Mis raíces - Pilar Murillo

                                       

 

 


No tenía ni idea de dónde había salido mi afición por la música, pero desde la adolescencia comenzó a gustarme.

Empecé a tocar la flauta de oído, luego me apunté a clases de saxo en el conservatorio, sin estar muy convencida del instrumento. Con el tiempo aprendí a leer partituras, eso ayudaba a poder tocar cualquier instrumento, claro que debía ser con un poco de práctica. Cuando ya supe lo que quería en la vida me decanté por la guitarra. Ese era mi instrumento realmente.

Años de compaginar mis clases de guitarra con los estudios en el instituto.

El tiempo fue pasando y se instaló en mi cuerpo mutándolo de adolescente a maduro. Tanta clase y tanta practica me sirvieron para definir mi profesión. Primero música en bandas, luego en orquestas, de esas que van por los pueblos; hasta que el virus maldito de 2020 me dejó sin trabajo y me tuve que reinventar para salvar mi economía.

En el primer confinamiento estuve amenizando con la melodía “resistiré” del dúo Dinámico y también me dediqué a dar clases gratis de guitarra online. Esa fue una buena idea, tenía un montón de seguidores, así que desde entonces imparto mis clases por internet, solo que ahora las cobro. No me puedo quejar, aunque no es lo mismo que estar en una academia o ir de concierto.

Mientras tanto yo me seguía preguntando de dónde me venía esta rama musical. Lo único que recuerdo es que el cuñado de mi madre, el marido de su hermana mayor tocaba la dulzaina. Él y otro músico amenizaban las fiestas del pueblo. Tenía cuatro hijos varones de un primer matrimonio y ya desde chiquititos comenzaron a tocar instrumentos. La gente se les acercaba para verlos practicar cuando el mayor de ellos no pasaba de los siete años. Se llevaban un año entre ellos, así que parecía la pequeña bigband.

No hace mucho tiempo, cuando se murió mi abuela y estuvimos mirando sus cosas personales, encontramos una caja de madera, lacada, con una rosa roja y su tayo verde pintada en la tapa. Se adivina que en otros tiempos muy lejanos había sido un costurero y que mi abuela le dio uso para guardar sus recuerdos, concretamente, fotografías antiguas. Entonces descubrí aquella foto, debajo de un montón de retratos familiares, la boda de mis padres, fotos de mis primos, también estaba yo de pequeñita y luego fotografías en blanco y negro donde hallé ésta de cuatro niños. Si no es por eso no recordaría que uno de ellos era cantante.

La afición de los pequeños alentada por su padre, llegó a la edad adulta. Tuvieron la típica orquesta de romerías de villas y pueblos. Y yo sin saber de dónde me venía ese amor a la música; pero esta claro que cualquier disciplina artística o musical se lleva en la sangre y no tiene por qué ser de parientes cercanos. Un día sale tu vocación genética y puede provenir de cualquier antepasado lejano.

Bajo la vieja foto de esos chiquillos; que en la actualidad, el más pequeño me lleva veinte años, descubrí una foto aún más añeja y en color sepia, no por ello menos atractiva visualmente que la anterior. El protagonista de dicha imagen era un señor con ropajes muy antiguos, tocando un acordeón y sonriendo a cámara. Preguntada a mi madre por aquel señor; la respuesta habría de ser toda una sorpresa. Efectivamente era el abuelo de mi madre y padre de mi abuela. Me pareció extraño que mi abuela que a veces se encargaba de recogerme en el conservatorio cuando aún era una niña pequeña, nunca me hablase de él. Mi madre me dijo que su abuelo había abandonado a mi tatarabuela y a sus cinco hijos a su suerte. Se marchó de casa una mañana con su acordeón, supuestamente se iba a tocar a Ribadeo, pero se supo más tarde, por compañeros suyos, que se había ido a Lisboa. Allí estuvo acompañando a cantantes de fados un periodo de tiempo. Alguna vez les mandó un poco de dinero y tres tarjetas postales. La última desde Nueva York.

Una se queda más tranquila y orgullosa de la genética al saber que ya hubo antepasados dedicándose a la música. Vale, como personas, un poco tarambanas y aventureros. Pero sobre todo hay que resaltar que ellos y concretamente mi tatarabuelo, ha sido el precursor de que yo esté donde ahora estoy, de mi amor por la música, y como decía Juan Pardo: “Bravo por la música, que nos hace mágicos” En estos tiempos que vivimos sólo puedo decir, “La cultura es segura, y la música más.


 

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