Crisálida o mariposa - Marián Muñoz



Esa mañana las nubes discurrían más lento de lo habitual dando paso por fin a un tímido sol cuyos débiles rayos calentaban la espalda encorvada de Teo. Sentado todo lo cómodo que podía sobre una pequeña lastra mullida por el musgo con la forma de sus nalgas de tantos años posándose en ella. Echó mano al bolsillo izquierdo de su gastada chaqueta sacando un pequeño paquete, cogió de su interior una hoja finísima de papel de liar, de su bolsillo derecho sacó una tabaquera de cuero y con parsimonia y precisión fue llenando de picadura de tabaco con sus callosos y rugosos dedos aquel minúsculo papel hasta convertirlo en un cigarrillo.

El primero de su larga jornada, disfrutaba suavemente del calor que inundaba su garganta y del vapor que emanaba en su combustión todo ello sin perder de vista a los animales que pastaban en la ladera del monte. De lunes a sábado mantenía su rutina preestablecida, lo único que cambiaba según la época del año eran los pastos que comían las ovejas. Sus únicos compañeros en las solitarias mañanas eran su tabaco, su bota de vino y su fiel Gardel, un mastín bien adiestrado en controlar y vigilar al rebaño.

No usaba reloj, según la posición del sol sabía exactamente cuando liar el siguiente pitillo o cuando almorzar lo cocinado por su hermana, conservado en una vieja olla de barro calentada sobre una pequeña hoguera que cuidadosamente apagaba. Era meticuloso con el fuego y sobre todo con el lobo, alguna vez se habían visto cara a cara, se había hecho respetar aunque afortunadamente el cánido al no estar hambriento había reculado, pasó un mal trago y siempre estaba alerta. Según la zona de pasto procuraba dejarles para su ingesta animales atrapados con pequeñas trampas, pillaba liebres, raposos o ratones de campo, era el pago que hacía por tener un pastoreo tranquilo.

Teo era pastor desde que tuvo uso de razón, su padre al ver la inquietud del niño en vagar por el monte le enseñó el oficio, qué pastos eran mejores, a qué horas debía salir con el rebaño y a cual volver, así como pagar una prenda al lobo por no atacarle ni a sus animales, a reconocer la climatología según las nubes o los comportamientos de hormigas o aves, una sabiduría que llevaba ejerciendo cincuenta años, disfrutando pero cada día más cansado.

A la tarde dejaba el rebaño en la granja de su propietario, una quesería de renombre gracias a él, pues la leche que extraían de las ovejas y cabras era de muy buena calidad debido al tipo de hierba en que pastaban, saliendo unos quesos de tan grato paladar que tenían fama en la ciudad. En cuanto los encerraba en el redil al cuidado de tres jóvenes mastines adiestrados también por él, acudía a la tasca cercana a tomarse un vino y comprar más picadura de tabaco para el día siguiente. Único momento del día en que se relacionaba con alguien que no fuera su hermana. Llevaban toda la vida compartiendo la casa de sus padres, la menor de cinco hermanos y quizás la más espabilada. Decidió estudiar para maestra con el fin de que los niños del pueblo no tuvieran que marchar a otra escuela por falta de enseñante, si bien nunca tuvo hijos quiso y trató a todos sus alumnos como si lo fueran. Debido a la despoblación por el desarraigo del campo hubo de alternar sus labores de magisterio con el ejercicio de la alcaldía, llevando en el cargo trece años por falta de cambio generacional.

No había dos hermanos más dispares y más avenidos, ella una señorita culta y él un viejo pastor rudo y torpe para las letras pero sabio en conocimiento de la naturaleza. La charlatanería de ella entretenía los silencios de su hermano que acostumbrado a la soledad absoluta era más de pensamientos que de palabras. Se ayudaban mutuamente y compartían una existencia tranquila y dura cada uno a su manera. Solamente se separaban los crudos meses de invierno en que él bajaba al valle con los animales para pastar durante esa época permaneciendo alojado en casa de otra hermana quien le acogía gratamente. La vida rutinaria de pastor sólo se veía alterada durante las fiestas del pueblo, cuando en el suyo cuando en el de su hermana del valle, esos días se acicalaba, ponía su mejor traje, afeitaba la barba, cortaba el pelo y se unía a la verbena cigarrillo en boca en busca de Nela, pastora en el pueblo más cercano. Ambos se conocían desde niños al haber aprendido juntos las primeras letras, seres solitarios de continuo dos veces al año se buscaban, se juntaban y en un campo cercano disfrutaban de un placer extraño, porque eso era el sexo para ellos, algo extraño en sus vidas.

