El silencio habla - Marga Pérez


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Ser capaz de escuchar lo que no se oye, es un arte que se puede aprender.

Koqué va hacia la estación de autobuses. Desde hace cuatro años, cuando empezó a trabajar, pasa más de siete horas semanales en el transporte colectivo. Al principio, hablar con quien fuese sentado a su lado, tenía su encanto, sobre todo si sus compañeros eran del sexo masculino . No, el matrimonio no estaba entre sus planes, simplemente no tenía tiempo para socializar ni divertirse.

Koqué va a la estación de autobuses a tomar el que la llevará a su trabajo aunque no le importaría conocer ahí a alguien que le diese un poco de vidilla.

Con los años fue perdiendo interés en conocer gente nueva. Siempre lo mismo, las mismas preguntas, el mismo falso interés, las mismas respuestas típicas y el mismo esperado final: “bueno, hasta otra” cosa que nunca llegaba a suceder. Ninguno repetía.

Tras casi diez minutos de espera, por fin el conductor abre la puerta delantera. Ella sube las escaleras, enseña el billete y se dirige hacia los asientos traseros donde elige uno al lado de la ventanilla, sin importarle quien se fuese a sentar a su lado. Hacía meses que viajaba en silencio. Si alguien se dirigía a ella, los monosílabos que propinaba decían a las claras “no quiero hablar”.

Quien entonces camina hacia su asiento, despierta en ella algo que hasta ese momento había estado oculto en sus más secretas fantasías. A su lado se sienta un “pacato” y además completamente impresionado por ella. Cuando piensa en pacato ve al timorato, ingenuo, inocentón. Al pueblerino e ignorante. Al clásico chavalón de pueblo frente a una mujer de ciudad, hecha y derecha.

Ella no tiene ningún interés en el. No quiere saber si trabaja o estudia, si vive donde ella o es de dónde ella trabaja, si está al tanto de la actualidad o es de los ignorantes ignorantones. Sólo quiere jugar un rato. Llenar de adrenalina el viaje. Hacer realidad una fantasía ... Acerca su pierna a la de él mientras mira distraída por la ventanilla. Está hecho. Deja su rodilla contra la suya, siente su calor, su presión. No quiere ir más allá, sólo eso. Por el rabillo del ojo ve cómo sube la tensión en su compañero. El no dice nada. Tampoco retira la pierna. Los dos siguen en silencio.

A Koqué le atrae el juego de la ambigüedad, del decir sin decir. Le atrae el roce, la sutileza. Le excita estar en la frontera entre el gesto descuidado y la provocación, entre la ingenuidad y la grosería. No quiere cruzar raya rojas, sólo jugar, no va a ir más allá. Para ella es otro modo de llenar cuarenta y cinco minutos de aburrimiento. Las rodillas no se separan hasta que ella percibe movimientos inequívocos de acercamiento por parte de él. Bruscamente retira la pierna, se gira y se concentra en lo que sucede en el exterior. La ventanilla es su aliada en este juego. Cuando ve que el peligro ha pasado vuelve a acercar la rodilla. Con este juego llegan al destino, él, sin decir nada, la mira como preguntando ¿y ahora qué? Koqué hace como que no lo ve, se cuelga el bolso al hombro y se levanta obligando a su compañero a hacer lo mismo y salir al pasillo sin emitir señales . En fila india atraviesan el autobús hasta llegar a la puerta, se bajan y Koqué se diluye entre la multitud de la estación.

A pesar del éxito del juego, piensa que con una partida tuvo suficiente. Le entra miedo ¿Y si al llegar no me pudiera despistar entre la gente y me sigue? ¿Y si quiere cobrarse lo que se imagina de mis insinuaciones?…

Vuelve a sus viajes aburridos. Deja de hablar y de jugar. Vuelve a sumirse en el silencio.

Los meses pasan sin pena ni gloria hasta que un día, en la cola para subir al bus, ahí estaba él. En cuanto la ve se acerca…

-Hola, otra vez coincidimos

-¿Perdón?

