El cambio necesita otra educación - Marga Pérez






Con un gran cartel “Políticos, iros a tomar conciencia” Juan García fue recibido en el Centro de Sensibilización y Reeducación Política que le correspondía. Sabía dónde estaban situados los radares fijos , fue lo primero que le enseñaron al salir elegido y poner los pies en el Congreso, pero alguno de los móviles le había jugado una mala pasada.

Los radares se convirtieron, después de años y legislaturas conflictivas, en los dispositivos tecnológicos más efectivos para determinar la buena voluntad de los políticos, su actitud frente al contrario, su capacidad para resolver problemas... Tomaban nota de todo lo que decían para, a través de un sofisticado proceso psico-informático, detectar al político que no estuviera mentalizado de lo que implicaba ser un servidor público. Si era así se le daba la oportunidad de ser reeducado. Todos sabían que había llegado el momento de trabajar por y para el pueblo, de desterrar el quítate tu para ponerme yo, de dejar a un lado los intereses personales y de partido… la sociedad así se lo demandaba. El pueblo no estaba dispuesto a seguir manteniendo a políticos ineptos, corruptos y sinvergüenzas. Esa época estaba más que superada.

Sólo tenían tres oportunidades, si el radar captaba expresiones que impedían el acuerdo, favorecían bloqueos o enmarañaban los avances, el político era carne de reeducación. Los que reincidían tres veces tenía que dedicarse a otra cosa, estaba claro, la política no era para ellos.

Juan García era la primera vez que acudía a un centro de estas características. Sabía lo que implicaba no superarlo y estaba , más que nervioso, expectante . Entró a una habitación a oscuras. Pequeñas luces en el suelo le indicaban el camino a seguir hasta llegar a una especie de cubo con luz propia. Cuando se sentó en el , quedó totalmente a oscuras, las luces desaparecieron. El cubo era de un material que le permitía hundirse de tal manera que quedaba recostado sobre un molde de su propio cuerpo, con la cabeza apoyada , las piernas estiradas y los pies sobre otro cubo más pequeño que, enseguida, adoptó la forma de sus pies. Estaba en la gloria. Podían contarle todo lo que quisieran porque en esa posición podría estar toda la vida…. La habitación en la que se encontraba era grande, de techos muy altos y paredes blancas. La vio cuando, desde algún sitio, proyectaron un inmenso cielo azul que llenaba todo el espacio de luz mañanera. Juan García se vio en medio del cielo sintiendo el calor solar que le acariciaba. No se oía nada. Pasaban nubes… A lo lejos algo se iba acercando. Empezaba a oír graznidos lejanos que crecían poco a poco. Eran gansos volando en formación de V… “Los científicos han descubierto por qué los gansos vuelan juntos formando esa V, todo el grupo aumenta, al menos un 70% su poder de vuelo, en comparación a si lo hiciera un ganso solo. Los gansos que van detrás producen un sonido para estimular a los que van delante para mantener la velocidad, les van dando ánimos, porque el esfuerzo del que va en la punta siempre es mayor. Cuando el líder se cansa, uno de los de atrás toma su lugar”

Entre graznidos destemplados, Juan García escuchaba la explicación y veía cómo, una y otra vez, los gansos se iban turnando en el vértice de la V y cómo los demás gritaban animando a su compañero mientras recorrían kilómetros y kilómetros en busca de tierras más cálidas y alimento. Más de una hora estuvo observando ese peculiar vuelo… SIN COLABORACIÓN NO HAY FUTURO, con esta frase se fueron perdiendo en el horizonte y los graznidos desaparecieron. La sala volvió a quedar a oscuras y enseguida otra proyección introdujo a Juan García en otro ambiente bien distinto. Agua por todas partes. Al desaparecer el sol la temperatura de la sala también bajó y, no sabía por qué, pero sentía una mayor humedad en el ambiente. Un banco inmenso de peces irrumpió lleno de movimientos sincronizados. Una voz en of explicaba cómo los peces se unían para protegerse de los depredadores y ahorrar energía al recorrer largas distancias. Al moverse de forma sincronizada iban más rápido, gastaban menos energía y necesitaban menos alimento. Su supervivencia aumentaba al agruparse. Más del 25% de las especies de peces se organizaban en bancos… Juan García estaba absorto viendo los bruscos movimientos que realizaban todos a la vez, sin chocarse, sin perder el ritmo, hacia arriba, hacia abajo, juntándose, separándose… Era como un baile sin nadie que dirigiese, todos actuaban, sabían qué hacer … Estaba entrando en un estado casi hipnótico cuando el banco desapareció dejando el mismo mensaje: SIN COLABORACIÓN NO HAY FUTURO

Sin pasar por la pausa de la oscuridad se proyectó un paisaje polar, blanco, frío, inhóspito. El viento helador del invierno antártico levantaba polvo de nieve alrededor suyo. La temperatura de la sala también bajó. Juan García sintió cómo un aire frío subía desde los pies hasta su rostro, se respingó. Entre tanto polvo de nieve revoloteando entre hielo empezó a distinguir una masa oscura. Una inmensa masa oscura en continuo movimiento. Eran pingüinos emperadores. Machos incubando un huevo entre sus patas, dándose calor para no morir a menos de 50 º bajo cero, a la intemperie, y con vientos de más de doscientos kilómetros hora dando sobre sus cuerpos. Miles de pingüinos que formaban una inmensa melé en continuo movimiento buscando el calor de todos ellos. El movimiento era rotativo, todos pasaban por los mejores y los peores puestos. El viento polar, el frío, era el problema que les llevaba a actuar así… Después de más de media hora observando a los pingüinos moviéndose entre viento polar, Juan García daría algo por tener a su lado a otros como él que pudiesen darle calor. Estaba helado. Los dientes le castañeteaban... De forma brusca la sala se quedó en silencio, todo se apagó, estaba a oscuras… Juan García esperaba que sucediera algo pero, pasaban los minutos y, no sucedía nada.

- Eh, ¿qué pasa? ¿Hay alguien? - Dijo perplejo

Varias voces contestaron casi a la vez

-Si, estoy aquí.

Cinco personas, como el, estaban haciendo el curso de reeducación. No se habían visto, no se conocían y no sabían qué era lo que estaba pasando, qué hacían allí a oscuras y muertos de frío.

Juan García se levantó y, a gatas, se dirigió hacia la voz que oía más cerca. Los demás hicieron lo mismo y enseguida estuvieron todos sentados en el suelo tratando de entender la situación. Gritaron pidiendo ayuda. Buscaron interruptores de luz, puertas, ventanas. Nada. Estaban en un cajón hermético y nadie les oía. Ellos eran su única ayuda.

Les llevó más de seis horas cambiar su actitud y, juntos, encontrar la salida. Confiar en personas que no conocían de ante mano fue el mayor escollo que tuvieron salvar para que el equipo funcionase, pero lo consiguieron y encontraron la forma de salir de aquel agujero. Fuera, ya sabiendo que eso formaba parte del curso que estaban realizando, se presentaron, todos eran políticos, ninguno del mismo partido y, dos de ellos, enemigos declarados. Antes de separarse tomaron unas cervezas, querían conocerse, seguir juntos. Habían roto la barrera que los distanciaba y ya nada impedía su cercanía. Juan García les confesó entre risas que de buena gana hubiera hecho con ellos lo mismo que hacían los pingüinos, otro reconoció que había visto los cielos abiertos cuando se dio cuenta de que no estaba solo...

Se despidieron felices y confiados en el mañana, tenían claro qué era lo que sentían en ese momento . No lo iban a olvidar.


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