Mi calle de jugar - Dori Terán

                                          La Carretera, Niños, Jugar, Multicolor

 

 

 

 A menudo en mis desplazamientos cotidianos paso a su vera. Alguna vez, al hacerlo acompañada de mis hijos que ya son hombres maduros, paro el coche, me enderezo orgullosa en el asiento y con solemnidad y cariño les muestro con la mano en un gesto delicado y firme mientras les digo:-“Ahí teneis mi calle de jugar. No la cambio por vuestras consolas y artilugios con los que os habeís criado”. La emoción que me cala y la huella que ha dejado en mi infancia, en mi vida toda, se escapa por algún lado y les llega, Javi llega a decirme:-“Como jugar en el pueblo mamá, que afortunada, tu calle para ti todo el año, no solo en verano”.

Ellos que desde pequeños entre las dudas que les planteaba el discurrir de la vida tenían aquella pregunta insistente:-“¿Cómo hay niños que no tienen pueblo?¡Es una injusticia!”, saben y conocen con detalle mis andanzas y vivencias en mi calle. Saben que tienen que mirar fotos si quieren reconocer el lugar que yo les cuento porque hoy el asfalto ha ganado el terreno, muros estéticos y construcciones nuevas han puesto otro orden allí. Mi calle era un arenal de playa, el mar en su retirada nos dejó la blanca arena sobre la que creció en algún montículo pequeñas plantas verdes propias, a las que nos agarrábamos los niños cuando patinando sobre cartones y otras veces rodando nuestros cuerpecillos aterrizábamos a los pies del montículo y la alfombra arenosa nos recibía empanados, jadeantes y ruidosos entre risas y aventuras inventadas. Nuestro máximo propósito era jugar. Al volver de la escuela tenía que centrarme en los tediosos deberes. Era un esfuerzo supremo porque mi mente solo pensaba en coger el bocadillo de la merienda, ir a las puertas de Yoli, de Rosa Mari, de Emilio, de Rafa y muchos más, para preguntar:”¿ Sales a jugar?” Y ella, nuestra calle de jugar nos ofrecía cada rincón libre y hermoso donde nuestra imaginación se disparaba y eramos todo lo que se puede ser. Una cantante con zapatos de tacón hechos con latas de conserva que sujetábamos al zapato y que habíamos encontrado en el basurero, con puntillas de la enagua que asomaban al remangarnos la falda, con colorete en la cara obtenido de los trozos de ladrillo que allí abundaban, los mismos con que pintábamos el cascayo. Y cantábamos subidos a las mesetas que sujetaban la torre de alta tensión al final de la calle. Yo era Marisol, “corre, corre caballito trota por la carretera… ” A menudo jugábamos al escondite en los pinares que mi calle escondía tras los edificios y los gallineros. Era digno el canto de los gallos en el patio trasero en el que también había un pozo que nos abastecía del agua a consumir en los hogares. Hasta que se hacía de noche jugábamos, imaginábamos, soñábamos. Con las primeras luces de las farolas resonaba como un eco las voces de cada madre llamando a su retoño para subir a cenar. ¡Cuantas veces simulé sordera¡. Mi hermano tenía otra estrategia, subía a casa, abría la ventana y tiraba el cubo y la pala con la que había estado jugando en la arena. Luego con cara inocente decía.-“Mama, tengo que ir a la calle se me ha caído sin querer el cubo y la pala”. Cuando esto le dejó de funcionar, le vi muchas veces subir a casa completamente tieso y a grito pelado bajo el brazo de mi padre escaleras arriba. Mi calle tenía y tiene nombre de héroe de leyenda Calle del Cid Campeador y yo creo que allí vivía el espíritu de la aventura y la libertad que todos los niños ansiamos y disfrutamos como nadie cuando se nos ofrece. Me quedó grabado para siempre ese aroma que rompe los moldes y normas que una sociedad tal vez demasiado manipuladora nos impone. Ya entonces los niños de mi calle rompíamos muchas de esas normas incomprensibles y puede que de ahí me haya quedado esa afición de faltar a muchas otras ilógicas e irreverentes, durante toda mi vida. Amo mi calle de jugar.

 

 

 

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