El sofá de dos plazas se convirtió en uno para tres. Un vacío ocupó el hueco entre nosotros. Y yo me sentí aún más sola mientras tú ponías ojitos a veintidós tipos en pantalón corto.
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El amor sale por la ventana cuando la puerta de la casa da el último portazo. Entonces el eco se queda en soledad mirando a la pared.
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Sí, quiero, me dijiste. O más bien, se lo dijiste al cura. Yo también recuerdo haberlo dicho. Desde entonces no me has vuelto a decir nada. Yo tampoco me escucho ya decirnos.
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O la moto o yo, te di a elegir. Escogiste la moto. Tú fuiste libre. Y yo me sentí estúpida. Sola. Lenta.
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La soledad me quiere y me abraza con ternura; y yo me escapo.
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De madrugada somos unos extraños para nosotros mismos. A oscuras todavía no reconocemos que estamos solos.
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Cuando llegues al Sol dejarás de sentirte sola.
Quizá necesite la luz de la Luna, para que mi sombra brille. Ya estaré acompañada.
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Miro tus ojos, pero tus ojos no me ven. Escucho tu risa; tus oídos están sordos a mis ideas. Quiero tocar tu cuerpo, fundirnos dos en uno. Pero tú huyes y mi cuerpo se deshace en lágrimas. Y me voy al mar; allí me hundo, despacio, sola, muda, cansada.
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Tu deseo cambió de estrategia. Encontró a otra. Ahora mi deseo está solo. Y se muere.
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Ya es invierno, las luces se apagan, las almas vagan en la noche, perdidas entre hojas secas, llamándose. Ya nadie escucha. Ya está oscuro. Ya llegó el frío a todas las almas.
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Cuando ella te agarra con sus brazos fuertes ya no hay escapatoria. Aunque sueñes con los abrazos de otro, ella ya te ha cazado. Sola, enamorada de un sueño cálido.
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Cuando todo se quedó en silencio, algo luchó por salir de tus labios. Al borde de ti mismo quedaste. No pude ayudarte, temiendo caer al fondo del barranco. Tú caíste. Te quedaste allí abajo, solo. Como muerto. Yo, desde arriba, derramé una lágrima por ti. Sola. Y viva.
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Mi soledad y yo acompañamos al cubo de helado la tarde que tú decidiste que ya estabas cansado de vivir así.
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¿Así? ¿Cómo? ¿Conmigo?, le pregunté.
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No, así,… Solos los dos. –respondió- Necesito algo.
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¿Un menage a trois?, inquirí.
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No, es algo más profundo que eso.
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Un psicólogo, tal vez…, sugerí entonces.
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No, no estoy loco, ni depresivo, ni… Pero me falta…
Tal vez era él que sobraba en su soledad de dos.
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