Su reflejo le espera, impaciente, al otro lado del espejo. Lo que ve es tan seductor que la tentación de salir de su incómoda zona de confort le gana el pulso a sus muñecas marcadas de mil y una cicatrices.
Despacio, va entrando. Le gusta lo que siente. Calma, silencio, el dolor no martillea sus sentidos…
-¡Maria! ¡Hora de cenar!
El hechizo se rompe. el dolor regresa. Ya volverá a intentarlo cuando no haya nadie que le grite.
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