Mientras hay vida hay esperanza - Marian Muñoz

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El sol se estaba ocultando y la incipiente oscuridad traía un aire fresco que le puso la carne de gallina. Sentada sobre la barandilla del puente observaba absorta los coches circulando por la autovía, eran muchos y muy ruidosos llegando hasta ella el desagradable olor arrojado por los tubos de escape. El resplandor de los faros no permitían discernir quien conducía o si llevaba compañía, ni siquiera los camiones a pesar de su altura. Sus piernas iniciaron un vaivén peligroso ya que la carretera discurría a tres metros bajo sus pies. No lo había planeado pero tirarse era buena forma de acabar con aquella angustia, con aquella congoja, con aquel malestar y todo por su culpa.

Tan concentrada se hallaba observando y escuchando que el ruido no le permitió notar como un perro se había acercado sigilosamente y tumbado a su lado comenzó a gimotear. Al principio no se enteró hasta que su oído percibió un sonido nuevo, girando la cabeza vio un pequeño pastor alemán de ojos tristes que la miraba y gemía débilmente. No quería hacerle caso pero aquella mirada le llegó muy adentro, la conocía muy bien porque era igual a la suya, triste y solitaria. Se dejó llevar por un impulso y bajándose de la barandilla se acercó al animal, rodeó con sus brazos su cuello reconfortándole el calor que desprendía. El chucho no paraba de lamerle la cara, las manos, los fríos brazos fuertemente enlazados como viejos amigos. En medio de aquella simbiosis de seres desdichados apareció tímidamente la dueña de la mascota, no quería interrumpir tan tierno abrazo pero la noche y el frío estaban cayendo a plomo y debían guarecerse pronto o seguro que se mojarían.

-¿Espero que no te haya molestado mi perrita? Le preguntó la mujer.

Sorprendida aunque no asustada pues la presencia del perro le daba seguridad respondió negando con la cabeza y levantándose deshizo el abrazo para dejar que se fuera con su dueña. Ni ella ni el perro dieron un paso para separarse, su compañía era tan grata que fue la mujer quien rompió el momento y decidió tomar las riendas de la situación.

-Hace frío y estas en manga corta ¡toma abrígate con mi chal! ¿Qué te parece tomar un chocolate caliente en mi casa? vivo ahí al lado de donde sale ese humo.

Dudaba si aceptar la invitación pero parecía buena persona y el frío la estaba afectando demasiado. Sus brazos volvieron a quedarse helados ahora que no abrazaba al perro. Pensó que no perdía nada y la siguió, el animal caminaba a su lado dándole seguridad.

La casa estaba justo al comienzo del puente allí no se oía el ruido atronador de la autovía, era pequeña de paredes color mostaza y ventanas blancas rodeada de un pequeño jardín, una chimenea sobresalía en el tejado y el humo comenzaba a disiparse por la poca luz del momento. Al entrar vio una habitación grande con tres ambientes, la cocina, el dormitorio y un pequeño salón, todo estaba a la vista decorado con alegres colores y la cálida temperatura del interior la reconfortó además del olor a bizcocho y chocolate. Se sentaron a la mesa y la mujer le puso delante un tazón humeante, galletas caseras y un trozo de bizcocho. Su cuerpo respondió con un rugido de estomago, llevaba tanto sin comer que era inevitable se quejara. Engulló con fruición y placer mientras la perrita posaba su cabeza sobre su pierna como esperando unas migas.

-¡Perdona, qué maleducada soy no me he presentado! Me llamo Esperanza y la perrita se llama Life.



-Soy Mónica.



-Pareces muy joven, dijo la mujer, ¿Cuántos años tienes?



-Tengo catorce aunque aparento menos porque soy bajita.



-Por la estatura no te preocupes, seguro que el próximo verano pegas un estirón y pasarás a todas tus amigas.

La niña sonrió sin dejar de comer, estaba delicioso y no recordaba la última vez que había probado algo dulce. De pronto recordó la tarta de cumpleaños de su hermano, cumplía seis y tenía coches y balones de colores, aquella imagen la hizo llorar, al principio tímidamente pero debido a la angustia lo hizo desconsoladamente. La mujer la arropó con su chal y la abrazó para tranquilizarla, mientras Life intentaba lamer sus lágrimas. Aquel intenso momento en el que sólo se oía el llanto permitió que tres seres tan distintos se unieran en un cálido abrazo. Tras limpiarse las lágrimas y sonarse la nariz continuó degustando el chocolate aún caliente.

