El rugido del volcán - Marian Muñoz

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Más vale escabullirme entre la muchedumbre y pasar desapercibida porque si me pilla un periodista no me aguantaré soltar el cabreo monumental que tengo y saldré por la tele como una chiflada. Que sí que me alegro por mis convecinos de que el volcán esté echando una siesta de otros cincuenta años, pero es que manda narices cuando tiró aquel pedo y empezó a escupir lava me fastidió la vida que tenía tan felizmente encauzada con un buen trabajo, y ahora que se ha apagado me hace lo mismo tras haber ideado un negocio para salir a flote económicamente. Por eso estoy que me llevan los demonios y súper enfadada.


Durante estos meses hemos sufrido todos el rugido del maldito volcán, al principio los temblores, luego el apestoso vaho acompañado de lava, cenizas y pyroclastos, además de bombas volcánicas, fumarolas y según el momento la erupción podía ser estromboliana, hawaiana, vesubiana, en fin, además de aprender multitud de palabras técnicas sobre la naturaleza de nuestro enemigo también hemos ganado terreno con las fajanas, por no hablar del malpaís que quedará encima de muchas casas, un horror y un terror que será difícil de olvidar ni siquiera por los más pequeños que aún se despiertan sintiendo los temblores que ya cesaron, el volcán se apaga pero la angustia y el desconcierto durará muchos años más.


Aquel 19 de setiembre iba para cinco años que residía en la isla gracias a un error garrafal en la compra del billete de avión. Quería ir a Las Palmas de Gran Canaria y pillé uno barato para La Palma. Cuando salí del aeropuerto tropecé con un entorno inesperado y totalmente perdida, la intención era trabajar en algún complejo turístico de los que están plagados en aquella isla, por el contrario sólo veía viviendas pequeñas, pueblos recogidos y coquetos a lo largo de la falda de la montaña. Únicamente había comprado ida, el presupuesto no daba para más y coger otro vuelo era impensable. Tras dos días llorando en una pensión decidí tirar para adelante y buscarme la vida. Gracias a mi don de lenguas me ofrecí en hoteles, apartamentos, agencias de viajes y fue en una de éstas donde me aceptaron y enseñaron a ser una buena guía de La Palma.

Con el ahorro de los primeros sueldos compré una cuadra acondicionada como vivienda con un trozo de terreno y el baño fuera de las cuatro paredes que la componían. En ratos libres la fui remozando y convirtiéndola en un hogar, diminuto pero acogedor. La agencia turística me ocupaba tres días a la semana y tras hacer un curso intensivo me registré como free lance de aventura llevando grupos de hasta diez personas para hacer senderismo, parapente, buceo o rutas en barco, obtenía pingües ganancias que permitieron reformar mi hogar e incluir entre las cuatro paredes el baño exterior.

El albañil fue recomendado por su hermana, mi jefa en la agencia de turismo, un tío majo y afable como todos los isleños. Me había escapado de un padre maltratador y una madrastra drogadicta así que cualquier muestra de educación o amabilidad me hacía sentir bien. Tras la inclusión del baño llegó el ampliar la cocina, una obra que duró más tiempo del debido y tuvimos ocasión de conocernos mejor y congeniar, al terminarla se mudó conmigo. Sus manos como albañil eran diestras y certeras pero como amante eran mágicas y tiernas, su sola sonrisa ya iluminaba el día estando siempre de buen humor, la lástima era que pasaba bastantes semanas en otras islas al tener fama de ser uno de los mejores del archipiélago. Sus ausencias no me disgustaban porque sus retornos eran tan deseados como satisfactorios, él pertenecía a la isla y siempre volvía.

Dos días antes de la erupción y preparando la bolsa de viaje entre temblor y temblor me cuenta que no sabe vivir sólo y mucho menos en una habitación de hotel, así que tiene una novia en cada isla con la que convive mientras está trabajando. Con ninguna está casado ni tiene descendencia al haberse hecho la vasectomía hace mucho por no ser adecuado tener un hijo en cada isla. -No sabía si me estaba lanzando un órdago o estaba sincerándose, opté por seguir escuchándole-. Confesaba que quería envejecer conmigo, siempre volvería a la isla porque era su hogar y ninguna de las otras conocía la verdad, sólo me amaba a mí y por esa razón me lo contaba. Quedé tan traspuesta que se despidió dándome un beso y no pude decirle nada.


