Pagaba al asesino por el trabajo realizado, al repartidor que traía a casa el pedido del supermercado, a sus empleados de la lavandería y del restaurante de cinco tenedores que regentaba, a las ONGs a las que estaba asociado para reforestar el planeta o dar una mejor vida a niños que jamás conocería. Era un ciudadano ejemplar que cumplía sus obligaciones y saldaba sus deudas.
No entendía cómo, en un momento de relax fumando en el callejón trasero de su local, un tipo apareció, apuntándole con una pistola.
Algo de su mujer cabreada, farfulló antes de dispararle.
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