Alfombra roja- Esperanza Tirado

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Desfilar por una alfombra roja tras meses de sequía de estrenos era toda una experiencia que había que vivir, una vez en la vida al menos. Elegir estilista para el vestido, peluquero y maquillador para lucir espectacular, complementos especiales, joyas de ensueño… Y hacer dieta tres semanas antes para caber en el modelazo. Ese era su sueño.

La película en la que participaba era una historia que no tenía ni pies ni cabeza, más que en la mente de su autor, que disfrutó y sufrió a partes iguales en el rodaje. Su idea, su historia, su dinero. Su gran sueño en imágenes.

Las discusiones con el director eran la escena más esperada de cada sesión. Mientras tanto, los técnicos fumaban, hacían sudokus o dormían la resaca de la noche anterior para pasar el rato hasta el siguiente cabreo. Los actores principales, estrellas de postín, se encerraban en sus roulottes de lujo y bebían champán rosa a espuertas mientras les daban masajes, algunos se rumoreaba que con final feliz. Y los secundarios compartían bocatas y cervezas de lata en un descampado a la sombra del set.

Ella disfrutó como nunca de la experiencia y del ambiente, cabreos incluidos. Soñando con cambiarse el nombre. Rita, Greta, Ava, Bette, Audrey… todos sonaban mejor que Eduarda López, su nombre real, que posiblemente saliera en letras diminutas en los títulos de crédito.

Una vez terminada, la película se guardó en el cajón de los rodajes olvidados y nunca más se supo. Ni siquiera conservaba el teléfono del director o de los actores protagonistas. Claro, ella era una secundaria que a saber en qué escenas saldría; o no, dependiendo de dónde hubiera caído la tijera del Gran Señor Productor, autor de aquello. Que para eso el dinero era todo suyo. Caprichos de rico en tiempos raros.

Aún así, ella no desperdició su ocasión. En cuanto abrieron los cines tras el periodo obligatorio que a todos nos pareció una vida entera, escogió en la cartelera del periódico. Y se vistió como para ir a los Oscars con sus mejores galas. Y se presentó en los cines del centro comercial de su barrio.

Menudo cuadro, debieron pensar los que iban al Carrefour a llenar los carros con el sueldo del mes ese fin de semana. Todos pasaron una tarde la mar de entretenida gracias a su idea.

Y es que la que siente que es una estrella lo es para siempre y en cualquier ocasión, por mundana que sea. A pesar de las circunstancias y aunque sólo salgas en un lejano segundo plano. El primer escalón siempre es el más complicado y alto de subir. Hasta las divas de Hollywood tuvieron su primera vez.

Qué bien olían las palomitas, qué ganas de una súper CocaCola de medio litro... Lástima de capricho imposible con semejante vestidazo ajustado. Le hubiera reventado las costuras y el diseñador le hubiera cobrado un pico.

Ya se desquitaría en casa con una tarde de sofá, manta, pijama y peli. La comodidad del hogar siempre es mejor opción.

Pero está claro que por ser una diva y pisar una alfombra roja hay que pagar un alto precio. Los vídeos grabados con ella como protagonista exclusiva aquella tarde de cine y compras se hicieron virales. Y tuvo sus quince minutos de gloria en los medios.

Mientras se contemplaba por enésima vez en uno de ellos, elegantísima en su opinión, a la memoria de los enormes ojos de la mismísima Bette Davis puso por testigo; jurando que volvería a hacerlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

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