La primera fue una flor amarilla con pistilos azules, la segunda era morada con pistilos blancos, después una rosa de los vientos y aprovechando primero las cuatro esquinas del folio y luego el centro, fue dibujando con auténtica maestría una variedad de flores fácilmente reconocibles.
El presidente de la comunidad de vecinos avisó a la policía municipal alertado por el mal olor que provenía de la quinta planta, justo en la puerta B. Al parecer hacía meses que no veían a la propietaria, una señora mayor que vivía sola. Preocupados porque le hubiera pasado algo avisaron a los agentes quienes tras llamar varias veces a su puerta e intentar localizar a algún familiar, dieron parte al juzgado quien permitió el allanamiento en la vivienda.
Los bomberos abrieron la puerta y con máscaras de seguridad entraron llamando a su ocupante. En la sala de estar encima del sofá yacía una mujer cuyo cadáver en descomposición inundaba con su olor toda la casa. Avisaron a la policía judicial, al forense y al abrir ventanas para mitigar el hedor, encontraron que en uno de los dormitorios tumbada en la cama había una niña, apenas tenía pulso y su cuerpo escuálido y sucio contrastaba con la placidez de su sueño. Una ambulancia la trasladó de urgencia al hospital donde quedó ingresada en el aula de pediatría.
Nadie en el edificio conocía la existencia de esa niña, ni la relación de amistad o parentesco que podría tener con la fallecida, buena vecina aunque parca en palabras. Todos quedaron consternados por el hallazgo, auto inculpándose por el despiste de no haber estado más pendientes de ella, pero sobre todo de no haber sentido la presencia de la pequeña, quien habría pasado muchos días muerta de hambre. Gracias a un tratamiento de choque los médicos consiguieron recuperar las constantes vitales y empezó a despertar de su letargo a pesar de su debilidad. Desnutrida y sucia las enfermeras se volcaron en darle nuevamente su dignidad infantil, intentaron que hablara o dijera su nombre, pero no respondía a ningún estímulo. En cuanto se encontró mejor empezó a quitarse las vías por las que inyectaban la medicación, no hacía caso a las órdenes y hubo que atarla no sin antes chillar, patalear y hasta morder, parecía un animalillo acorralado y fue cuando me llamaron para evaluar su estado.
Si bien empezaba a recuperar el color rosado de su cara su cuerpecito desnutrido mostraba exageradamente sus huesos, intenté entrar en contacto primero por habla, comprobando que no era sorda, después lo intenté visualmente pero nunca miraba de frente, siempre con los ojos bajos emitiendo sonidos incongruentes. Debía averiguar quién era y qué hacía en aquella casa, si la habían raptado o simplemente era nieta de la finada, si la habían maltratado o sufría algún tipo de discapacidad, todo era una incógnita compleja de resolver. Con niños suele resultar bien la opción del dibujo, le llevé unos folios y lapiceros de colores, acercándole la mesita auxiliar la invité a pintar y ahí comenzó mi asombro. Lentamente fue escogiendo los colores y en las cuatro esquinas del folio pintó una flor diferente, para rematar con otra algo más grande en el centro. Estaban simétricamente colocadas. Pintó hasta cuatro folios sin repetir flor, como si se hubiera tragado una enciclopedia botánica o un libro de jardinería, sus dibujos reproducían fielmente las flores que escogía, era una artista y mientras dibujaba su rostro mostraba placidez y felicidad, opté por llamarla Esperanza y de esa forma devolverle su dignidad de persona.
La vecina del tercero había acudido a la policía al recordar casualmente que la joven del quinto A, fallecida en accidente de autobús hacía ocho años, había estado embarazada y se llevaba muy bien con la anciana muerta, ese piso llevaba mucho tiempo sin habitar y no habían encontrado a ningún familiar para reclamarle las cuotas impagadas a la comunidad. ¿Sería posible que le hubiera dejado a la niña al cargo mientras hacía algún recado del que nunca más volvió? Era una sugerencia que abrió nueva vía de investigación plausible. Efectivamente la joven fallecida había dado a luz en el hospital hacía once años, según los cálculos tenía tres cuando quedó huérfana al cargo de la anciana recientemente fallecida quien nunca acudió a los Servicios Sociales ni al médico con la niña, tampoco estaba anotada en el Registro Civil, el Ayuntamiento ni en ningún estamento oficial.
El expediente del accidente no estaba archivado, debido a la culpabilidad del autobús por un mantenimiento defectuoso de los frenos, hubo una indemnización que el juzgado tenía aún pendiente de abonar a sus herederos, nadie la reclamó como tampoco lo hicieron con el cuerpo de la joven que aún permanecía en el Instituto Anatómico Forense, así que una prueba de ADN podía resolver el enigma. Mientras tanto el juez me nombró tutora de la menor en representación del Estado y debía buscarle un hogar temporal hasta verificar su nivel de socialización y conocimientos. Suelo trabajar con una casa de primera acogida, los responsables son buenos profesionales y las instalaciones son acogedoras no dudando ni un momento internarla allí. El traslado fue difícil, pero no creó problemas mientras tuviera sus folios y sus pinturas.
Por desgracia no estuvo ni veinticuatro horas en ella, aprovechando un descuido nocturno se escapó. A pesar del aviso de emergencia inmediato la niña no apareció. Durante dos meses estuvimos buscándola tanto la Policía Nacional, como la Local o la Guardia Civil, por no hablar de la organización SOS Desaparecidos o voluntarios de la ciudad que rastrearon minuciosamente cualquier zona en donde podría haberse escondido. Era evidente que la pequeña tenía algún problema que no supe averiguar.
Los trámites en el juzgado quedaron parados hasta la aparición de la niña, continué con mi rutina de trabajo sin olvidarme nunca de Esperanza, no paraba de dar vueltas a los días en el hospital por encontrar respuestas a su huida. Desgraciadamente dichas respuestas las tuvimos cinco años más tarde, un hombre de paseo por el campo con sus perros encontró un cadáver en una caseta de obra, próximo a él una bolsa de tela contenía folios y lápices de colores, nuestra niña estaba a sólo kilómetro y medio del centro y no la supimos ver.
Una vez que el forense dictaminó que era Esperanza, solicité permiso al juez para tramitar su herencia; la indemnización del accidente y además la venta del piso de su madre y también el de la anciana que la cuidaba, nadie había reclamado su cadáver ni sus bienes. Era un acto que resolvía problemas en la comunidad de propietarios, ya que con esa venta pude cancelar las deudas de las dos mujeres. Con el resto contraté un bonito funeral y entierro en el cementerio, sepultadas las tres juntas hasta la eternidad, tal y como estuvieron en vida, en la lápida figuran los tres nombres con sus fechas de nacimiento y fallecimiento, para que al menos muertas dejen de ser ignoradas por la sociedad.
El juez me permitió gastar el resto del dinero en un nuevo sistema de seguridad en el centro de acogida y la compra de muchos folios y lapiceros de colores para los niños y niñas que por circunstancias difíciles de la vida tengan que pasar por allí.
Descansen en paz.
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