Ilusiones enterradas en la nieve - Marga Pérez

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Cuando anunciaron que a partir del fin de semana caería una gran nevada en el norte, Pepe y Ana sintieron en su interior la llamada de la naturaleza que les había conducido hasta aquella casa entre montes, aislada. Fue un impulso. Tras el confinamiento por el covid, Madrid, de la noche a la mañana, pasó a ser para ellos una gran colmena con vistas... Con vistas a otras ventanas orientadas a más ventanas que no siempre tenían vistas…¡Vamos! Un enjambre sin sentido.

Sólo hacía dos años que se casaran. Estaban en paz con ellos mismos y con el mundo. Todo era poesía a su alrededor. Y necesitaban espacio. Y naturaleza. Y Libertad. Y poder respirar sin mascarilla, así que alquilaron, tras el veraneo en la costa, una casina en Asturias, en un pequeño pueblo perdido del mundanal ruido pero a sólo veinte minutos de Oviedo en coche. Los dos teletrabajaban desde casa y los paseos por el monte, por las tardes, después de acabar con sus obligaciones, los tenían entusiasmados . Estaban felices con el cambio.

El anuncio de una nevada copiosa era para ellos lo más de lo más. Nunca habían visto nevar más de varios copos aislados que se derretían antes incluso de tocar el suelo. Pensar en blanco nieve alrededor suyo les ilusionaba más de lo que podían suponer.

Hicieron acopio de comida, leña, butano, velas y cerillas… Desde que vivían en el campo se habían quedado más de una vez sin luz y no querían que la gran nevada los cogiese desprevenidos cual pardillos madrileños ... Por si acaso también compraron raquetas para poder caminar por la nieve, y bastones, y una pala, y una escalera de mano, y líquido anticongelante para el radiador… Quedarse aislados les daba yuyu, aunque, si así fuera, hacer rutas por el bosque entre árboles blancos y nieve sin pisar debía de ser una auténtica gozada… ¡perdidos los dos solos en un paisaje idílico!

Aquel sábado amaneció entre cielo plomizo y nubes reventonas . No habían terminado el desayuno cuando ya caían los primeros copos. Tras los cristales quedaron embobados mirándolos. Caían silenciosos, como trapos… enseguida dejaron de ver otra cosa que no fuese nieve. Parecía que su casa era el centro de la tormenta . Esa tarde sacaron las raquetas con la intención de dar un paseo alrededor de la casa pero el viento, el frío, la nieve y la oscuridad hicieron que desistiesen y pasasen la tarde viendo nevar tras los cristales. Una semana haciendo lo mismo y viendo cómo la nieve subía a su alrededor copo a copo acabó con su visión bucólica de la tormenta . Empezaron a preocuparse. ¿Aguantaría el tejado tanto peso? ¿Podrían quedarse enterrados en la nieve?… Decidieron, después de trabajar, salir con la pala para despejar de nieve la casa . Con mucho esfuerzo consiguieron delimitar un pequeño camino hacia la puerta de entrada y limpiar las ventanas y la puerta trasera. Les dolían las manos amoratadas y... no dejaba de nevar. Todo el tiempo libre que tenían lo ocupaban en luchar contra la nevada que, sin tregua, trataba de enterrarlos vivos. Con gran peligro y la ayuda de la escalera de mano, consiguieron subirse al tejado. Desde allí arriba el paisaje daba miedo, sólo se veía nieve, y... seguía sin dejar de nevar. Al retirar la nieve del tejado volvían a llenarse los espacios ya despejados frente a puertas y ventanas. Los días se convirtieron entonces en bucles de trabajo frente al ordenador, limpieza de tejado y despeje de los huecos de la casa. Caían en la cama como fardos, agotados, mientras seguía nevando como si nunca lo hubiese hecho.

Varias cañerías que tenían poco uso reventaron al congelarse dentro el agua. Desde entonces dejaron los grifos abiertos, con un hilo de agua, para evitar más roturas. Con los víveres se dieron cuenta de que habían sido bastante rácanos y enseguida tuvieron que racionarlos ¡cómo echaron en falta el supermercado!Y... seguía nevando. Ya llevaban dos semanas de nevada ininterrumpida. Las noticias no eran optimistas y no informaban aún del final de la nevada.

Una noche los despertó un sonido de película de terror. Los lobos no estaban lejos y aullaban quejumbrosos, sin comida . Pepe y Ana se abrazaron tratando de ahuyentar pensamientos y más pensamientos cargados de miedo . Les costó dormir. Los aullidos se oían cada vez más cerca. No estaban preparados para ésto. La tormenta de nieve quedó ya al desnudo, sin poesía. Habían perdido la paz necesaria para que surgiese en ellos cualquier emoción poética, sólo eran dos humanos. Solos en medio de la naturaleza. Dos humanos, con miedo, solos en el mundo.

Los lobos noche tras noche se acercaban , aullaban tras su ventana, los oían dar vueltas, buscaban comida. Sentían que el hambre les empujaba hacia ellos... buscaban, buscaban…

La desesperación les hacía atacar. Rompieron un cristal de la cocina. El olor a comida les animaba a intentarlo aunque no pudieron hacer más . Pepe y Ana estaban aterrados de que pudiesen entrar. Pasaron del trabajo y de la limpieza de la nieve y desde entonces se dedicaron a reforzar puertas y ventanas con cartones, tablas y leña. Preferían quedar enterrados en la nieve a ser atacados por lobos hambrientos. Y... seguía sin dejar de nevar.

Ana pensó en darles comida para apaciguarlos pero después de muchas vueltas vieron que no era la solución, no se los quitarían de encima . Además, ellos necesitaban toda la comida , no sabían cuanto más seguirían aislados. No habían calculado provisiones para tanto tiempo...

La casa en pocos días quedó cubierta de nieve. Para eliminar el olor dejaron de cocinar . Dejaron de quemar leña . Dejaron de moverse… Quedaron en pocas horas enterrados en la nieve. Los lobos acudían cada atardecer , los oían caminar sobre sus cabezas, buscando, buscando…

Después de un mes y cinco días nevando, dejó de nevar. Los efectivos para el rescate aún tardaron más de una semana en poder llegar hasta ellos. Les llamó la atención los cuerpos de lobos desperdigados en poco más de treinta metros cuadrados. Estaban semiocultos en la nieve, sobre la casa que estaban buscando. Con la quitanieves llegaron hasta la vivienda y descubrieron a Pepe y Ana abrazados, en la cama, habían dejado de respirar tan sólo unas horas después de que dejase de nevar.


 

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