Desde entonces mira la vida pasar sentada en su trono, su mecedora de maderas nobles. Que antes fue de su madre. Y antes de la madre de su madre.
Ordenó que los nuevos cristales fueran ‘lo más oscuros posible, como los coches de los políticos’. Nadie tenía por qué saber más de lo necesario. De una familia comandada por mujeres de carácter, con dinero y poder. Mucho. Sobre la que corrían innumerables cotilleos en el pueblo.
‘Habladurías de la gente baja’, contestaban su madre y su abuela con altivez.
Desde que el accidente la dejó como una más de las flores marchitas que decoran la balconada de la casa familiar, observa sentada en su noble mecedora a la gente señalando hacia arriba, comentando y extendiendo los rumores.
Y les mira con desdén desde su atalaya, recordándose el singular poder que aún emana de su árbol genealógico.
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