La soledad de ayer y hoy - Pilar Murillo

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Dieciséis años tenía. Aburrida adolescencia en una aldea en el norte de Asturias a pocos km del cabo de Peñas. Comenzaba el otoño y los sábados eran tan mustios y tristes como lo son ahora.

Me sentía sola. De repente ponía un LP de la Mode, un grupo de tecno-pop de principios de los 80, era de mi hermano. Sólo lo podía escuchar en su “tocata” cuando él no estaba; porque a él nunca le gustó que le anduviese con sus cosas, así que era algo prohibido y eso me llevaba a animarme un poco.

Mi canción preferida era “Aquella chica” que decía así “La soledad envuelve a aquella chica que está en la barra medio tirada, pendiente solo de su pensamiento que el diablo solo sabe en donde estará” ¡y ya estaba!, la magia hacía que me identificase con aquella chica sola de la canción que según iba sonando el disco iba cambiando de estado de ánimo, como cambiaba el mío. “No te preocupes por aquella chica, todo es mentira, está actuando…”

¿Qué soledad era más poderosa o distinta? ¿La de aquella adolescente “que aún no ha cumplido los veinte años” o la de la mujer madura que sigue escuchando a la Mode en spotyfi?

Estar sola en mi adolescencia era triste porque en un pueblo cuando oscurece no hay gente por la calle y no había sitios donde ir. Mi madre planchaba sobre la mesa de la sala o hacía cena o remendaba algún calcetín que apenas se notaba que en algún momento había estado roto. La tv en blanco y negro de fondo y yo resoplando, ¿Qué hacer un sábado a las 7 de la tarde, un día cualquiera de noviembre? Me encerraba en la habitación de mi hermano ya no me interesaba husmear en los cajones de su mesilla de noche, ya sabía de memoria que me iba a encontrar. El reloj de mi padre, una caja con billetes antiguos, algún mechero, una pipa, alguna chapa de esas que se ponían en la cazadora. Una libreta donde anotaba todos los nombres de las chicas con las que había salido hasta entonces. En la estantería estaba su tocata y sus LP´s y ponía esa canción una y otra vez hasta animarme y dar algún paso de baile. En una hora ya me habría hartado de estar allí y saldría de la habitación para irme a la mía a leer el último libro adquirido en círculo de lectores.

Ahora soy una mujer madura y triste. La ley de la vida ha cobrado el destino por el que todos debemos pasar. Los hijos se van de casa, pero viene tu madre ya anciana a hacerte compañía hasta que se va para siempre, o se va tal y como era y queda su olor y la veo en mi imaginación caminar por el pasillo, estar sentada en el sofá.

Después de 34 años vuelvo a sentir lo mismo. La soledad en noviembre, pero en una ciudad, sales y apenas ves gente, por otras circunstancias. Aquí no vive mi hermano, que tampoco es que haya cambiado mucho de cuando él tenía 18 años, podría adivinar que no tiene la libreta con el nombre de las chicas que le gustaban, pero hoy en día hay Facebook y seguro que tiene un montón de contactos que son chicas que le gustan.

Me encierro en mi habitación, pero mi madre no está haciendo la cena, ni planchando, ni cosiendo, simplemente no está y es a ella a la que echo de menos, no a mis amistades, que sé que están si mando un wasap.

En mi cuarto leo el libro “A corazón abierto” de Elvira Lindo. Leo a ratos y despacio, en voz alta, vocalizando, como si fuese retrasada. Escucharme a mi misma me da algo de compañía. Cuando me harto de leer o me quedo con la boca seca, me levanto y voy a por agua y de repente me acordé de la Mode, por eso me ha dado por escribir de la soledad. El ánimo en una tarde-noche de noviembre, curiosamente mañana hace un mes que mi madre ha fallecido y pienso en ese momento trágico y me siento como una niña huérfana, qué sola se debe sentir una niña así. Yo fui huérfana de padre, pero apenas lo sentí. Mi padre era una fotografía, era el dios a quien rezaba cuando necesitaba ayuda, cuando era adolescente y me enfadaba con mi madre me imaginaba que mi padre tampoco la soportaba y que él estaba en Alemania viviendo otra vida.

Cuando eres adolescente puedes llegar a ser cruel con la gente que te quiere y de adulta agradeces que tu madre haya sido madre y padre a la vez, egoístamente agradeces que no hubiese rehecho su vida y se sacrificase por nosotros.

La soledad era aquella de mi adolescencia y es esta de mi madurez, cuando estando con gente me siento vacía, porque no es un estado elegido, cuando eliges estar sola se disfruta.

 

 

 

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