Hakuna Matata - Marian Muñoz

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Cerca de casa hay un pequeño bosque por el que suelo pasear. El ayuntamiento acondicionó varios caminos y puentes para bordear o cruzar el pequeño río Raíces, ya que según la época suele estar escaso de agua o pletórico de caudal por el que navegan patos a sus anchas. Si bien voy sola en cuanto piso la calle siempre hay alguna vecina que, llevando la misma intención que yo, me acompaña en la caminata, siendo más entretenido si vas de cháchara con alguien, aunque sea una conversación insustancial.

A Edu no le gusta, dice que es muy aburrido y no me acompaña, pero lo he tomado como una costumbre y sin mi caminata diaria no podría dormir. Suelo ir por las mañanas porque no hay ninguna farola en todo el recorrido, supongo que para preservar lo genuino del bosque, pero anteayer me lié cocinando y salí de tarde tras una pequeña siesta. Aún se veía el sol en el firmamento y extrañamente no encontré compañía en el circuito. No me importó porque estoy capacitada para entretenerme yo solita, bueno cualquiera lo estaría si conviviera con Edu.

El paseo discurrió como siempre hasta que llegué a la zona más frondosa del bosque, la luz malamente se colaba entre las copas de los árboles, pero la gravilla me indicaba por donde seguir. Iba distraída observando mi entorno cuando noto un bulto delante de mí. Al acercarme veo asustada que se trata de un Pumba y dos Pumbitos, el susto me paralizó, no sabía qué hacer, recordaba haber leído que en caso de tropezar con uno era mejor no hacer movimientos bruscos para que no se asustaran y atacaran, así que intenté hacerme lo más invisible posible y que se marcharan.

No lo hacían, había algo en el suelo que les atraía y lo comían, pensé en retroceder poco a poco, pero la salida estaba muy cerca y si retrocedía era retrasar más mi huida, sin pensarlo mucho cogí el móvil entre las dos manos y alzándolo al cielo grité “Nant ingoyaaaaaa ma bagithi baba” igual que había visto hacer en el musical del Rey León al que hacía poco había acudido con mis nietos.

Cuando volví a mirarles me observaban, ahora eran cinco adultos Pumba y unos seis Pumbitos, ¡qué agobio! Si corría iba a ser mucho peor a pesar de entrever detrás de ellos las luces encendidas de las farolas de la calle. Respiré profundamente sopesando cómo resolver el asunto ¡cómo no se me había ocurrido antes! si es que soy un genio.

Hakuna matata, vive y deja vivir

Hakuna matata, vive y sé feliz

Ningún problema debe hacerte sufrir

Lo más fácil es saber decir

Hakuna matata

Recordé que había sido Pumba quien lo cantaba en el musical, y como por arte de magia, los animales se movieron alejándose del camino e internándose en el bosque permitiéndome continuar sin problema, aunque muerta de miedo.

Desde ese día en mi cabeza suena continuamente la canción y desconozco el motivo, pero me siento mucho mejor, así que os lo recomiendo: “Hakuna matata”.


 

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