Vivir online - Esperanza Tirado

                                             

 


Qué bien, poder comprar sin salir de casa, sin tener que usar la mascarilla, que con lo caras que valen...

Y así te ahorras colas y esperas, que te dejan las piernas gordas como butifarras, y empujones del que viene detrás. Haber madrugado un poco más… Lo que son las cosas modernas.

Total, que mi nieta un día llegó a mi casa de visita y me sacó una tarjeta para poder comprar por internet. Que era más fácil y más barato hacerlo onlain. Que con hacer click ya comprabas de todo. Hasta de rebajas y te lo llevaban a casa.

Yo eso de comprar sin tocar ni ver el género no lo tenía nada claro. Que yo era de las de la cesta de la compra de toda la vida, le decía yo. Que me parecía una estafa eso de no dar el dinero en mano. ¿Quién lo recogería? ¿De verdad llegaba a quien tenía que llegar?

Antigua’, me decía mi nieta, mientras ella tecleaba como una posesa desde su teléfono. Que a su padre, mi hijo, le había costado un ojo de la cara. Y parte del otro.

Que ahora es todo en plan onlain, abue’. Y ella erre que erre con la palabreja. Yo no sabía qué quería decir eso. Y ella seguía dándole a la tecla y mandando corazones y caritas sonrientes a la velocidad del rayo.

Y yo con mi tarjeta mirando la pantalla sin saber en qué ranura meterla. Porque mi teléfono es para llamar y ya está. De siempre.

Hasta que un día los de servicios sociales del ayuntamiento nos mandaron una carta a los de la tercera edad para darnos varias charlas sobre el consumo en la nueva normalidad, por lo del bicho y todo eso. Que nos trae a todos de cabeza. Y es que las amigas de toda la vida ya no podemos ni juntarnos para ir a jugar al bingo ni a las cartas. Es un fastidio.

Nos regalaron mascarillas, nos aconsejaron cómo usarlas y por fin me enteré de qué significaba eso de onlain que me repetía tanto mi nieta.

Y ahora estoy encantada. A pesar de no poder tomar el café en el sitio de siempre, ya sé conectarme online, ahora ya lo digo bien, y ver a mis amigas en sus pantallitas. Y también a mi nieta, que ya no viene tanto a casa, por si acaso yo me pongo mala, porque soy mayor y puedo caer más fácilmente. No es lo mismo, porque ya no le puedo dar besos ni achuchones. A cambio, de vez en cuando, le hago un bizum sin que sus padres se enteren, cosa que ella agradece mucho más que mis achuchones de vieja. Y me enseña sus trapitos en nuestra videollamada de cada tarde

Abuelita, cuando pase todo esto, me dice, te voy a dar todos los besos que no te he podido dar estos meses y nos iremos juntas de compras. Como antes.

Si es que no hay nada como la juventud, tesoro divino. Lo que se aprende con ellos.

 

 

 

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