El hijo pródigo - Marian Muñoz

                                           In the Hospital Sick Male Patient Sleeps on the Bed. Heart Rate Monitor Equipment is on His Finger.

 

 

 

Es sabido que en la etapa de jubilación o te mantienes ocupado con diversas actividades o te aburres mirando al televisor. En mi caso tenía tantas cosas postergadas que el día no me daba para tanto como quería, pero me lo tomaba con calma pues las prisas nunca son buenas. Me encontraba en el supermercado haciendo la compra semanal, lleva su tiempo, porque me fijo si los productos son de España, si llevan en su composición aceite de palma, azúcar o sal en importante proporción, en esta etapa de la vida hay que ser muy cuidadoso con lo que se consume. Pues eso, que estaba delante de las mandarinas y suena mi teléfono móvil, ¡a mí que no me llama nadie! Extrañada compruebo que es un número muy largo, de esos de la administración, asombrada respondo y alguien al otro lado me pregunta si soy yo, le digo que sí, informando que mi hijo Otto está ingresado en el hospital tras una operación de urgencia, en la habitación 637. Tenía en la punta de la lengua decirle que no tenía hijo, pero sí dos hijas, más en ese instante le recordé y agradecí la llamada. Memorizando el número de habitación que acababa de oír, voy rápidamente a la caja, corriendo subo hasta casa a dejar la compra y en taxi para el hospital.

En la entrada a las plantas no me dejan pasar porque no tengo el pase, le cuento lo ocurrido y me reenvía a admisiones donde allí tras volver a contar lo mismo, me dan la dichosa tarjetita. Subo a la sexta toda acelerada y al entrar, en una de las camas, veo a Otto, dormido o no sé qué, porque estaba lleno de tubos por arriba y por abajo. Me acerco al puesto de enfermería por ver si me explican qué le ha pasado, ¡la información la tiene que dar el médico!, pero al contar que me acaban de llamar y no tener idea de qué le ha pasado, una enfermera amable me informa que le han operado de urgencia por una peritonitis bastante grave, tenía algo de sedación para que no tuviera dolores y el posoperatorio fuera mejor. Ya más tranquila consigo quedarme un buen rato esperando que despierte y dando algo de palique a su vecino de cama.

Vuelvo al día siguiente y parece estar algo despierto. Se asombra al verme y con cariño le regaño por no haberme avisado de lo mal que estaba. No soy su madre, ni siquiera familia, pero su abuelo y tutor fue mi vecino de puerta durante muchos años. Tiene la edad de mi hija mayor e iban juntos al colegio, como su abuelo tenía problemas de movilidad en las piernas, dijimos a la tutora del segundo curso que anotara mi nombre como el de su madre, por si había que acudir para alguna consulta o alguna urgencia. Estaba siempre en mi casa, en época de clases haciendo deberes con Adela, a él se le daban bien las lenguas y a ella las matemáticas, así que se ayudaban mutuamente. Sus padres trabajaban en el extranjero y si bien nunca venían de visita, en el cumpleaños o navidad siempre le enviaban regalos, aunque siempre prefirió el de mi casa. Cuando terminaron el instituto escogieron salidas diferentes y ahí se inició el distanciamiento. En una ocasión que se había caído en el recreo y le llevaron a urgencias, me avisaron como su madre, por eso en el hospital aún sigo constando como familiar más cercano.

Cuando falleció su abuelo, ya mayor, viajó donde sus padres y desde hacía unos quince años no le habíamos vuelto a ver. Al mirarle postrado en la cama, tan pálido y flacucho me dio mucha pena y no hizo falta preguntarle si lo estaba pasando mal, él solito lo contó, para justificar su ausencia a pesar de estar viviendo puerta con puerta en el piso de su abuelo.

Llegó a casa de sus padres sintiéndose un extraño, habían tenido dos hijos más, sus hermanos, pero desconocía su existencia y los otros a él. Habían rehecho sus vidas y él no era más que un pariente lejano para todos. Dormía en el sofá porque no tenían cama disponible, pensó en buscarse trabajo para así conseguir alojamiento, pero se encontraba incómodo en aquella situación y en aquel país, sobre todo con unos padres a quienes no les importaba. Desubicado, perdido, empezó a caer en depresión sin nadie a quien acudir y siendo extranjero en tierra de nadie. Se encontraba bastante mal cuando recibió llamada del administrador del edificio donde tenía el piso su abuelo, llevaban mucho tiempo sin pagar los gastos y el buzón estaba repleto de cartas que parecían de la compañía eléctrica o del ayuntamiento.

Al parecer sus padres se habían desentendido de la vivienda y no les interesaba para nada, ni siquiera para venderla. El recuerdo de su padre/abuelo, lo ordenado y limpio que era, cuanto le había inculcado esas costumbres, hizo que resurgiera de su letargo y volviera a casa de donde nunca debiera haber salido. Empezó a trabajar en lo que pudo y comenzó a pagar recibos y facturas aun quitándoselo de comer, porque lo primero era pagar y luego ya se vería. No había contactado conmigo por vergüenza, quería tenerlo todo en orden antes de vernos, y en su afán de trabajar había hecho caso omiso a los dolores, pensando que serían por el hambre.

Le visité todo el tiempo que estuvo ingresado, incluso mis hijas también lo hicieron, era como un hermano y así se lo hicieron ver. Al cogerle los objetos de valor hasta que le dieran el alta también le cogí las llaves de casa, entré para ver cómo estaba todo y si podía limpiar o recogerle algo, pero no hizo falta, estaba todo impoluto, su abuelo le había enseñado bien. Pero la nevera la tenía vacía, apenas un yogur o unas manzanas, así que decidí ponerle remedio. Cada vez que cocinaba para mi hacía una ración de más que llevaba a su congelador, así cuando le dieran el alta tendría algo para alimentarse, al menos hasta que pudiera volver a la normalidad.

La normalidad llegó unas pocas semanas después, retomó su trabajo y se independizó, igual que hicieron mis hijas, pero eso sí, un domingo al mes vienen los tres a comer a casa, con sus respectivos o sin ellos, pero lo importante es cultivar ese lazo familiar que nos ayuda en los malos tiempos. Y yo que puedo decir, que estoy encantada de haber recuperado a un hijo, aunque no sea de sangre lo es de sentimiento, bienvenido el hijo pródigo.


 

 

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