Cuarentena y daños colaterales - Marga Pérez

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Cuando digo mi nombre todos saben que nací en el dos mil veinte. Tiempo convulso y de pandemia. De estar en casa, de negacionistas, de bulos y de estafas… Me llamo Confinada. Si, sé que es raro pero a mi me parecía que era de lo más normal, al menos hasta que empecé en el colegio. Cuando pasaban lista veía las risitas bajo las mascarillas que aún llevábamos por aquel entonces. No sabía muy bien por qué. Me entró el gusanillo de la curiosidad. Mamá miró para otro lado cuando le pregunté por él y acusó a mi padre de ser el responsable. Papá cantó de plano. Le echó la culpa al momento que estaban viviendo y a lo jóvenes que eran… Con los años descubrí que los porros, el alcohol y las pastillas también tuvieron algo que ver… Según parece no tenían nada mejor que hacer estando encerrados en casa… O eso creían. No entendían tampoco lo que estaba pasando. Era una época rara y llegaba yo, antes de tiempo y sin tan siquiera tener claro cómo me iba a llamar.

En el registro la cola crecía sin que papá se decidiese, debió de celebrar la paternidad de lo lindo porque cuando el funcionario, un tanto desesperado tras decirle los nombres más habituales, apunta un confinada, papá no sabe bien si se refería a un nombre o a otra cosa, pero no le sonó mal. Creyó que era el nombre más adecuado en el momento en el que estaban. Un nombre muy especial para su niñita.

Con el tiempo valoré haber nacido durante el confinamiento y no haberlo hecho en rebajas, por ejemplo. ¿Sería llamada Rebajada? ¿Oferta? ¿Retal?… Me encanta ser Confinada, no conozco otra, aunque, tengo que reconocer que soy de las que se les cae la casa encima ¡Viva la libertad!

 

 

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