Menuda estafa - Marian Muñoz

                                           



La economía en casa es muy justita, no pasamos necesidades pero no hay para gastar en tonterías, bastante tienen mis padres con pagarme la universidad menos mal que ayudo dando clases a niños pequeños. Íbamos a comenzar el último curso de la carrera, tenía esperanzas de acabarla y aún así la graduación se iba a celebrar aprobara o no, por lo que estuve desde el verano ahorrando para al año siguiente tener suficiente y comprarme un bonito vestido, por las fotos de años anteriores tanto los profesores como los estudiantes se lo tomaban muy en serio y vestían traje de gala.

Casualmente ese verano tuve que impartir muchas clases particulares para que los niños sacaran el curso en septiembre, al parecer los profesores habían sido más duros de lo normal y hubo bastantes suspensos que intenté enmendar con mis alumnos, por suerte todos aprobaron e inicié el nuevo curso contenta y esperanzada con mis ahorrillos en la cartilla. En ratos libres de fin de semana solía ir de tiendas con mi amiga Lara, no comprábamos pero echábamos un ojo a la ropa incluso aquella que más nos gustaba la probábamos para ver cómo nos sentaba. Se puede decir que siempre recalábamos en las mismas tiendas y nos conocíamos al dedillo los modelitos. Ninguno en especial me hacía ilusión. Pero un día descubrimos una boutique de esas caras y finas, donde tan sólo con mirar los escaparates parece te fueran a cobrar, la ropa era muy distinta a la que solíamos tentar en otros comercios, se veía elegante, tela de buen género y colores que entraban fácilmente por el ojo, allí en un maniquí vi mi vestido, ese que quita el sentido nada más verlo y cuyo tono me iba como un guante, decididamente era el mío, el que estaba buscando para ser la reina de la graduación, sólo que el precio era bastante caro, por encima de mis posibilidades, intenté descartarlo pero no lo quitaba de mi cabeza.

Sábado tras sábado recalábamos en aquella boutique, me quedaba mirando el escaparate y cuanto le costaba a mi amiga despegarme de él, maldije el momento en que me fijé porque ahora todos los que veía no hacía más que compararlos con aquel. Una mañana acababa de ir a la peluquería a cortarme el pelo y vistiendo mi mejor ropa me acerqué sola, entré y me probé el vestido, me quedaba como un guante, la tela era cálida y cómoda, tan sólo me quedaba un pelín ancho pero con una puntada en sitio estratégico se arreglaría. Se suponía que el modelito era para Nochevieja a pesar de tener manga corta, de escote francés rematado con pedrería de colores igual que en la cintura, su largo hasta la rodilla tenía una caída perfecta para mi figura y no sólo me hacía más esbelta sino que resaltaba aún más mis ojos azules, con todo el dolor de mi corazón tuve que dejarlo allí disimulando haber recibido una llamada y tener que marcharme. Decidí que si aún duraba en las rebajas de enero definitivamente me lo compraría, entre lo ahorrado, los reyes de la abuela y mi madrina seguro que me daba para ello. Aún así cada sábado acudía a mi cita con el vestido, lo miraba y compulsivamente intentaba adivinar si en el colgador de su interior aún había más.

Las fiestas de navidad discurrieron con normalidad, los compañeros de clase comenzaron a planear la orla, donde ir a celebrarlo y algunos como yo intentando hacer maravillas para pagarlo todo. Finalmente comimos las uvas y el roscón para poder retomar nuevamente las clases pero antes debía acudir a mi cita con el vestido, mi vestido.