-Hace unos meses coincidimos en este mismo trayecto…

-Creo que me confunde con otra persona. Hace años que no viajo en autobús

El se resiste e insiste

-Te invito a tomar algo... cuando quieras si hoy no puedes… podemos conocernos

-Por favor, déjeme en paz. Le he dicho que se equivoca

El se pone serio, la mira defraudado y vuelve a su lugar en la cola.


Koqué no llegó a saber que lo que para ella había sido un juego para el había sido un punto de inflexión en su vida... y un torbellino de dudas. No llegó a saber que estaba hecho un lío pero ilusionado, que desconocía qué esperaba ella de él. Que le atraía su belleza. Su elegancia. Que su larga melena rubia esparcía un olor excitante que lo tenía obnubilado. Que al sentir su pierna contra la suya no dejaba de preguntarse pero ¿qué coño es lo que quiere?. Que sabía que no era un roce casual pero, lo que aquella rodilla decía, lo desmentía el resto de su cuerpo. Veía a aquella mujer que sólo miraba hacia el exterior, que no buscaba conversación ¿Querría sólo sexo?

Que intentó dirigirse a ella para saber su nombre, hablar de algo, compartir algo más que sus piernas… que se giró. Ella de forma brusca retiró su pierna y encontró fuera algo que captó su interés. Que creyó que todo había acabado ahí hasta que volvió a sentir su pierna contra la suya. Que se puso nervioso, tenso. Que no estaba acostumbrado a que una mujer llevase la iniciativa del cortejo o de lo qué coño fuera éso. Que estaba desconcertado. Que no sabía qué era lo que tenía que hacer... que se dejó llevar. Que quiso sentir su presión, su dominio, su calor, su olor, su interés,su cercanía...y mucho más. Que creía que al final del trayecto iba a pasar algo entre ellos. Que esperó sentado a que le indicase cual era el siguiente paso. Que quedó desarmado cuando vio que se levantaba y en silencio le obligaba a salir al pasillo. Que pensó que quizá una vez fuera...ya en la calle, podría ser el momento del encuentro, mirarse, hablar, ir a tomar algo, quedar para otro día...algo. Que no sabía cómo la estación la había engullido de aquella manera.

Koqué no llegó a saber que el se había quedado petrificado, quieto en mitad del andén buscando inútilmente su pelo dorado. Que desde entonces pensaba en ella, en encontrarla, en lo que le diría cuando la viese. Que cada día que puede, acude a la estación de autobuses, a distintas horas, también en la que coincidieran. Que acudía a buscarla. Que así llenaba la soledad que su novia de toda la vida le había dejado al irse con un compañero de trabajo. Que su novia se había ido mientras todo iba bien entre ellos, mientras que el era feliz a su lado. Que...


Tras varios meses buscándola ve su melena dorada en el andén. El corazón se le pone a cien. Todo lo que había preparado se le agolpa y, cuando se ve frente a ella, sólo es capaz de decir obviedades: que si habíamos viajado juntos, que si podíamos tomar algo… No se había preparado para que le dijese que estaba equivocado, que ella no era la persona que buscaba. Y otra vez quedó desarmado sin saber qué hacer, ni qué decir. Y se retiró sin decir más. Había jugado mal sus cartas. La tenía en bandeja y la había perdido.

Ambos jugaron a huir. Ella del aburrimiento, el, del fracaso amoroso que lo tenía hundido.

En Koqué nació la determinación de dejar el transporte de estudiantes, buscar un coche, con otros compañeros, sola... Sin pensar en el, ella consiguió que en el naciese el deseo de pasar página, de mirar hacia adelante. Algo en el interior de ambos había cambiado, sin poner nada de su parte, sin buscarlo ni tenerlo previsto… Ninguno de los dos llegaron a entender aquel viaje, qué coño había pasado en aquel asiento.


Ser capaz de escuchar lo que no se oye, es un arte que se puede aprender.

Ser capaz de escuchar el silencio y además entenderlo, es bastante más que un juego.

 

 

 

 

 

 

 

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