Ya no bailamos contigo la danza prima en las cálidas noches de San Juan ni celebramos, corriendo como locos a tu alrededor, los triunfos y fracasos de todos nuestros equipos del alma.
Las noches de los sábados, siempre de fiesta en nuestra adolescencia, se quedaron lejos. Tan lejos como las últimas cervezas o el último cacharro ‘para el camino’, sentados en tu bordillo, con los pies molidos de bailar y celebrar la noche.
Reconozco que en alguna de esas paradas pisé las flores y las regué haciendo aguas menores. A más de uno y más de dos padeciste en ese atropello. Cosas de la edad, ya sabes.
Éramos tan jóvenes. Yo, tú, nosotros… La ciudad entera disfrutaba sin preocupaciones.
Y, cuando por fin trepaba agotado y feliz a mi cama, pensaba en ti. ¿De qué hablarías con la foca? ¿Te contaría de dónde vino y por qué se fue? ¿Te pediría consejo el elefantito hindú? Siempre me pareció perdido en ese intento de jardín romántico francés, al que el tráfico y la modernidad con apellidos de asfalto le han quitado gran parte de su encanto.
Imagino que en las fiestas del Café Colón tarareabas los ritmos de las orquestas con tus surtidores de agua, arriba y abajo, sin parar, refrescando las noches de verano.
Desde el Casino te animarían también con coros llenos de nostalgia del mar y de los que se fueron lejos. Pero, al igual que las músicas del Café Colón, en los salones del Casino se apagaron los brillos de entonces, hace mucho.
El tiempo ha pasado. Sin darnos cuenta casi. Ya no soy un adolescente sin problemas y ganas de fiesta. Muchos de mis amigos se fueron yendo, en busca de un futuro. Yo debería haberme ido también; pero la tradición familiar mandaba y me hice cargo del local de sastrería de mi abuelo, que después fue de mi padre. Que por desgracia ya no están. Ninguno de los tres.
Maldito tiempo. Es lo que tiene seguir viviendo, que a algunos les llega su final de parada.
A veces mis amigos regresan en vacaciones y quedamos cerca de la fuente. A nuestra adolescencia, a las últimas cervezas, a las despedidas eternas… Pero ya no es lo mismo. Han crecido. Han seguido viviendo. Maldito tiempo que te deja vivir y te lleva lejos de los buenos recuerdos.
Yo me iré, ellos se irán, tú te irás. O te llevarán algún día. Ya no eres útil en esa rotonda que el cemento invade sin piedad.
Todos somos sombras de lo que un día fuimos. Brillamos hasta llegar a ser casi estrellas. Pero nuestro brillo fue efímero y hoy se apaga por algo extraño que flota en el aire. Que nos contagia de una pena honda, que no se pasa ni cantando habaneras ni soñando el mar.
Y los ecos de la danza prima se alejan rumbo a otros mares, tristes porque ya no se danzarán a tu alrededor.
“Quién dirá que no son doce las que da a medianoche…”
“Dejo dos y voy a una y me quedo sin ninguna…”*
A pesar de todo, las estatuas de bronce siguen cerca de ti. Sabrás todos sus secretos, estoy seguro. ¿Conseguiría el joven Sátiro que la Alegoría de la Primavera explotara de deseo, desparramando en todo su esplendor sus flores y su belleza? ¿O quizás la Primavera apagara sus calores en la Fuente del Verano? ¿Tal vez la Diosa Artemis se disputara con Ella los encantos de tan ardoroso amante?
Seguramente el Diablo de la Fuente del Verano maquinaría desde su rincón tretas y engaños para llevárselos a todos al mismo Infierno. Repartiendo cuernos por doquier.
Y Afrodita, siempre en su esquina. Que a veces te mira de reojo, quizá pueda saber las respuestas que tú no das. Pero Ella siempre calla. Sus labios están sellados por el misterio, el pudor y la vergüenza de saberse observada por Don Diablo, el Otoño y el Verano. ¿Qué andarán maquinando entre los tres? Seguramente si pudieran se la llevarían al huerto…
Pero todos los secretos del Parque quedarán enterrados bajo el cemento en el final de los tiempos.
*Versos de la Danza Prima cantada y bailada en Avilés en la noche de San Juan, alrededor de la hoguera colocada cerca de la fuente.
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