Vecinos de arriba - Marian Muñoz




En ocasiones el cerebro va a su bola enviando recuerdos que conecta de forma un tanto peculiar, por ejemplo: estaba compadeciendo a los amigos que el día del apagón tuvieron que subir a casa sin ascensor, a partir de un quinto piso. Es la altura con escaleras a la que actualmente llego sin gran esfuerzo, a partir de ahí mi cuerpo no esta preparado para tanto peldaño. Y sin saber cómo recordé mi niñez viviendo en un primero, el ascensor era algo anecdótico y objeto de asombro y curiosidad. Mis mejores amigas vivían encima nuestro, al despertar cada mañana oía sus pisadas o la pelota corriendo por el pasillo pateada por su hermano, señal de estar despiertas. Entonces me apresuraba con el desayuno, preparándome a la carrera para salir a la calle con la comba o la goma, llamándolas a gritos desde la acera, asomándose a la ventana bajaban rápidamente. A pesar de ser pequeña mi voz se oía perfectamente al no haber tantos coches por la carretera como ahora, ni el entorno era tan ruidoso como el de hoy en día.

Después nos trasladamos a vivir a un dúplex en Salinas, al estar los dormitorios en la planta baja, el sonido mañanero más cotidiano era el rumor de las olas o conversaciones a gritos de veraneantes en la playa. Si en el piso de arriba se oía a mamá cacharreando en la cocina o despidiendo a papá para acudir al trabajo, nos indicaba el momento apropiado para levantarnos. Continuando el periplo nos mudamos a la ciudad, aunque ya era adolescente he de reconocer a la postre mi ingenuidad. En el piso de arriba vivía otra familia, más joven que la nuestra, y justo encima de mi habitación se encontraba el dormitorio conyugal. Solía tener el sueño profundo hasta que algún sonido fuera de lugar me despertaba, era entonces cuando oía el ñiqui, ñiqui de muelles de una cama, los imaginaba saltando encima de ella jugando a yo que sé, el caso es que al compartir ascensor por más que los miraba parecían poco joviales, eso sí, llegaron a ser familia numerosa.

Tras una larga búsqueda me mudé con mi chico a un nuevo hogar, el piso de arriba estaba alquilado a estudiantes, las juergas con música o ruidosas conversaciones eran constantes los fines de semana, por no hablar de arrastrar muebles o broncas entre ellos. Por suerte duraron poco y los que les sucedieron han sido más formales, más cuidadosos con el mobiliario y las fiestas son ocasionales, afortunadamente aún conservo la profundidad de mi sueño si bien he de reconocer que con los años he ido perdiendo oído y no me entero de nada.

Es posible que el problema ahora sea yo, mi torpeza va en aumento, se me caen cosas a menudo o tropiezo con patas y puertas por el trajín diario, además del alto volumen del televisor al haber canales que susurran más que hablan y locutores que no vocalizan bien, en fin, a pesar de ello, espero no ser una molesta vecina de arriba.