La máquina de borrar recuerdos - Gloria Losada



Mar tocó fondo el día que mandó a Ricardo a la mierda. En realidad no lo mandó por voluntad propia, sino porque se hartó de vivir una relación sin sentido y porque, además, sabía que era lo que él deseaba desde hacía tiempo, acabar con aquello y seguir su vida tranquila y feliz al lado de su mujercita. Desde entonces Mar no era Mar, era solo un reflejo de sí misma. Únicamente conseguía distraerla un poco el trabajo y como solo trabajaba por las mañanas se pasaba las tardes viviendo de recuerdos. Yo iba a verla con bastante frecuencia y siempre me la encontraba de la misma guisa, sentada en el sofá, abrazada a un cojín, llorando y mirado con insistencia el cuadro horrible que presidía una de las paredes y que Ricardo le había regalado haciendo gala, desde mi punto de vista, de una total falta de gusto. Una especie de árbol seco, negro, del que parecían colgar dos ahorcados, sobre un fondo naranja y rojo que lastimaba la vista… para mí era horrible, para Mar era el único regalo que él le había hecho y al que se aferraba con tozuda estupidez para recordar a quién no se merecía.

Conocí a Mar en mis años de instituto. Era una chica un poco tímida, tal vez algo seria al principio, aunque cuando uno se adentraba en su interior se encontraba con una persona noble, cariñosa y muy divertida. A su lado era imposible no esbozar al menos una sonrisa. Pero tenía muy mala suerte en el amor, chico que le gustaba, chico que no le hacía caso o que la dejaba plantada enseguida. Con el tiempo conocería a Fernando, con el que terminó casándose, aunque al cabo de los años el matrimonio fracasó. Yo creo que Mar estaba un poco obsesionada por no quedarse sola, tenía un miedo atroz a la soledad y se aferraba al primero que le comía un poco la oreja. Después de divorciarse de su marido llegó a entender que no es necesario tener un hombre al lado para vivir plenamente y fue entonces cuando la vi realmente feliz. Y fue cuando conoció a Ricardo, la primera vez que la vi realmente enamorada. Se conocieron por internet, a través de una aplicación en la que ambos publicaban relatos (a Mar siempre le había gustado mucho la literatura y escribir era su pasión). Meses más tarde se conocieron personalmente e iniciaron su relación, una relación harto complicada pues Ricardo no solo vivía relativamente lejos, sino que tenía pareja oficial, y a la que, a pesar de decirle por activa y por pasiva a mi amiga que la quería, no pensaba dejar. Pero Mar pensaba que con el tiempo la balanza se inclinaría a su favor. No fue así. Es lo que pasa cuando se tienen tratos con un cobarde, por llamarle algo decente.

A los seis meses comencé a preocuparme. Mar necesitaba ayuda urgente. Por más que todos sus amigos intentábamos ayudarla no era capaz de quitarse a Ricardo ni de la cabeza ni del corazón. Logré convencerla de que debía acudir a un psicólogo y comenzó las sesiones, pero desgraciadamente no parecían servirle de mucho, es más, el llanto arreció y ya no se conformaba con mirar el cuadro, lo descolgaba y se ponía acariciarlo cual si fuera el mismo Ricardo. Hasta aquel día en que pensé que se la había ido la olla del todo.

Me llamo por teléfono y me pidió que fuera inmediatamente a su casa, que tenía algo que contarme. La noté sumamente agitada, así que para allí fui. Efectivamente sumamente agitada me la encontré, extrañamente pletórica. Sonreía por primera vez en mucho tiempo y lo primero que me soltó en cuanto entré en su casa, fue que por fin había encontrado la solución a su problema. Me contó que hacía apenas una hora, al regresar de la consulta del psicólogo había pasado por delante de una tienda dedicada a productos de magia y esoterismo, en cuyo escaparate rezaba la leyenda, “si quieres olvidar, entra”. Al entrar, la dueña, una mujer de melena larguísima color ceniza y ojos verde esmeralda, le había dicho que si quería olvidar había dado con el lugar adecuado, que se trataba de un sistema nuevo, muy efectivo y de total confianza. Le había dado cita para el día siguiente y me pidió que la acompañara, puesto que le habían dicho que seguramente saldría un poco aturdida. Le pregunté si estaba bromeando y se le borró la sonrisa.

-Lo sabía – repuso – sabía que no me creerías, que te parecería una tontería. Pero ¿sabes qué? Es lo que me queda. O eso o tirarme de un puente. Y a pesar de lo mal que lo estoy pasando me gustaría seguir viviendo. No te preocupes, me buscaré a otra persona que me acompañe o iré yo sola.

Creo que en ese preciso momento fui verdaderamente consciente de lo mucho que estaba sufriendo, odié a Ricardo como jamás he odiado a nadie más en mi vida y después de pedirle perdón le dije a mi amiga que sí, que yo iría con ella a borrar sus recuerdos.

Fue muy sencillo. La mujer de melena larguísima y ojos esmeralda le puso una especie de casco en la cabeza conectado a una pantalla y le dijo que pensara constantemente en Ricardo, que ella misma sería consciente de cuándo le había olvidado. Mientras Mar pensaba en aquel imbécil, la señora manejaba un teclado. Al principio pulsaba aquí y allá, luego dejó que todo fluyera. En momento dado me miró y me dijo.

-Ya sé que tú eres una escéptica. Pero cuando se le pase el aturdimiento háblale de ese muchacho y ya verás lo que pasa.

Al cabo de una hora se terminó el proceso. Al principio Mar estaba como ida, pero durante el trayecto se fue recuperando y cuando llegamos a casa era la de siempre, y cuando digo la de siempre me refiero a la de antes de que Ricardo la mandara a tomar viento.

Lo primero que hizo fue descolgar el cuadro de la pared del salón.

-Pero ¿cómo puedo tener esta mierda aquí? – dijo -- ¡Qué horror!

Le dije que siempre le había gustado mucho, que se le había regalado Ricardo.

-¿Quién es ese? – me preguntó mientras hacía añicos el cuadro y lo tiraba a la basura.

Le dije, le conté, le comenté mil cosas sobre su relación con Ricardo y efectivamente, o muy bien fingía, o no recordaba absolutamente nada. Problema solucionado.

Hace unos días apareció Ricardo. La mujer lo dejó y se ha vuelto a acordar de Mar, el muy ladino. Se hizo el encontradizo con ella mientras estábamos juntas tomando un café en una terraza. Cuando lo vi me eché a temblar. Nos saludó muy gentil. Después a mí me ignoró y se dirigió a ella, qué alegría volver a verte, cómo estás y esas cosas. Flipe al ver que ella le contestaba con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando se fue me preguntó que quién era ese. Le dije que Ricardo.

-¿El del cuadro? ¿Y yo estuve enamorada de eso? ¡Qué horror!

Creo que le voy a hacer propaganda a la máquina de olvidar, aunque la mujer me pidió que fuera discreta. Esto de que vuelva cuerda a la gente es una maravilla. Y a lo mejor todavía estamos a tiempo de salvar el mundo.

 

 

 

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