recordé que había sido Pumba quien lo cantaba en el musical, y como por arte de magia, los animales se movieron alejándose del camino e internándose en el bosque permitiéndome continuar sin problema, aunque muerta de miedo.

Desde ese día en mi cabeza suena continuamente la canción y desconozco el motivo, pero me siento mucho mejor, así que os lo recomiendo: “Hakuna matata”.


 

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Morir antes de morir - Esperanza Tirado

                                        Búscame en el ciclo de la vida: 2709. Aquí no llora nadie

 


Los siguientes serían los niños. Al partir, un mar de lágrimas inundó a sus madres en los muelles del puerto. Muchas desaparecieron, ahogadas en el momento en que los barcos zarparon hacia puertos más seguros, lejos de las bombas. Las madres supervivientes, que lograron flotar entre las lágrimas, dejaron de vivir, esperando noticias de un hijo enviado lejos. a salvo de una bomba que quizá hiciese explotar sus corazones.

 



 

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Salir por pies - Esperanza Tirado

                                                   Sucio, Viejo, Zapatillas, Pies, Pie

 

 

Al nuevo inquilino de la puerta de enfrente le encuentro algo sospechoso. O seré yo y mi manía de examinar hasta el mínimo detalle los zapatos de todo con el que me cruzo. Hace dos meses que vive aquí y aún no se ha cambiado el calzado. Lleva unas zapatillas de corredor, de color fosforito, la mar de llamativas. Me gustan. A él, desde luego, también. Lo que no le gusta tanto son las notas de desahucio que salen de su buzón y aparecen como confeti en el descansillo entre los felpudos. Será por eso que no se las quita.

 

 

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¡Maldito vaso! - Marian Muñoz

                                      Vidrio roto taza 001 - Foto de stock de Roto libre de derechos

 

No lo vi, le juro que no lo vi, pero por favor deme algo fuerte porque me duele muchísimo y no me aguanto – le dije mientras veía en su boca una mini sonrisa perversa que translucía una falta total de empatía.

Daba igual que fuesen las cinco de la madrugada, sólo quería que aquel dolor parase y meterme en la cama. Parecía un sueño, un terrible y mal sueño sin sospechar aún de los problemas que acarrearía aquel accidentado tropezón.

Me levanté como hago muchas veces a beber un poco de agua, pero al entrar en la cocina mi pie pisó algo tan doloroso que caí y me desmayé porque cuando conseguí abrir los ojos estaba empapado en un líquido mal oliente que parecía ser mi orina, sí me había meado encima cuando lo único que ansiaba era un poco de agua.

A pesar del intenso dolor pude vislumbrar gracias a la luz de las farolas que debajo de la mesa de la cocina había cristales, seguramente un vaso roto, y me los había clavado en la planta del pie causándome el desmayo. No entendía lo que ese vaso hacía en el suelo, no recordaba que se me hubiera caído y tampoco haberlo dejado encima de la mesa, pero era evidente que mi pie descalzo lo había pisado.

Como pude y a pata coja conseguí llegar al dormitorio, me cambié de ropa, cogí móvil y cartera después de llamar a un taxi para llevarme a urgencias. Casualmente mi hermana Cristina en su última visita se había dejado las muletas en mi paragüero. Al taxista no le hizo mucha gracia la herida de mi pie porque aún sangraba, pero no podía taparlo ya que corría el riesgo de clavar aún más los cristales en la carne, suponiendo un mayor grado de dolor que superaría con creces mi umbral del mismo. Lo sentía por él, como así se lo dije, procuré no manchar nada más que la alfombrilla para que fuese fácil la limpieza y con un gesto de alivio para ambos, me dejó en la puerta del hospital.

Los celadores andaban un poco adormilados porque a pesar de verme con muletas, no teniendo idea de cómo manejarlas, ni siquiera buscaron una silla de ruedas para aliviar mi incapacidad momentánea. El médico tampoco estaba muy espabilado porque no hacía más que mirar de izquierda a derecha mi pie sin hacer nada. Claro que luego comprobé que estaba en prácticas y no debía más que mirar hasta la llegada del titular, un tipo estirado y repeinado que con aire indulgente comenzó a preguntarme lo que había pasado.

No usó anestesia para mí ni para el pie por lo que al intenso dolor de sacarme los cristales volví a desmayarme, menos mal que había vaciado ya la vejiga. El despertar no fue mejor que en casa porque el dolor seguía siendo insufrible, por más que le pedía algún calmante o sedante o lo que fuera, me daba igual, así no podía continuar porque me volvería loco. Insistí, insistí e insistí, por fin me inyectó un calmante que me dejó tan mareado que no podía sostenerme en pie y tuve que pasar la noche en un box, rodeado de pitidos, quejidos de otros pacientes y doliéndome todo el cuerpo menos el pie, ¡menos mal!, por la dureza de la camilla.

Unas horas más tarde consiguieron que una ambulancia me llevara a casa, como pude llamé a Paco el vecino de abajo que es fisioterapeuta y gracias a él conseguí hacerme las curas y recuperar unas semanas después la movilidad completa del pie. No conseguí saber qué pintaba el vaso roto debajo de la mesa porque no tengo ni perro ni gato, y tampoco comparto la vivienda con nadie, por dicha razón me quedé preocupado por si soy sonámbulo y nunca me había percatado.

Por si acaso he cambiado los vasos por unos de plástico hasta que arregle mi desorden nocturno, si es que lo tengo.







 

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