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Amigas y vecinas
correteando por la calles durante la mañana, sin madrugar, pero sin perder las
escasas horas hasta el almuerzo. La post
comida era otra cosa, por la potente canícula no nos dejaban salir hasta ver el
sol tras los árboles del parque, tiempo que aprovechaba para leer libros de la
pequeña biblioteca del abuelo mientras los mayores sesteaban en sus
habitaciones. La piscina quedaba lejos, aprovechábamos
el descanso del papi para llevarnos con su coche, la playa o el viaje a tierras
extrañas como los que hago ahora era impensable, daba igual, la felicidad que
nos daban los juegos y amigos son un sentimiento nunca más conseguido, el
precio a pagar por crecer.