Tibores - Marian Muñoz

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¡Pero qué cotilla es Macarena! no hace más que preguntar por mis vacaciones y no le vale un “muy bien” sino que quiere detalles para luego chismorrearlos a toda la oficina. No tengo el cuerpo para contarle nada y mucho menos para recordar a pesar de que el viaje del año pasado fue genial.

Eran las primeras vacaciones de verdad después de la pandemia, la cual pasé encerrada en casa, primero por el confinamiento y luego por la restricción de movilidad. Además de tele trabajar aproveché para sacarme el B1 y el B2 de inglés y francés, una forma de desempolvar mis conocimientos adquiridos en el colegio. Para practicar navegaba por internet leyendo periódicos en dichos idiomas además de informarme sobre ciudades o lugares de interés para visitar en cuanto hubiera ocasión. Trasteando por páginas de aquí y de allá apareció una de intercambio de viviendas (las malditas cookies), parecía estar bien organizada y con fotos espectaculares, aunque no mostraban todo el contenido hasta estar registrado en su página web.

Suelo planear las vacaciones estivales con dos amigas y compañeras de oficina, Marisa y Belén, como el tema parecía interesante lo comenté con ellas para pulsar su parecer. La página era de Suiza, sopesamos incluso viajar en coche hasta allá para así poder tener libertad de movimientos y disfrutar de un turismo intensivo. Hablamos de quien se iba a registrar y qué domicilio ofertar, lógicamente salió el mío, Belén tenía aún pendiente de acondicionar su casa tras el incendio de la cocina al no tener seguro de hogar y el piso de Marisa sólo tiene una habitación además de una cocina pequeña unida al salón, no daban el perfil deseado que requería la página. No tuve más remedio que tragar y teniendo tres dormitorios más salón y cocina independiente resultaba el más adecuado.

Mientras me registraba, hice fotos impersonales de las habitaciones y realicé una leve descripción del entorno. Belén se encargó de planear la ruta y Marisa los hoteles para el camino. Estábamos muy ilusionadas, Suiza era buen destino al contar con ciudades y localidades muy atractivas. Mi duda era el idioma, aunque esperaba que mis conocimientos permitieran desenvolverme bien por aquella tierra. La oferta muy variada e interesante, lo difícil era elegir tanto la localidad como la vivienda o piso a intercambiar. Ya nos habíamos decantado por una cuando llegó a mi correo una solicitud, no se trataba de un suizo sino de un danés que ofrecía su casa justo en las fechas que nosotras queríamos viajar. El propietario se comunicaba en inglés, pero intercalaba frases en español para una más fácil comprensión de su interés. Las fotos eran para quitar el hipo, un edificio moderno de dos plantas con terrazas, jacuzzi, televisión en los tres dormitorios además de una enorme en el salón. Una cocina de revista y vistas espectaculares a un acantilado y a una montaña. Rápidamente las convoqué para hablarles de ésta nueva opción quedando prendadas de la oferta.

Esa misma tarde Marisa buscó diferentes vuelos para Copenhague y conexiones al pueblo de Mullenhorf, en la costa norte, casualmente a tan sólo veinte minutos en tren de la capital. Dudaba si aceptar el intercambio pues temía que fuera un timo, que la casa no existiera o que la persona que había contactado no fuera realmente el propietario. Busqué su nombre por internet, así como en Facebook, lo que vi me convenció de ser una persona de carne y hueso con una vida real y una familia, tras mucho pensarlo decidí arriesgar y acepté. Jugaba a mi favor la baza de que mi vecina de puerta era la encargada de darle la llave y vigilar que todo discurriera con normalidad. Metí en cajas mis efectos más personales y de valor para llevarlos al trastero, aprovisioné la nevera con suficientes alimentos para un día además de dejarles algo de cena preparada según las normas del grupo y tomamos rumbo a Dinamarca.

Unos ciento cincuenta euros nos costaron el avión ida y vuelta además de una tarjeta interrail para movernos por el país. El viaje hasta el aeropuerto sin problemas, tuvimos que coger el metro hacia la estación del ferrocarril y con las paradas en danés nos costó pillarlo, menos mal que la gente era muy amable y nos indicaban por dónde ir. Llegamos al pueblo y mediante una aplicación en el móvil de Marisa encontramos la vivienda. Cruzamos los dedos para que la llave estuviera bajo una estatua delante del portón de entrada. También rezamos para que la clave de desconexión de la alarma fuera cierta. Una vez dentro comenzamos a reír nerviosas y cansadas, del estrés del viaje caímos redondas sin siquiera cenar. Después de echar un rápido vistazo Belén enseguida repartió los dormitorios, me dejaron el principal con baño en su interior, la noche llegó de improviso así que, sin deshacer las maletas, me metí con una camiseta bajo el edredón nórdico de plumas y hasta el día siguiente.