Después de su último revolcón Teo notó que no respondía igual, que le faltaba aire al respirar, sobre todo al subir de madrugada por la montaña en busca del mejor prado para pasar el día, en alguna ocasión también lo había sentido en casa aunque no dijo nada para no preocupar a su hermana, bastante tenía con los trajines de alcaldesa. Una tarde finalizada su jornada de trabajo encontró al médico en la tasca, acababa de acudir a una llamada y disfrutaba de un pequeño descanso. En voz baja para que nadie oyera le comentó su problema y el galeno le aconsejó acudir a consulta el domingo, era su día de descanso pero le recibiría encantado. Y Teo acudió, le auscultó, miró la tensión, le sacó sangre para analizar, pero sin hacerle una radiografía sabía de sobra cual era su problema, tenía EPOC, tantos años inhalando humos sin una simple boquilla de protección estaban pasándole factura. Pendiente del resultado de la analítica le aconsejó dejar de fumar espaciando los cigarrillos, tomar vino sólo con comidas, procurar comer sano sin grasas ni licores postcomida, y sobre todo contárselo a su hermana para que le ayudara. Teo respetaba mucho al médico, se conocían desde hace años pero no tenía intención de hacerle caso, más bien no se sentía capaz, su única compañía se la estaba quitando y entonces sí padecería la soledad, no podría cuidar adecuadamente del rebaño, debía encontrar otra solución.

Le rondaba la idea de que el doctor había mostrado menos importancia a su enfermedad para no asustarle. Tal vez era un cáncer del que no tendría escapatoria. La parca que en tantas ocasiones había eludido se presentaba ahora. No deseaba sufrir ni hacer sufrir a su hermana, lo mejor era una muerte rápida y dándole vueltas a esta idea se calló y no contó nada. Los esfuerzos diarios pasaban factura, al fumar no disfrutaba como antes al ser consciente que se estaba matando aunque no podía desengancharse, y en aquella montaña solitaria y silenciosa trazó un plan.

Pidió la jubilación al patrón, estaba en edad y creía merecerla, avisó con el tiempo justo para contratar a otro pastor al que poder enseñar ciertos trucos. Lo llevó tan en secreto que nadie sospechó. El domingo después de la misa se escapó a la montaña con la excusa de vigilar unos nuevos pastos, subió con su ropa de domingo, los zapatos le hacían daño al pisar el pedregoso camino pero no le importaba, iba a ser su última vez. En realidad iba camino de la lobera, llevaba cuatro días sin alimentar al lobo debiendo estar hambriento. El olor de la cueva le repugnaba pero tenía que esperar a que saliera, no pensaba ofrecer resistencia, dejaría que le matara así su hermana cobraría indemnización y él no padecería ninguna enfermedad, tan sólo el primer mordisco, esperaba que los animales no deterioraran mucho su traje para que le amortajaran con él.

Mientras esperaba se observó que de un árbol cercano colgaba un capullo de crisálida y con movimientos lentos pero precisos resurgió una mariposa, no era la época apropiada del año pero quizás fuera una señal. La idea de cambio suponía una transformación y una nueva vida diferente a la anterior, quizás él pudiera conseguir dejar de fumar y beber, dejar la montaña y a sus queridas ovejas, con un tratamiento adecuado y medicación lograría sobrevivir y podría, por qué no, compartir sus días con Nela si ella le aceptase. Eufóricamente ensimismado en sus pensamientos no se percató de la aparición del lobo, el macho alfa vigoroso y hambriento con las fauces abiertas. Pronto se dio cuenta de su error y del que ya no tendría escapatoria. Con la vista buscó un palo, una piedra, algo con lo que hacer frente al animal, no se iba a rendir, decididamente no, iba a luchar fieramente por mantenerse vivo aunque le fuera la vida en ello. El enfrentamiento estaba a punto de ocurrir cuando un disparo sonó a su espalda. El lobo asustado corrió a esconderse al bosque. Aliviado miró hacia atrás viendo a su hermana escopeta en mano con cara de susto.

Ambos bajaron al pueblo con paso ligero cogidos de la mano, como cuando eran niños y le seguía a escondidas hasta que Gardel la descubría. No hicieron falta palabras entre ambos, ella lo sabía todo y lo que no sabía lo imaginaba, eran muchos años de convivencia y aunque él no hablara sabía leer su semblante cada día.

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