Ayer vi circular por la carretera un seat 600 y me trajo un montón de recuerdos de niñez. La tarde en que papá recién comprado lo aparcó delante de casa y todos bajamos corriendo las escaleras para verlo y a empujones sentarnos dentro, un sueño hecho realidad, dejábamos de depender de autobuses, autocares o pasar aventuras en el tren, para por fin disponer libremente de horarios y lugares a visitar. Tenía dos puertas más el maletero, con él recorríamos la provincia, subíamos Pajares, San Isidro, los lagos de Covadonga. Los calores del verano los mitigábamos en la playa, cargados con mesa y sillas plegables más la sombrilla, la nevera cuyo interior conservaba perfectamente la tortilla y los filetes rusos.
Viajar hasta Valencia con él fue toda una odisea, siempre pendientes de la sombra del coche comprobando que la maleta siguiera arriba en la vaca. Cada poco papá pitaba y saludaba con la mano, extrañados preguntábamos si los conocía, dijo que no, eran asturianos que volvían a casa y por tanto amigos. Desde aquel momento avisábamos y saludábamos también. En cierta ocasión un valenciano guasón le preguntó si había suspendido el carnet de conducir, extrañado preguntó el porqué, respondiendo que tenía un 0 (O de Oviedo) en la matrícula, ya veis hoy en día vamos de incognito.
Por aquella época hacíamos vida en la calle, salías, pegabas una voz y los amigos tras asomarse a la ventana bajaban rápido a jugar. Aprendíamos todas las canciones ganadoras de Eurovisión, por supuesto en español, de aquella lo de los idiomas era otro mundo, no como ahora que todo quisqui sabe algo de americano gracias al cine.
Cada mañana de mayo después de acudir a misa comenzábamos las clases. Era el mes de la virgen María, nuestra madre además de la de casa, incluso llevábamos flores que encontrábamos en el campo. Los niños y niñas vestíamos uniforme para ir al colegio, por eso la ropa normal nos quedaba pequeña rápidamente al vestirla más bien poco. En Navidad las muñecas de Famosa se dirigían al portal y el turrón endulzaba nuestras fiestas. Uno de los mejores regalos era un estuche con muchos lápices de colores, gomas, tajalápices, reglas de diferentes tamaños, estabas deseando ir al cole para presumir.
Como podéis suponer soy vieja, muy vieja, sobre todo para esos que se comen letras en el WhatsApp o se emboban con los Influencers. De niña tuve que aprender la lista de los reyes Godos, la hazaña heroica de Viriato o la bélica de Aníbal y sus elefantes. “Abderramán, Abderramán, moro de la morería, el día que tu naciste grandes señales había....” “Con cien cañones por banda viento en popa a toda vela, no corta el mar sino vuela…..” “Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales….” Leíamos a los clásicos: Calderón de la Barca, Quevedo, Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Góngora. Conocimos otros mundos con la Ilíada, La Divina Comedia, Las mil y una noches, seguro que más de uno no sabe de lo que hablo, que sí, que soy una antigua pero aquella era la España en la que viví y crecí, la de ahora no tiene comparación, no por mejor ni peor sino por distinta, los valores humanos han mutado y los “vende votos” y “asalta gobiernos” sólo crean diferencias y rencores, lo bueno es que los españolitos de a pie no hemos cambiado tanto, somos número uno en donación y trasplante de órganos, los primeros en volcarnos en un desastre natural o siendo voluntarios en ONGs por todo el mundo, pero lo que es imposible para un extranjero, por muy chef que sea, es superar la cocina de una madre o de una abuela española, esos guisos hechos con mimo y cariño que todos mantenemos en nuestro olfato y paladar.
La gastronomía de este país es tan variada e imaginativa que algo tan humilde y sencillo como unas migas de pan lo hemos ascendido a categoría de exquisitez. Un alimento tan básico como la patata la aderezamos de tantas formas que es un éxito cultural: bravas, revolconas, a la importancia, a la riojana, al cabrales, rellenas, a lo pobre, en tortilla. Paro, porque tanta variedad hay como pueblos. Gazpacho, gazpachuelo, salmorejo, morteruelo, zarajos, ropa vieja, mojo picón, bienmesabe, variedad de arroces con especial mención a la paella, sea o no de Valencia, cocochas, changurro, pantumaca, cocido madrileño, montañés o maragato, sin olvidar a mi querida fabada, fabes con almejas o centollo. Cachopo, escalopines al cabrales, cordero a la estaca, capón, conejo o las de caza, además de un sinfín de pescados. Lo siento por los vegetarianos, crudívoros o veganos, que también disfrutan de nuestra gastronomía con el ajo blanco, pisto, papas arrugas, purrusalda o menestra de verduras.
No he contado nada de nuestros dulces típicos, estoy segura que en cada casa hay un postre especial, ese que siempre comemos en celebraciones y que nos chupamos los dedos y hasta el plato cuando no nos ven, en mi caso el arroz con leche estilo asturiano, pero las torrijas, quesada, rosquillas, marañuelas, carolinas, la coca, los turrones, polvorones y mazapanes, paparajotes, frangollo canario, buñuelos de viento, en fin, como veis un sinfín de preparaciones para el gusto de cada uno.
Toda esa es mi España, aunque mejor termino con la de nuestra querida Cecilia “Mi querida España, esta España mía, esta España nuestra. De tu santa siesta, ahora te despiertan versos de poetas ¿Dónde están tus ojos? ¿Dónde están tus manos? ¿Dónde tu cabeza? .....
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