Hugo paseaba ante la estantería de las vacunas observando los títulos: Todo sobre la APW40; Eficacia y efectos secundarios de la JAITER; Cómo se gestó la YBD18; Opiniones sobre la ROSLAD…
Los ojos de Hugo viajaban de izquierda a derecha y de arriba abajo, sin saber por dónde empezar. Había ido a la biblioteca a instancias de su padre, persona de riesgo que delegó en él la decisión de elegir qué vacuna era la más adecuada. “Estudias medicina así que eres el más indicado”, le había dicho cuando intentó disculparse para no asumir tal responsabilidad.
Hugo sabía que sus padres se estaban sacrificando mucho para pagarle la carrera y los numerosos cursillos que acrecentarían su currículum cuando tuviera el título en la mano. Esperaban mucho de él y creían que los dos años de medicina que había cursado con buena nota lo habían convertido en un sabelotodo de la medicina. Siempre le consultaban cuándo tenían el más mínimo síntoma, aunque se tratara de un resfriado y le hacían usar el fonendo que le regalaron con tanta ilusión las anteriores Navidades. Él los auscultaba con atención, temiendo no saber encontrar algo que después se revelara como peligroso; les tomaba el pulso; les miraba el fondo de los ojos… y sus padres acababan embelesados, ellos que no habían ido más allá de los estudios elementales, con un hijo médico, un sueño.
Tres horas después, desesperado por la cantidad de libros, tesis doctorales y documentos varios sobre las distintas vacunas con opiniones dispares de los que se suponía eminencias médicas, científicas, epidemiológicas, virológicas… Hugo cerró los ojos, dio una vuelta sobre sí mismo, camino unos pasos a la izquierda y otros a la derecha y eligió un libro al azar. Estudios sobre la AZGORH17. También era mala suerte, era uno de los tomos más gruesos. Pensó en repetir la operación pero sería como hacerse trampas a sí mismo. Cogió el libro bajo el brazo y se dispuso a pasar el fin de semana encerrado en su cuarto para desentrañar todos los secretos de la vacuna que utilizarían él y su familia. El lunes, con la inseguridad prendida en cada resquicio de su cuerpo, Hugo recibió el pinchazo. Tras él, sus padres. Empezó rezar, algo que no había hecho desde la Primera Comunión. Pero ante los discursos agobiantes e incoherentes de políticos y expertos, esperaba que al menos Dios lo tuviera claro.
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