Al levantarnos comimos un desayuno pantagruélico uniendo a la ingesta lo que nos habían preparado para la cena, estábamos realmente hambrientas. La primera jornada la dedicamos a situarnos, caminar por los alrededores buscando tiendas de alimentación, bares o cafeterías y observar en busca de museos o lugares típicos para visitar. Tras almorzar en un Burger y comprar en un supermercado regresamos cansadas, fue Marisa quien propuso un bañito en el jacuzzi, aprobada la moción sugirió que fuéramos desnudas, ya que debido al alto vallado de la finca nadie nos podía ver. Comprobamos antes que no hubiera cámaras de vigilancia o alguna que pudiera estar grabando y confiando en nuestra buena estrella, corrimos por el jardín en pelota picada y riéndonos a carcajadas. He de decir que aquellas burbujas y el agua tan caliente nos subió la lívido y estuvimos un tanto salidas.

No es que seamos lesbianas, aunque creo que Marisa sí lo es, tanto a Belén como a mí nos gustan los chicos, pero ante un buen rato de placer no le hacemos ascos y desde la primera vez en Disneyland París, solíamos hacer un ménage á trois muy placentero, siendo Marisa siempre quien lleva la batuta aportando juguetitos nuevos o posturas raras con las que nos partimos de risa además de gemir de placer. Las vacaciones tenían visos de resultar muy placenteras.

La vivienda estaba decorada estilo minimalista, algunos cuadros en las paredes, repisas y estanterías con muchos tibores de diferentes colores y diseños, unos más austeros y otros más floridos, descubrimos que en la zona de abajo había un taller cerámico, era evidente que alguno de los propietarios le gustaba crear jarrones, una pena que al tener tapa no pudiesen servir para decorar con flores. Si bien los grandes ventanales carecían de cortinas el asistente de voz que también entendía el español nos cerraba las persianas en cuanto se lo pedíamos, deseaba que mi casa más rústica y con escasa tecnología resultara agradable a los daneses. Rosa mi vecina no me llamó en ningún momento, señal de que todo iba bien igual que a nosotras.

Los días transcurrieron haciendo turismo, paseando por la playa cercana o visitando un par de veces Copenhague, todo iba viento en popa y disfrutando a tope de unas vacaciones inolvidables. Dos días antes de marcharnos visitamos un mercadillo por las fiestas del pueblo, una calle llena de casetas y puestos donde ofrecían alimentos, ropa, artesanía, bebidas. Aprovechamos para comprar algún recuerdo y sobre todo curiosear, fue en uno de cerámica atendido por una chica que al oírnos hablar español también lo hizo. Era de Almería y llevaba allí unos quince años, nos preguntó si podíamos quedar por la tarde para charlar e informarla de cómo iba el país. Nos pareció interesante y nos vimos en una cafetería del centro, contó un poco su vida y curiosidades del lugar. Al preguntar por nuestro alojamiento y responderle quiso saber qué opinábamos sobre los tibores, ya que conocía a la dueña al coincidir en un curso de cerámica. Nuestra respuesta no le satisfizo porque volvió a preguntar si teníamos conocimiento de lo que contenían aquellos jarrones. Ciertamente somos curiosas, pero también respetuosas con lo ajeno y no se nos ocurrió mirar en su interior. Acto seguido nos informó que los jarrones o tibores son urnas que contienen cenizas de migrantes fallecidos. Algunos intentan cruzar hacia Suecia o Noruega de polizones, pero si les encuentran al llegar a puerto, las autoridades sancionan fuertemente al capitán del barco y si es reincidente le prohíben volver a atracar en aquellos países, por esa razón cuando el barco está en mitad del viaje vuelven a inspeccionar por si algún polizón se ha colado, si lo encuentran le colocan un salvavidas y lo echan al mar. La mayoría no sabe nadar y aunque supieran las aguas están tan gélidas que pocos sobreviven, arrastrando las corrientes los cuerpos a la costa cercana al pueblo. La dueña pertenece a una ONG que los recoge, les hace una ficha con todos los datos que puedan recabar, incluso una foto, y los incineran. Ella crea las urnas, todas diferentes y en la parte de atrás incrusta un código QR con la información de quien contienen. Suele esperar cinco años por ver si a través de algún organismo u ONG los reclaman y después los lleva al cementerio. Los tiene en su casa porque esas personas han arriesgado sus vidas en busca de un futuro mejor y en esos cinco años les proporciona el calor de su hogar.

Las tres quedamos impactadas, haber vivido y tenido sexo durante esos días a la vista de una docena de muertos no eran nuestras vacaciones planeadas, los propietarios no informaron supongo por temor a no aceptar el intercambio. Esa noche no pudimos pegar ojo, es como si nos sintiéramos observadas, al día siguiente hicimos las maletas, buscamos alojamiento en la capital poniendo pies en polvorosa. El viaje de vuelta en avión fue bueno y al recuperar mi piso no dejaba de sentir un mal sabor de boca. Me sentía frívola y egoísta por pretender simplemente conocer y divertirme en otro país mientras existen personas que fallecen intentando tener una vida mejor.

En Navidades dije a mis sobrinos que aquel año no habría regalos, haría una donación en su nombre a una ONG, si querían desgravarla me tenían que dar el DNI.

A día de hoy y cuando los compañeros están preparando con ilusión sus próximas vacaciones veraniegas, ni Belén ni Marisa ni yo tenemos ganas de tenerlas.



 

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