No puede ser - Gloria Losada






La mañana en que comenzó todo no me di cuenta de que la radio despertador había sonado con la misma cantinela que la mañana precedente, la canción de Los Beatles Let it bee, pero cuando fui al baño y vi el paraguas abierto dentro de la bañera me pareció extraño. El día anterior había hecho un sol reluciente, estaba segura de que no lo había usado. Había llovido el otro día más y sí, había dejado el paraguas abierto dentro de la bañera para que se secara, pero a la mañana siguiente lo había recogido, estaba segura. De todos modos quise continuar mi vida sin darle más importancia al asunto, mas cuando abrí la nevera y vi que el jamón york de la semana pasada que estaba comenzando a tomar un sospechoso color verde y que había tirado a la basura sí o sí anoche al ir a cenar seguía allí… entonces me preocupé. Evidentemente ni por asomo pensé que estaba metida en un bucle temporal, eso solo pasa en las películas o en los libros, lo que creí era que se me estaba yendo la cabeza y que mi mente imaginaba que habían ocurrido cosas que en realidad no habían pasado jamás. En resumen, que me estaba volviendo tarumba. Esa sensación se acrecentó a lo largo de la jornada. Todo se repetía. Manolo el carnicero me saludo cuchillo en alto cuando pasé por delante de su negocio, en el trabajo la mesa estaba ocupada con los mismos papeles, me torcí el pie en la acera al llegar a casa, el ascensor estaba estropeado y la vecina cotilla del segundo abrió la puerta justo cuando yo pasaba por delante, de comer tenía una ensaladilla que ya me había comido y en la televisión echaron la misma programación.

A la mañana siguiente, cuando me despertaron Los Beatles, intuí, como así fue, que todo comenzaba de nuevo. Ese día no fui a trabajar, en lugar de ello me dirigí al parque y me senté en un banco a pensar. Tenía que haber algo que yo pudiera hacer, alguna treta para burlar el tiempo, alguien a quién acudir que pudiera socorrerme. Recordé aquella película, “El día de la marmota”, pero no me ayudó en absoluto, porque el protagonista no había hecho nada por salir del bucle, simplemente salió. ¡Qué horror!

Transcurrieron varios días y yo seguía en semejante tesitura. Mi desesperación aumentaba por momentos. Comencé a hacer cosas diferentes en un intento vano por cambiar el tiempo. Un día quedaba con una amiga y faltaba a la cita. Quedaba de nuevo al día siguiente para ver si por un casual me decía algo así como “ayer no viniste”, pero nunca pasaba nada, para el resto de mundo la vida era nueva, solo se repetía para mí.

Una tarde, sentada otra vez en el banco del parque que ya era casi como mi segundo hogar, me dio por llorar desesperadamente. Me importaba un pito llamar la atención. La gente me miraba y me preguntaba si estaba bien, yo seguía llorando sin contestar, hasta que una mujer ya entrada en años se sentó a mi lado, me echó el brazo por los hombros e insistió tanto en saber cuál era el motivo de mi desesperación que se lo terminé contando, aun a sabiendas de que me tomaría por chiflada. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando me respondió tranquilamente, cual si le hubiera contado la cosa más simple:

–Lo mismo me ocurrió a mí hace unos años –dijo–, durante siete semanas estuve viviendo en el mismo día. Vaya mierda. En mi desesperación decidí suicidarme, pero no resultó, al día siguiente desperté en mi cama. Me maté tres veces y como seguía viviendo al final tomé la determinación de disfrutar en vez de morir, así que al cuarto día de ver que en el infierno o en el cielo, no recuerdo, me devolvían a casa, en lugar de suicidarme me follé al vecino del quinto, que estaba casado y tenía cinco hijos, pero a mí me ponía que no veas. Santo remedio, hija, al día siguiente salí del bucle. La vida es así de puta, en cuando se da cuenta de que te empeñas en pasarlo bien, ya se encarga ella de pararte los pies. Pues venga, guapa, a ver si tienes suerte y sales pronto de esta, y si no, ya sabes, a disfrutar.

Se largó la buena mujer por dónde había venido y yo me quedé allí limpiándome las lágrimas y pensando. Fijé la vista en una seta de colores vivos que crecía cerca del banco. Seguro que era venenosa. Podía comérmela y probar el suicidio, pero no me apetecía morirme, además si la cuestión era pasárselo bien, no tenía mucho sentido visitar el otro barrio ni siquiera en viaje de ida y vuelta. Pues a disfrutar se ha dicho.

Salí del parque y me dirigí a una agencia de viajes. Allí le dije a la muchacha que me atendió que deseaba un viaje al lugar más paradisíaco del mundo. Me ofreció varios, más cerca, más lejos, más paradisíaco, menos....al final me decidí por las Bahamas. Eso de estar al sol en una hamaca tomando un cóctel y escuchando las olas me llamaba mucho. Me gasté el sueldo de tres meses en el puto viaje. Después me fui a un restaurante y pedí marisco, mucho marisco y variado. El camarero flipaba, creo que no solo por cómo estaba engordando la cuenta, sino también por todo lo que cabía en mi estómago. En la comida me gasté el dinero que me quedaba. De camino a casa fui cavilando en a quién follarme. No tenía novio, ni siquiera follamigos, y pensando, pensando, el tío que más me ponía era Manolo el carnicero. Me ponía bastante verlo cortar la carne con sus cuchillos afilados y aquella sonrisa que me dedicada cuando me entregaba lo comprado. Claro que tenía mujer y dos hijos, pero total, nadie se iba a enterar, ni siquiera él, y aunque jamás me había dicho nada en plan insinuante sus miradas me decían que yo le gustaba un poco. Así que aquella misma tarde, cuando sabía que la carnicería iba a cerrar, allí me aposté. Manolo estaba recogiendo y me dijo que no eran horas, no de malas maneras ni mucho menos, al contrario, con resignación lo dijo. Yo le respondí que no quería carne, que esta vez se la iba a dar yo. No me anduve con mucho preámbulo, me metí detrás del mostrador y le estampé un beso en los morros que hasta a mí me sorprendió. Al principio se resistió un poco, pero enseguida se abandonó. Lo arrastré a la trastienda y allí echamos un polvo impresionante casi sin mediar palabra. Nunca había sido yo de “aquí te pillo, aquí te mato” pero confieso que fue el mejor polvo de mi vida. Cuando terminamos nos vestimos de prisa y yo me largué como alma que lleva el diablo. Cuando salía por la puerta lo oí preguntarme si nos volveríamos a ver. Sí claro, pensé, con un poco de suerte nos veremos de nuevo cuando te venga a comprar un pollo o unos bistecs.

Aquella noche me acosté esperanzada, con el estómago un poco soliviantado por la comilona y pensando en el viaje que nunca haría y en Manolo. Me despertaron los resultados de la primitiva del día anterior, por fin había salido del bucle, cuánta razón tenía la vieja. Definitivamente pude volver a mi vida normal. Me resigné a no viajar a las Bahamas, puesto que no podía gastarme tanto dinero en un viaje y pisé la carnicería de Manolo con miedo, pero no pasó nada, o eso creía yo, porque de esto ya han transcurrido unos cuantos días y sin embargo ayer fui a comprar unas chuletas y cuando salía Manolo me dijo, “hoy cierro a las ocho” y me guiñó un ojo. Miedo me da. Creo que voy a cambiar de carnicero porque Manolo me gusta pero no puede ser.

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