
Adiós, mamá, adiós. Sí, que cuelgo ya, que no me quedan más monedas y hay
una cola que da vuelta al campamento. Que sí, mamá, que me ducho todos los
días. Como bien, de verdad, hasta los guisantes gordos. La mochila está debajo
de la cama, con la etiqueta que me bordaste. Y no he perdido ni un calcetín, te
lo juro. Cuando vuelva llamo. Vale, llamaré todos los días hasta la vuelta. Te lo
prometo. Celebraremos mi treinta cumpleaños el domingo siguiente.

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