Primer día de rebajas, había quedado con Lara en acompañarla a por un abrigo y unas botas que les tenía echado el ojo, pero antes de nada acudí sola a la tienda tanto tiempo deseada. Fui de las primeras en entrar, me dirijo al colgador de los vestidos de fiesta y allí no está, sigo buscando impaciente por el resto del local y descubro apenada que tampoco está, mi vestido ha volado y mi desazón es tremenda. Miro hacia arriba y compruebo que en mi tienda deseada hay espejos que en ésta no hay, me fijo mejor a mi alrededor y es que me he equivocado de comercio, tan ofuscada estaba que ni me había dado cuenta. Salgo apresuradamente a la calle y orientándome voy a la carrera a la boutique, esta vez sí estaba donde quería estar. Unas pocas mujeres armaban algarabía en su interior, todas muy puestas con ropa de marca y arregladas, más no me importaba y caminé hasta el colgador donde hacía poco estaba mi vestido, eso, hace poco, porque tampoco estaba. Miro aquí, miro allá, nada que no lo encuentro, no había rastro del mismo, ni siquiera los otros que no me gustaban andaban por allí, debido a la frustración me dio un bajón y me mareé, disimulando me metí en el aseo y tras sentarme en la taza rompí a llorar, la vergüenza me inundaba y la decepción me embargaba, cuando paré de llorar me recompuse para salir lo más digna posible, pero no sé qué tenía en la cabeza que en vez de ir hacia la tienda giré en sentido contrario por el pasillo hacia, pues no sé muy bien lo que era aquello, parecía un almacén pero tenía cristaleras tan grandes como escaparates, estaban tapadas con papeles serigrafiados con el nombre de la tienda que permitían entrar la luz de la calle. Dicha luz iluminaba una estancia un poco trasteada, había cajas, bolsas, cartones grandes con la palabra REBAJAS, en otros más pequeños estaba escrito el porcentaje: 30%, 40% y 50%, otros distintivos más pequeños se notaba que eran para pegar en las etiquetas de la ropa, y tres percheros con ropa colgada.

Decidí marcharme antes que me pillaran donde no debía estar, al girarme vi al fondo brillar una tela, ¡era mi vestido! allí estaban los tres que quedaban junto con modelitos caros que no tenían intención de sacar, ¡menuda estafa! La indignación bulló dentro de mí como una cafetera y en mi mente cundió una idea. Busqué mi talla, cogí el vestido, le puse en la etiqueta del precio la pegatina REBAJAS y el de 50%, antes de que me pillaran corrí hacia la tienda, disimulando aún jadeante me puse a la cola, tenía delante a cuatro señoras, tiempo suficiente de calmarme y poner mi mejor cara, cuando llegó mi turno me acerqué a la cajera y le di el vestido me miró dudosa a la par que asombrada, pero con mi mejor sonrisa y mi cara de niña buena le di el dinero y me marché con él. ¡Aleluya, lo había conseguido, por fin era mío! como loca acudí a la cita con mi amiga que compró ropa más económica a precio de ganga. ¡Menudos estafadores están hechos los comerciantes!

Llegó el mes de junio, los exámenes fueron duros y las noches largas de tanto estudiar, la pandemia nos había dado de lleno y si bien al principio las clases fueron presenciales enseguida cogieron miedo los profesores y las pusieron online. Todo lo hacíamos por internet, los trabajos y los exámenes, incluso las listas de los aprobados donde figuraba de las primeras, el esfuerzo había valido la pena. Designaron fecha para la graduación, con tanta tienda cerrada y también los grandes almacenes, me fue imposible comprarme zapatos a juego con el vestido y tuve que pedirle prestados unos a mi madrina que tenía de una boda, ya que calzamos el mismo número, lo difícil iba a ser combinar una chaqueta o un chal, quizás por internet encontraría algo. Mientras tanto el decano de la facultad dilucidaba si la graduación iba a ser presencial y cómo. Pues no, el acto fue online, tan sólo la mitad nos habíamos apuntado y como ni iba haber pincheo, ni cena, ni celebración fraternal, nos conectamos todos al ordenador y a escuchar al rector, a los profes y al compañero encargado de hablar. ¡Otra estafa! Menudo planazo, las chicas sobre todo estábamos deseosas de lucir nuestros modelitos y nos encerraban en casa, no había derecho, pero donde hay patrón no manda marinero y al ser el coronavirus tan contagioso lo hicimos así. En pantalla nos veíamos todos, los profes y los alumnos, algunos en mangas de camisa, otros de camiseta y alguno con corbata, pero yo me puse mi vestido divino de la muerte además de peinarme un recogido que quitaba el hipo, fui la más elegante de todas y tan bien di en pantalla que me llovieron algunas citas para compartir tardes de verano en alguna terraza. El trabajo me llegó enseguida y ahora estoy muy ocupada con mi trabajo además de tomar todas las precauciones para no pillar el virus, creo que al final el vestido me trajo suerte y mi osadía también.




 

 

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