Los temblores en la isla eran cada vez más fuertes y frecuentes, comenzando a temer lo peor su hermana me aconsejó hacer las maletas con lo más imprescindible: documentación, recuerdos, joyas, dinero, todo aquello que considerase importante y depositarlo en su casa al otro lado de la isla donde la vida se llevaba con más normalidad. Menos mal que le hice caso al dejarle también las dos mascotas, dos perritos recogidos de la calle, juguetones y cariñosos que aliviaban mi soledad porque en cuanto el volcán escupió aquella fumarola y luego la lava por sus laderas tuvimos que abandonar nuestras viviendas rápidamente, más por precaución que por otra cosa ya que mi barrio no parecía peligrar según la dirección de las coladas, pero la caída de tanta ceniza podía provocar derrumbes de tejados por lo que me alojé en casa de ella viéndome obligada a cesar toda actividad turística, tanto por el cierre del aeropuerto y ferris como por ser peligroso respirar en muchas ocasiones aquel aire cargado de azufre.


No podía estar de brazos cruzados y me apunté como voluntaria, mi cuenta bancaria estaba adelgazando al seguir pagando hipoteca, luz, agua, teléfono y no tener ingreso alguno, me veía otra vez como al principio de llegar con una mano delante y otra detrás aunque con amigos y vecinos a los que consolar y ayudar. Una noche mientras leía las noticias se me ocurrió una idea. Hay gente que vende por internet sus bragas usadas, sujetadores o envasa pedos, yo tenía acceso a algo inusual que podía interesar: ceniza. Por turnos nos permitían acudir a limpiar los tejados y las casas de tanta acumulada debiendo depositarla en contenedores del ayuntamiento. Pues bien, empecé a quedarme las bolsas, alquilé un pequeño local, encargué quinientos tarros pequeños y otros trescientos más grandes, creé un logo que imprimí y monté una página web ofertando tarros con ceniza del volcán Cumbre Vieja. Los vendía a tres euros más gastos de envío, los grandes a seis y si incluían una pequeña piedra de la isla subían un euro más. Me los quitaban de las manos, inventé un sistema para protegerlos y no se rompieran en la manipulación, cada día enviaba entre ochenta y cien tarros. El importe no era mucho pero las ganancias eran casi totales ya que los envases los había conseguido baratos y la materia prima caía del cielo. Cuando no tenía ceniza casera ofrecía mi ayuda a otros y me guardaba las bolsas sin que se enterasen. Por fin había conseguido sacar rédito al volcán ya que todos los días llovía ceniza, llevándolo en secreto para que nadie me quitara el negocio.

Por desgracia para mí pero alivio para mis convecinos el volcán comenzó a mostrar signos de cansancio, dejó de escupir lava, la tierra se fue calmando y finalmente se ha apagado. Mi casa sigue en pie, bastante sucia pero aún la conservo, mis ingresos están a punto de terminarse porque no puedo disimular más la recogida de ceniza y cuando un volcán se apaga deja de interesar a los foráneos. Por eso ando cabreada ya que aún tardaremos unas semanas en retomar las excursiones turísticas o la práctica de senderismo, parapente o buceo, eso sí, al menos conseguí darle un buen mordisco al enemigo de la isla para seguir sobreviviendo a sus destrozos.


Con el silencio del volcán llegó mi amor, ha retornado para echarme una mano en la limpieza y trabajar reconstruyendo en otro lugar los pueblos sepultados, en cuanto a las otras he pensado que no me importan, lo que interesa es el hoy y el ahora mientras le tenga a mi lado disfrutaré con su presencia, pero ya le avisé que vaya pensando en el matrimonio que quiero tener hijos con él aunque no sean suyos.

 

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