¿Tu cucharilla vuela? - Dori Terán

                                        Resultado de imagen de mujer con papeles en la cafeteria

 

 

La cucharilla de café cayó al suelo y rebotando en la baldosa fue a parar a los pies del cliente de la mesa de al lado. Sandra quiso inútilmente detenerla cuando iba por el aire. Como mujer muy competente, en el plano de su actividad solía desarrollar más de una tarea a la vez. Eso de hacer las cosas de una en una simplemente, se lo dejaba a la inutilidad masculina. Echarse un café al cuerpo antes de entrar en el Banco la llevaba cada mañana a la cafetería Cielo Azul y en la mesa del rincón del fondo apartaba las flores que ornaban y desplegaba papeles y documentos de su carpeta con el afán de ir adelantando labor. Muchos días, más de uno de los papeles quedaba salpicado con gotitas de café. Y hoy con el calor del asombro puesto en los números rojos de la cuenta de Enrique, mientras revolvía apresurada el azúcar en la taza, la cucharilla voló imparable cuando la soltó bruscamente sobre la mesa. El otoño vestía la ciudad de un olor y sabor ventoso y húmedo. Seguramente quedaba poco tiempo de la caricia de ese sol pálido que iba cediendo protagonismo a la belleza de los árboles del parque que lucían sus más preciosos colores mientras regalaban al asfalto una alfombra de hojas. Sandra no lo veía. Tenía los ojos llenos de números, de debe, de haber, de transferencia, de recibos, de créditos…ese era su paisaje. Eficiente para el sistema, para la vida…ajena. Ni siquiera se levantó a buscar la cucharilla, el documento que tenía en sus manos captaba toda su atención y su mente actuaba como una calculadora veloz mientras su cerebro era incapaz de responder a las preguntas que la golpeaban en la cabeza y que invadían todo su ánimo como una pesadilla de incomprensión, de fastidio, de sospecha. Enrique era su marido y se encargaba de la economía de la casa y de las cuentas. Para Sandra suponía un respiro delegar ese cometido aun teniendo que oir las quejas de Enrique que solía recriminarle la misión con su frase favorita-“en casa del herrero cuchillo de palo”. Esta mañana laboral, Sandra decidió liberar a su marido del cometido, ella iba a repasar el balance del último semestre. Seguro que Enrique se lo iba a agradecer, llevaba un tiempo un tanto extraño, callado, taciturno, ni siquiera se quejaba.

Absorta en sus cavilaciones preocupantes ni se apercibió de la presencia de un hombre de pie junto a ella.-“perdón señora, esta cucharilla ha llegado a mis zapatos en un aventurado vuelo desde su mesa”-sonreía socarronamente. Sandra levantó los ojos y se encontró con un atractivo joven y aún desde su despiste manifiesto, la guapura del chico la impresionó.-“lo siento mucho, perdón si le he molestado”-le dijo en un susurro.-“tranquila, no pasa nada” contestó él depositando la cucharilla en el platillo de la taza y volviendo a su mesa. Desde allí cruzaron una mirada que a Sandra se le antojo burlona y una sonrisa afable. Pronto cesó la distracción en Sandra que consultando la hora en el móvil, recogió apresuradamente las hojas extendidas y cruzando la calle entró en sucursal.

La mañana transcurrió con lentitud y entre cliente y cliente y ella volvía a la consulta de la pantalla del ordenador donde nada más llegar a la oficina había abierto la cuenta conjunta que compartía con Enrique. Posaba la mirada una y otra vez, repasaba, analizaba las cifras ingentes de dinero que aparecían como gasto sin un concepto claro del mismo. ¡Enrique tendría que darle muchas explicaciones!. Era jueves y ese era el día de la semana en que tras el cierre horario de la agencia bancaria ella quedaba en el despacho desenvolviendo asuntos bursátiles que requerían prontitud y diligencia. La hora de las explicaciones se atrasaba a la par que la incertidumbre de su entendimiento se sobrecargaba de inquietud y miedo, de vertiginosa intuición de engaño y mentira. Tomó un ligero refrigerio en el Cielo Azul. A las tres de la tarde el ambiente de la cafetería invitaba al celebrar y compartir las muchas viandas apetitosas que debidamente protegidas estaban colocadas en la barra del bar. Apenas probó un sándwich de jamón y queso mientras marcaba en el teléfono el contacto de Enrique. Sin respuesta. Apuró el café con leche que había pedido y de vuelta a la oficina apenas pudo concentrar su atención en el mercado de valores que debía examinar. Estaba descubriendo que hay emociones en la vida que simplemente llenan el espacio total de la existencia y no dejan una sola fisura de entrada para otro sentir. La vida le estaba hablando. La robótica de su alma se rompía en una marejada de sentimientos que le mostraban la esencia humana más allá de los circuitos neuronales, químicos y matemáticos. ¿Es el corazón quién manda lo encerremos como lo encerremos?. Las primeras luces del ocaso vespertino alumbraban la ciudad cuando llegó a casa. Allí estaba Enrique, sentado en el orejero vintage de alegres colores y sujetaba con ambas manos la cabeza inclinada sobre el pecho. La miró y desde la sombra de los ojos culpables habló,-“Sé que has llevado hoy los documentos -suspiró triste y fatigado.- Ya no puedo más, ni puedo ni quiero ocultar lo que siento. Estela y yo…estamos juntos. Hay un nido de amor que va a ser nuestro hogar. He comprado y amueblado la casa a la que me iré con ella. No creo haberte robado nada, en esa cuenta estaba tu dinero pero también el mío.” Y con valentía levantó la cara. El mundo de Sandra giró vertiginosamente…Estela, su mejor amiga. Los partes de Incapacidad Laboral Transitoria empezaron a llegar cada semana al Banco con el nombre de Sandra Rincón Flores. Ya va para dos meses.

Ella se acerca cada mañana al Cielo Azul y pide un café con leche. Frente a su mesa un joven adonis del que ya conoce su nombre, Andrés, la mira, la sonríe, la guiña un ojo esperando que la cucharilla de café caiga al suelo. Y como si tuviera un resorte, la cucharilla otra vez vuela. El la recoge y se la lleva, se sienta a su lado y el destello metálico de la cucharilla alumbra la vida con su alegría y su pena. Sandra ha comenzado a sentir los colores de la naturaleza.


 

 

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