El prohibitivo tratamiento de mi nieto, la hipoteca a treinta años de mi hija, la dentadura de mi santa, las deudas de juego de mi ahijado, que valiente sinverguenza… Todo eso me ronda por la cabeza mientras intento redactar un testamento que agrade a todos los que me sobrevivan. No me aclaro, porque nadie parece hacer méritos. Así que dejo los folios a medio garabatear y miro catálogos de ataúdes. Al menos que alguien esté a gusto en algún sitio.
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