¡Me ha tocado la lotería! Esa fue la frase con la que desperté hace un año y desde entonces pasaron muchas cosas, por eso un buen día decidí dar todas las tardes un paseo; ni corto, ni largo, lo suficiente como para no dormir la siesta, porque cuando me dormía a esas horas, siempre tenía el mismo sueño y se repetía sin cesar.
Lo extraño es que, al dormirme en la noche y abrir los ojos por la mañana no consigo recordar si he soñado algo, pero en la sobremesa es dormir y verme como el tío gilito, en una montaña de monedas y gritando como una posesa “¡Me ha tocado la lotería!” qué desilusión al comprobar que en la realidad seguía igual de pobre o más porque ese sueño consiguió que mi ansiedad se acentuase. Me percaté de que no dejaba de mirar para las casas de apuestas cada vez que pasaba ante ellas. Por eso paseaba, sólo ese rato que me daría el sueño y me quedaría grogui tirada sobre el sofá mientras tenía la tv de fondo.
Alguna vez probé a dormir sin tv, incluso acostándome en la cama, pero fue peor porque el sueño duraba más y me veía comprando lotería en todos los puestos de mi ciudad, incluso solía ver el número al cual jugaba.
Caí en la tentación de comprarlo y he caído en ella más de una vez, todas las Navidades me he gastado todo mi sueldo en ese número y sí, me tocaba la lotería, pero apenas 200 € que ni recuperaba el poco sueldo de mierda que cobro.
Por eso decidí no seguir durmiendo la siesta. Por eso digo que soñar con dinero no da la felicidad y tienes mucho más que perder.
Me volví una ludópata durmiente y perdí la salud mental.
Ahora voy a terapia todos los jueves, a la hora de la siesta. Me ponen una colchoneta en el suelo, una música zen y me inducen a relajarme. Inevitablemente me quedo dormida y sueño, sí, la hora de la siesta es para soñar, pero han logrado cambiar mis hábitos. Ahora sueño que todos esos chicos de gimnasio, altos, con los músculos pronunciados, depilados y guapos quieren pedirme una cita y el sueño no es ninguna pesadilla, acabo saliendo un día con uno diferente. El caso es que al despertar cuando voy por la calle siento unas enormes ganas de apuntarme a un gimnasio y comprobar si puedo conseguir que se fijen en mi esos tíos buenorros y pasar más allá de la primera cita. Aún soy joven porque uno tiene la edad que siente por dentro y yo por fuera y por dentro soy una mujer de cuarenta, debería decir, de buen ver, pero creo que todos son cortos de vista y de cerebro escaso; pero bueno, a decir verdad yo físicamente soy poco agraciada. Con un tipo bastante desproporcionado. Me compararían con una nadadora y no por mi cuerpo atlético, sino porque soy de las de “nada por delante y nada por detrás. Sinceramente es que ni los viejos babosos me piden cita.
Hace dos días que mi sueño va más allá de la primera cita, acabamos teniendo sexo salvaje sobre un colchón de billetes robados, no sé qué me está pasando, pero he comenzado a observar donde están las cámaras de la sucursal de enfrente y cuento los empleados que trabajan. Observo sus rutinas, pero todo esto lo hago sin dejar de asistir a la terapia, que no quiero perder detalle. Naturalmente yo sólo quiero que llegue el jueves y soñar.
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