Locaty Whisky - Marian Muñoz

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Es una tarde veraniega de lluvia, el calor no deja siquiera dormir un rato de siesta a la que incita la oscuridad provocada por las nubes. Para estar entretenida opté por ordenar cajones del salón tropezando con una caja vieja de cartón llena de fotografías de mi niñez. Aparecían mis padres, tíos, primos y por supuesto la Locaty Whisky. Un apodo que puse a mi tía Hortensia ya que en cuanto entraba por la puerta de casa antes de saludar ya estaba pidiendo un whisky on the rocks a papá, y no bebía del barato porque decía sentarle mal. Al cabo de tres vasos su conversación era tan chispeante y fluida que sólo podíamos escuchar, no había forma de meter baza.

Era la hermana de papá, forrada de pasta y triviuda. Según contaba, tras morirse el tercer marido se puso el mundo por montera haciendo lo que le daba la gana. Estrafalaria, extravagante, transgresora, todas esas palabras sólo eran adjetivos para su apariencia porque en el fondo era una bellísima persona, un poco libertina y alocada, pero al no hacer daño a nadie no se le podía reprochar. Caminando por la calle todos se giraban a su paso al no tener desperdicio su indumentaria, como si hubiera elegido la ropa a ciegas. Combinaba cuadros con flores, colores chillones, boas de plumas, sombreros según la época del año de lo más inusuales, en fin, no había duda que le importaba un bledo lo que el mundo dijera de ella porque hacía lo que quería.

Tanto en las fotos de joven como ya de mayor mostraba gran belleza, con tipo de modelo sabía contonearse como nadie. Al primer marido lo conoció siendo gogó en un festival, cantante de renombre muy solicitado en funciones por todo el país y parte de Sudamérica. De gogó en la coreografía pasó al coro y en el Mar de Plata se casaron muy enamorados. El susodicho era un calavera, después de la actuación ella le esperaba pacientemente en el hotel, pero ya se sabe, debía alternar con personajes influyentes y con mujeres, por supuesto, hasta que una mezcla de alcohol y drogas lo tumbó en el escenario, quedando viuda muy joven con la fortuna del difunto.

Con la faltriquera repleta se dedicó a la vida nocturna y a dar fiestas para la jet set, hasta conocer a su segundo marido, un banquero ratón de biblioteca pues no paraba de leer estudios de mercado, bolsas y negocios de otros países, siendo su único interés. Además, también era algo rata al no permitirle grandes gastos, había que ahorrar para cuando vinieran mal dadas mientras él invertía en bonos italianos y sisaba a sus clientes. Un infarto sin previo aviso se lo llevó al otro barrio y la pobre viuda quedó nuevamente sola, desconsolada y bien forrada al ser ya dos fortunas las que podía dilapidar.

Tras las estrecheces pasadas comenzó a vivir a su antojo, se le ocurrió ir de crucero por el Mediterráneo, uno bien lujoso donde, por supuesto, no faltara el famoso whisky on the rocks. Entre los pasajeros había un cazafortunas muy apuesto al que enseguida echó el ojo. Aquel hombre le proporcionaba tal placer físico y mental que decidió casarse con él a pesar de ser consciente de lo que era. Una boda romántica bajo la luna de Creta, el capitán los casó y fueron muy felices. En cuanto regresaron a casa contrataron de mutuo acuerdo un seguro de vida siendo beneficiarios el uno al otro. Dos semanas más tarde el casanova recibió una jugosa herencia de una antigua amante quien no se había acordado de borrarle del testamento cuando la abandonó. Ahora, ambos millonarios, pretendían vivir su amor alocadamente a todo lujo, así fue como él perdió la vida estrellándose con un coche Lamborghini, Hortensia desconsolada volvió a recibir otra fortuna más el seguro de vida.

A pesar de todas las desgracias nunca dejó de ser una persona vital y con ganas de disfrutar. Cuando la conocí seguía tan loca como siempre, con amigos eventuales y fiestas nocturnas, aunque ya su conducta era más comedida. Con tanta fortuna compró un chalet en un barrio exclusivo de la ciudad al que acudíamos en su cumpleaños, o venía a los nuestros y en Navidad. Mis tíos y primos acudían a ella para sangrarla económicamente, lo que me chocaba es que nosotros nunca le pedimos nada, al menos no era consciente que así fuera, siendo los únicos que compartíamos celebraciones con ella.

