Sigo dando la cena a los niños a las ocho. Les pongo el pijama, les acuesto, les
leo un cuento y apagamos la luz. Ellos siempre te desean buenas noches antes
de cerrar los ojos. Yo voy a la cocina, me sirvo un vino, picoteo algo, veo la tele
y me acuesto mientras repaso el horario de mañana. A las seis suena el
despertador. Como ves, nada ha cambiado desde que tú decidiste cambiarlo todo
para siempre. Bueno, ahora tu madre me llama los domingos. Y, a veces,
quedamos para dar un paseo y dejarte flores.

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