Hoy hace un mes que todo terminó. No mas bailes, no más carreras a coger el autobús, no más saltos de alegría, ni andar esquivando los charcos a la pata coja, y mucho menos subirme a un árbol por el simple hecho de subir o por recoger higos.
Me dijo, “¿eres atleta profesional?” se respondió así mismo sin dar opción a mi respuesta. “No lo eres, así que podrás llevar una vida más o menos normal”. Así, tan frío, tan distante.
Un médico inspector de seguros de accidentes debe tener el alma forrada de dinero para calentar su corazón. Sé que tiene que haber profesionales en todos los campos, pero me parece una carrera tan asquerosa y ruin la de este señor…
Dentro de un mes tendré el juicio por este accidente que me ha dejado como una anciana de 85 años o peor, teniendo 30. Es inevitable autocompadecerse, aunque sé que con el tiempo estaré mejor de ánimos, ahora mismo no sé si serán meses o años para volver a sonreír como antes lo hacía. Las visitas al hospital de familia o conocidos en el fondo me hacen bien, pero sé que pensaran que soy una antipática y desagradecida porque no pongo buena cara y contesto con despotismo por el gran dolor que siento, no sólo físicamente, también en el alma.
La gente me trae libros que leo por el día. Me paso la mañana leyendo o escribiendo, aunque ya no tengo la misma letra, no es que antes fuese muy bonita, pero ahora es de lo más horrenda.
Mi madre a sus sesenta y ocho años tiene que ocuparse de mi responsabilidades. Llevar a la niña al colegio, recogerla, venir a verme, ¿No es bastante sufrimiento para ella? Sé que con los años me daré cuenta de todo lo que hace por mí, en estos momentos no lo quiero pensar…. Todo porque yo no quiero ver a la gente y que me pregunten cómo estoy.
Hay gente que viene a verme por curiosidad, nunca los sentí amigos y vienen igual preguntándome que como estoy. Me molesta mucho tener que contar que no me voy a recuperar, que han hecho todo lo que estaba en sus manos. No podré andar bien, ni podre dar un abrazo entero a mi hija, ni a nadie.
Siempre me he sentido muy mayor, a pesar de comportarme como una niña. Me siento envejecida por tener la edad que tengo y me siento horriblemente mal cuando me duelen las secuelas del accidente. El doctor que me lleva en el hospital me da pastillas para el dolor y para dormir, porque tengo pesadillas con un coche blanco. Antes de quedarme dormida hablo por un teléfono móvil, el primero que tengo en mi vida. Le doy las buenas noches a mi madre y a mi niña. Luego de hablar con ellas pienso en lo mala hija que soy y en la peor madre, desde luego. Esto son cosas psicológicas, lo sé y no debo hacer caso a esas ideas destructoras.
A veces no me entiendo ni yo misma, cómo me van a entender los demás, sigo dándome lastima. Me animo diciéndome que esto no va a durar toda la vida, me refiero a mi estado de ánimo. Llegará el día que me emocionaré por volver a nadar, aunque ahora lo veo imposible. Volveré a reír, a escribir mejor que ahora. Volveré a cocinar, me las ingeniaré para pelar patatas, imaginándolo no lo veo tan complicado porque ya he conseguido pelar una naranja sobre la bandeja donde me traen la comida. Es cierto que el cítrico dio vueltas por toda la bandeja hasta que conseguí meterle el dedo gordo y poco a poco quité toda la monda. Todo es cuestión de práctica. Llegará el día que alguien se vuelva a enamorar de mí, dure lo que dure, o no, tal vez un día descubra que sola no se esta tan mal.
Mientras tanto el tiempo inexorable irá pasando de puntillas, sin apenas darme cuenta, y cuando menos me lo espere… Mi madre será una anciana, mi hija tendrá la edad que yo ahora tengo y a mí se me habrá evaporado la juventud en un soplo de aire.
Hoy hace un mes que todo terminó. Mis ansias de vivir a toda prisa, mis ganas de comerme el mundo. Sí, hoy hace un mes que me lamento por culpa de un chalado que se cruzó en mi camino saltándose el ceda el paso, destruyendo mi juventud y mi vida para siempre.
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