Noches sin luna- Dori Terán

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Hoy hace un mes que todo terminó. Eso me cuenta María. No lo creo. Los ojos que perciben lo que nos rodea, son caprichosos, deforman la realidad según el enfoque subjetivo de nuestra mente O no, tal vez no. Tal vez suceda que no existe una sola realidad sino muchas realidades en la misma.

Dice María que Andrés ha abandonado el pueblo y todas las tropelías que en el cometió. Vivencias vestidas de excesos que dañando principalmente su existencia también rebotaron golpeando las vidas y los sentires de Urvel. Pasiones en movimiento como un balón que lanzado con fuerza desmedida va a chocar bruscamente con un muro recio y sale disparado en su arrojo contra todo lo que encuentra en su camino.

Andrés Había llegado a la urbe vieja hacía solo dos años. Urvel cuna de una brillante historia en el pasado, pertenecía ahora a la España vaciada y aislada en usos y costumbres. Aunque envuelta en una naturaleza generosamente hermosa, conservaba en la esencia de sus calles, de sus puertas y su cielo aromas y recuerdos de dramas violentos e inhumanos de un pasado no tan lejano. Las mentes no quisieron olvidar aquella guerra atroz que dividió todo su mundo y lo transmitían cuando narraban a los jóvenes episodios que envenenaban los corazones de recelos y odios entre los pocos habitantes del lugar impidiendo la evolución del perdón y la paz.

La juventud descarada de Andrés invadió cada rincón y cada alma. Un talante cautivador de sonrisa ancha que se escapaba también por sus negros ojos y acariciaba con la mirada. Pronto ofreció dadivoso y esplendido todo su encanto. Realizó para todos las tareas más costosas del devenir diario. Su casa abrió puertas y ventanas, regaló música, libros, fiesta…alegría. Su hombro apoyó los llantos de los que hubieron de despedir hasta la eternidad a seres amados. Sus abrazos rodearon a quienes necesitaron ternura, sostén…amor. Y como el gran sol, Andrés brilló en Urvel. Parecía que el azul del cielo se hubiese desprendido de viejas nubes grises que se resistían a desaparecer. El río siguió su curso con sonoridad rítmica y armónica llenando el aire de sosiego. La montaña tenía dibujada una sonrisa en la cubierta de nieve. Era invierno y como por arte de magia olía a jazmín. Tal vez fueron los ojos, los oídos, el olfato de la gente lo que se había transformado. Pero cuando quieres más…nada es bastante.

Andrés se lió con María. Sí, se lió, esa es la palabra. Aquello distaba mucho de ser amor. La joven más joven del pueblo quedó cautiva de tanta gallardía. Y comenzaron a vivir la aventura del querer que no es la aventura del amor. Matías hacia la vista pequeña, cerraba los ojos ante la situación…María, su joven esposa siempre volvía a casa. Con eso le bastaba. Pero aquella tarde noche no volvió. Matías se encaminó a la casa de las fiestas, de los apoyos, del adulterio. Retozaban desnudos y ebrios. Y el alma añosa de Matías recobró la herida antigua del alma de Urvel y explotó en él como buen hijo foráneo de su historia. Fue Andrés quien en la lucha con Matías logró enfocar el cañón del rifle de caza hacia la persona de Matías. Le abatió con dos tiros y sin más preámbulos que coger un pantalón, corrió, corrió y corrió hasta desaparecer. Se esfumó en el viento recio que sacude los nogales a la vera del río. Tal vez en el murmullo del agua que salta la escollera para seguir su cauce.

Hoy hace un mes que todo terminó, cuenta María. No lo creo. Yo sé que en las noches sin luna, Andrés visita los sueños de María y unen sus cuerpos con ardor brindando por la alegría de la libertad mientras ella al lado de un Matías ya recuperado y para siempre herido repite dulcemente su nombre.




 

 

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