Únete a él - Marian Muñoz

                                       

 


Fuimos temprano al centro comercial a comprar algo de ropa y calzado en rebajas además de reponer la despensa, allí picoteamos algo y al salir tan tarde del parking subterráneo nos topamos con una tremenda nevada que dificultaba la visión, despacio y con mucha precaución logramos llegar a casa sin contratiempos. Nada más entrar por la puerta y soltar las bolsas corrí a cerrar las ventanas que llevaban abiertas desde por la mañana cuando habíamos salido. Una por una entré en cada habitación y fui cerrándolas pero al llegar a la última me sorprendió que el suelo se hubiera llenado de nieve, se ve que la ventisca había soplado fuerte en esa parte de la casa. El vello se me erizó al fijarme en unas marcas de pisadas, instintivamente miré a mi alrededor, incluso debajo de la cama no pareciendo haber presencia humana más que la mía. Súbitamente me angustié y le grité a Toño que cerrara la ventana pues iba apurada al baño.

Era mentira pero tras comprobar que la cortina de la ducha no ocultaba a nadie me senté en el trono, había estado aguantando todo el día y por fin pude aliviarme. Asustada aún lavé mis manos y la cara para poder relajarme y pensar racionalmente la visión de las pisadas en la nieve. Estaba convencidísima que nadie había entrado en casa ya que en la fachada no hay balcones, ni salientes o tejadillos en que apoyarse para subir hasta el sexto piso, además las huellas iban en dirección a la ventana y no hacia el interior, por lo que el mosqueo fue aún mayor.

Cuando salí del baño le vi protestando fregona en mano recogiendo la nieve y secando el suelo con dos bayetas, mientras tanto me dediqué a meter los alimentos en la nevera o la despensa e intentar poner un poco de orden en la cocina. Desde hace tiempo tengo la sospecha de que en casa hay alguien más, una sombra misteriosa es la culpable de que mi churri se esté convirtiendo en un viejo cascarrabias, siempre de mal humor criticando constantemente lo que hago, intento llevarlo bien pero se ve que esa sombra se apodera de él y lo está mutando.

Comencé a investigar en internet de cómo librarme de ese espíritu atrapado entre las paredes de mi piso, sólo le percibía entre las sombras de la noche cuando caminaba por el pasillo mientras dormíamos. Alguna vez le comenté a Toño que al abrir los ojos para cambiar de posición le veía, pero quitándole importancia intentó convencerme que eran las luces del camión de la basura o las de algún coche que bajaba por la ladera del monte cercano, opté por no darle más importancia hasta aquel día en que vi sus pisadas.

Por más que busqué y busqué en multitud de páginas sobre el tema los rituales parecían tan complicados que era mejor desistir y aceptar finalmente su presencia. Me iba a dar por vencida cuando topé con una web argentina donde informaban que algo tan sencillo como agua bendita y unas oraciones podrían ayudar al ánima a seguir su camino.

Tengo buena relación con el cura de la parroquia desde mi etapa de catequista así que sin dudar cogí el bote pulverizador que uso con la ropa al planchar y llenándolo de agua me dirigí a la iglesia. Le encontré en la sacristía y tras saludos cordiales le pedí que bendijera el agua del frasco. Mostró sorpresa y al preguntar por el motivo le conté lo que me pasaba. No sé si por incredulidad o por curiosidad me pidió permiso para estar presente y ayudarme con los rezos. Aquella misma tarde ambos comenzamos a recorrer cuarto tras cuarto, él rezando y yo pulverizando agua, todo discurría sin problemas hasta que llegamos al dormitorio donde vi las pisadas. Nada más entrar sentimos un gélido frío y una corriente estática inusual en nuestro cabello, nos miramos asustados pero insistimos en los rezos y en el esparcimiento del agua bendita, por suerte la sensación desapareció poco después.

Sentí un alivio infinito y para reponernos de la sesión nos tomamos un chocolate con galletas caseras y luego se marchó. Menos mal que Toño tenía turno de tarde porque la presencia de un cura seguro que le habría incomodado. Ya más relajada decidí esperar a que volviera de trabajar y ver si apreciaba algún cambio en él. Ya lo creo que hubo cambio porque entró por la puerta eufórico al haberle trasladado a un puesto de mayor responsabilidad y con más sueldo, estaba tan contento que después de la cena decidimos celebrarlo en nuestra cama. Hacía tiempo que no disfrutaba de algo tan placentero y cuando por fin mi agitación logró apaciguarse al abrir los ojos pegué un brinco al contemplar al pie de la cama al sacerdote dándonos la bendición.

Tanto me impactó su presencia que abrí aún más los ojos, observando aliviada y apenada que en la cama yacía solamente yo, vestida con mi pijama gordo de invierno y los patucos, me había quedado dormida mientras le esperaba. Debido al desasosiego producido por aquel sueño tan extraño decidí esperarle levantada mirando la televisión. Cuando por fin él apareció tenía cara de cansancio y mala leche al haber tenido que trabajar una hora más de lo habitual.

Después de asimilar lo soñado, he pensado que prefiero lidiar con un vago cascarrabias que tener todas las noches a un sacerdote a los pies de mi cama, por muchas bendiciones que reparta. En cuanto a la presencia, sombra o fantasma le he puesto nombre, Manolo, comparto ratos de charla con él, si ya sé que no me responde, pero ¿sabes lo que dice el refrán? “Si no puedes con tu enemigo, únete a él”.


 

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