Algún día - Esperanza Tirado

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Vive fascinada por los lugares más remotos del Globo, intrigada y asqueada a partes iguales por las comidas más exóticas, aprendiendo idiomas que ya nadie habla, apenada por los animales salvajes en peligro de extinción y conociendo culturas y costumbres milenarias. Disfruta volando por el cielo azul, surcando mil mares y haciendo kilómetros por carreteras desiertas.

Como fan total de Lonely Planet sueña con recorrer todos los rincones del planeta. Y mientras su trasplante de pulmón no se haga realidad seguirá soñando, pegada a una pantalla donde siempre emiten documentales de viajes muy lejanos para ella.





 

 

 

 

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Un agujero de bala - Cristina Muñiz Martín


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Me dieron un uniforme con un agujero de bala a la altura del pecho. Supe que su anterior propietario estaba muerto. Durante toda la guerra cargué con el peso de ese otro cuerpo que ya no existía. Los latidos de mi corazón escapaban por el agujero siniestro. Mi mente se unió a la suya. A cada instante pensaba en qué habría hecho él en ese momento. ¿Sería valiente? ¿De los valientes que arriesgan su vida? ¿O quizá cobarde? De los cobardes que se quedan atrás y se encuentran de repente con un enemigo oculto o con una bala perdida. Nunca lo sabría, pero en los momentos más duros, cuando el agotamiento físico y mental me habían reducido a un ser con ansias de comida intentando mantenerse con vida, hablaba con él. No sabía su nombre, pero reconocía su olor, su silueta, su consistencia. Sentía su cuerpo en mi cuerpo, mis brazos y sus brazos unidos sostenían el fusil, mi estómago y su estómago recibían con alegría una sopa aguada donde flotaban pedazos inciertos de carne. Mis piernas y sus piernas corrían fusionadas. Y cuando roto por dentro y por fuera encontraba unos momentos de descanso inquieto hablábamos de nuestros sueños antiguos sin esperanza de futuro. La guerra acabó y yo sobreviví. Nunca me lo perdoné. Él estaba muerto y yo vivo llevando el mismo uniforme, soportando las mismas calamidades. ¿Qué me hacía a mí diferente? Nada, concluí. Éramos dos en uno. Uno muerto, otro vivo. ¿Qué sentido tenía todo aquello? Al regresar a casa de mis padres vi el pánico reflejado en sus ojos. Mi madre se derrumbó en el suelo y mi padre se agachó para abrazarla. ¿Por qué lloraban con ese desconsuelo? Intenté acercarme a ellos pero alguna fuerza oculta me lo impedía. ¿Qué estaba pasando? Me sorprendí al ver mi uniforme en los brazos de mi madre que, como si estuviera fuera del mundo, pasaba su dedo amoroso y tembloroso por el agujero que había hecho una maldita bala.

 

 

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