Amores rotos - Cristina Muñiz Martín

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La caldera y el termostato, sin previo aviso, decidieron dar por finalizada su relación. ¡Pero si solo llevaban dos años y siete meses! Y yo que creía que estaban bien, que se entendían a la perfección. Me vi obligado a buscarles un asesor sentimental, 'técnicos' los llaman si se trata de esos especímenes. Llegó uno a casa y me dijo que nada, que no había problema. Le metió un buen repaso a la caldera, a la que al parecer le faltaban dos tuercas, y me pasó la factura. Todo sea por ellos, pensé resignado. Pero apenas un mes después, los muy cab***, no puedo decir la palabra, pero es como no se encienden ellos me enciendo yo. Pues eso, que no querían saber nada el uno de la otra ni la otra del uno. Vuelta al asesor sentimental que con cara de pocos amigos y parcas palabras, no sé si por vergüenza o por descaro, dijo que no había nada qué hacer, que lo había intentado, pero esa relación se había roto como una cadena de hielo en pleno agosto. Imposible resucitarla. Eso sí, se ofreció a buscarle un nuevo amor a mi caldera, previo pago de quinientos euros. Lo mandé a tomar viento sintiéndome estafado. Luego cogí el termostato, que no compré precisamente de rebajas, y aunque el muy pillo me puso ojitos y a mí me dolía en el corazón y en la cartera, lo tiré a la basura. Ahora me dedico a estimular manualmente a mi caldera. No es que disfrute ¡venga ya!, pero por lo menos me calienta el agua y la casa, que es tanto como decir que me calienta a mí, y eso ya es un punto a su favor. Si no fuera así iría a vivir eternamente con el termostato.


 

 

 

 

 

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