Ir a su casa era una pasada, iba en consonancia a su estrafalaria forma de vestir, lo más destacado su dormitorio, casi tan grande como mi piso, donde resaltaba un biombo tras el cual se cambiaba de ropa y un antiguo baúl vertical de viaje en el que colgaba sus famosos vestidos, guardando en sus cajones lencería de seda, joyas y zapatos de raso. Para una niña de barrio obrero como yo aquello era una pasada. No gustaba de presumir de lujos, pero ante mi boca abierta no podía evitar relatar la historia de cada objeto.

Cuando hablaba de sus maridos terminaba cantando aquello de:

Yo tuve tres maridos y a los tres envenené

Con unas cuantas gotas de cianuro en el café

Pero seguramente no me guardan rencor

Porque han ido directos hacia un mundo mejor



Por supuesto no los había envenenado, pero ponía ese aire de mujer fatal y luego nos reíamos sin parar. Otra de sus cualidades era acertar con el regalo que más deseaba, incluso pensé si tendríamos telepatía porque nunca fallaba sin siquiera pedírselo. A pesar de crecer e ir ampliando estudios nunca dejé de acudir en su cumpleaños y de conversar con cierta frecuencia por teléfono. Primero murió papá y dos años más tarde mamá. Mi trabajo me llevó al extranjero, pero siempre que regresaba le hacía una visita para no perder el contacto que habíamos mantenido en vida de mis padres. En esa etapa estaba delicada de salud gastándose un dineral en especialistas y personal que la atendieran.

Un 5 de marzo, recuerdo que caía una gran nevada, me llamaron los tíos para informarme que estaba ingresada muy grave. Cogí el primer avión que pude más no llegué a tiempo. El funeral estuvo muy concurrido y en el cementerio había mandado construir un mausoleo sencillo pero precioso, ante él nos reunimos la familia que quedaba, cada vez menos. No pude evitar que me diera un bajón, decidiendo ir a la oficina central por ver si tenían algún despacho para mí y poder quedarme en el país aunque perdiera dinero, necesitaba recuperarme en casa y cargar las pilas para cumplir adecuadamente con mis responsabilidades.

Andaba de lo más indolente cuando llamaron a la puerta, un transportista traía un bulto grande a mi nombre, no he pedido nada le dije, más me indicó que venía departe de Hortensia. Depósito el bulto en el salón y al rasgar el papel del envoltorio descubrí el baúl de viaje, la sorpresa me hizo dar un brinco, se había acordado de mí antes de morirse, no paré de llorar hasta que conseguí calmar mi tristeza por la muerte de las personas que más quería, mis padres y mi tía. Supuse que su herencia la estarían tramitando mis tíos, sus hermanos, y que como sobrina había tenido la deferencia de enviarme algo que yo tanto admiraba cuando me lo mostraba. Al abrirlo tenia colgados abrigos y vestidos de temporada, en los cajones bufandas y guantes de invierno hacían compañía a sus joyas y en el cajón de los camisones había un sobre dirigido a mí. Con gran nerviosismo lo abrí y me dispuse a leer la carta, en ella me pedía que no llorara por su ausencia, había sido muy feliz sobre todo por haber contado con personas tan maravillosas en su vida como mis padres, sobre todo mi madre, una gran mujer que había cuidado, educado y formado a lo que ella más quería en este mundo a pesar del apodo que le había puesto de Locaty Whisky.

Hortensia era mi madre biológica, no se creía capaz de cuidar y criar a una criatura, así que habló con su hermano, mi padre, quien buscó la aprobación de mamá y me donó a ellos. Les encomendó que nunca me lo dijeran porque una madre no es sólo la que da a luz, sino la que día a día cuida de una niña que algún día será mujer y no es tarea fácil como para complicarla con explicaciones banales de hijo biológico o de adopción. Me lo confesaba ahora porque quería dejar claro cuál era el motivo por el que me nombraba su única heredera y aunque las arcas estaban algo mermadas seguro que sabría utilizarlo sensatamente. En el sobre había un boleto con los datos de su Administrador, él sabría cómo ayudarme a gestionarlo todo porque siempre había sido muy leal con ella.

En ese instante comprendí la causa por la que mis padres nunca le pidieron dinero ya que vivían con el bien más preciado para ella.

Acepté la herencia, me tomé un año sabático para hacer reforma en el chalet que iba a ser mi hogar, en mi dormitorio seguiría estando el biombo y el viejo baúl, aunque no, no iba a vestir las ropas de mi querida Locaty Whisky esas las dejo para cuando envejezca y me ponga el mundo por montera.

Espero que mañana vuelva a salir el sol pudiendo pasear por la calle y disfrutando de la vida tanto como ella.


 

 

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