Conocemos
cada piedra y cada hueco y sabemos dónde esconder nuestros tesoros
desde antes de tener uso de razón. Tantas generaciones han dejado en
él sus despedidas y sus lágrimas o han traído prosperidad y
bendiciones, que nuestra identidad se agarra a sus piedras para
reafirmarse.
Aunque
a veces resulta difícil cruzarlo, cual si su estructura se volviera
del revés.
Y
como el agua se ponga brava, el río se convierte en nuestro peor
enemigo y nos aísla en este rincón hasta que terminan de bajar las
nieves con el deshielo.
Pero
con ellas llegan los osos, que finalizan su hibernación y descienden
buscando su alimento.
Por
eso se dice que el puente es más suyo que nuestro. Y en muchas
ocasiones pagamos un caro peaje en el cuerpo a cuerpo.
Los osos suelen lamer las mieles de su éxito. Y nosotros, abrazados a nuestras piedras en la otra orilla, lloramos una nueva pérdida.
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