Esperanza no quería forzarla a hablar, era muy tarde para regresar caminando a la ciudad, la invitó a dormir en el cómodo sofá ya que la chimenea caldeaba la estancia permitiendo un sueño reparador. Dudó del ofrecimiento pero el cansancio la obligó a quedarse y total, pensó para sí, sus padres ni se habrían enterado que no estaba en casa. La mujer le quitó los zapatos y arropándola con una manta le dio un beso de buenas noches, Life se tumbó a su lado velando su sueño. Durmió plácidamente como hacía tiempo cuando en casa eran felices. Al despertar la perrita seguía a su lado, olía a pan tostado y algo de fritura, miró para la cocina donde Esperanza preparaba el desayuno. Una vez que comió se sintió tan bien acogida que comenzó a hablar como si le hubieran dado cuerda.

-He matado a mi hermano, dijo.

Esperanza se sorprendió de cómo alguien tan menudo podía hacer algo tan horrible, comprendió que la pequeña intentaba hablar de lo que la atenazaba, del grave problema en el que estaba inmersa, en silencio la escuchó, por fin estaba desahogándose y le iba a sentar bien.

Maté a mi hermano porque no supe pedir por él, sólo quería que todo fuera como antes, mamá haciendo comiditas ricas y cantando zarzuela mientras limpiaba, papá conduciendo su camión y al regresar a casa nos ayudaba con los deberes y la hora del baño, Nico haciendo trastadas y riendo como siempre, con su pelo rubio sus ojos claros y esa sonrisa que conquistaba a todos, siempre alborotando pero no le tenía envidia porque era mi ángel, sólo mío por eso no me importaba que allá donde iba fuera el protagonista. Los domingos íbamos a la montaña, a la playa o a comer con los abuelos y en el coche siempre cantábamos canciones de cuando papá era joven, nos reíamos mucho éramos felices hasta que llamaron a casa del colegio, Nico había tenido un accidente en el recreo, se había dado un golpe en la cabeza con un columpio y estaba en el hospital. Mamá fue corriendo y papá en cuanto pudo, a mi me recogieron los abuelos y estuve con ellos mientras permanecían en el hospital. No me contaban que le pasaba pero sin querer oí una conversación sobre mi hermano, estaba muy grave al haberse hecho una brecha en la cabeza escapándose parte de la masa encefálica, los médicos decían que no sabían si sobreviviría y si lo hacía quedaría como un vegetal.

Durante tres días el tiempo se paró, iba a clase pero estaba ausente como si flotara, el silencio en casa de los abuelos dolía, por las tardes iba con la abuela a la iglesia y nos arrodillábamos para rezar por él, yo no sabía qué pedir, si vivía quedaría como un muñeco de trapo y si moría era algo que no deseaba, sólo quería que todo fuera como antes, todos juntos y felices cantando en casa o en el coche y viendo correr a mi hermano, pero se murió. Una vez terminada la locura de saludar a tantísima gente en el entierro nos quedamos solos, en casa nadie hablaba, siempre con la cabeza baja sin mirarnos. Unos días después empezó lo peor, papá estaba borracho todo el día, mamá tomaba pastillas que la tenían tan atontada que ya ni cantaba ni cocinaba, no hacía falta decirme de quien era la culpa, soy consciente de haber dudado y no rezar lo suficiente para que curara y volviera con nosotros. No tenía ganas de comer, dejé de ir a clase sin que ellos lo supieran, ni se enteraban y me pasaba las horas en la cama, durmiendo y soñando con Nico, en sueños jugamos, reímos y brincamos por el parque sin que nadie nos separe. Aún siendo feliz en sueños cuando despierto estoy muy triste, siempre tengo ganas de llorar y creo que lo mejor para todos es que me muera, tenía que haberme ido yo antes que mi hermano porque seguro que con él mis padres seguirían siendo felices.

Esperanza conocía bien ese sentimiento de congoja, de pesar y angustia por su experiencia durante quince años en el teléfono de la esperanza, había ayudado a unas cuantas personas y ahora jubilada lo hacía en cuanto veía a alguien que estuviera mal. Intentó asear un poco a la niña y con el sol ya calentando ella y Life la acompañaron hasta su casa. Al ir acercándose vio dos coches patrulla en la calle, justo delante del portal de la casa donde iban, al aproximarse uno de los agentes la saludó con amplia sonrisa y acarició la cabeza de la perrita, eran viejos conocidos. Dejó que la niña subiera sola las escaleras y tras una breve charla con el policía sugiriendo avisar a los psicólogos de los servicios sociales porque aquella familia estaba sufriendo mucho y no sabían cómo recuperarse de una perdida tan grande. Despacio igual que llegó volvió para casa con su fiel Life caminando a su vera. No era la primera vez ni la última que alguien intentaba tirarse puente abajo en la autopista, pero su mascota parecía tener un sexto sentido al escaparse y colocarse justo al lado del posible suicida, el resto había que ir improvisando según el perfil de quien lo intentara. En una ocasión le hicieron un homenaje al darle la medalla al mérito humanitario pero ella se la cedió gustosamente a Life quien detectaba y contactaba con las personas que necesitaban ayuda.

Como dice el refrán mientras hay vida (Life) hay esperanza. Todo tiene remedio menos la muerte.

 

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