Sanación - Dori Terán

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  Siempre la habían acusado de tener una mente muy matemática. Acusado sí. No se lo señalaban como una cualidad, un tributo, un defecto, la etiqueta se la colgaban como un delito. Es verdad que corrían esos tiempos raros donde tanto se hablaba de lo importante que era el respeto a la diversidad, al contrario, al no acuerdo. Pero eran también unos tiempos en los que esas teorías eran solo eso, teorías. Se atacaba con saña, con insultos y amenazas las opiniones contrarias o distintas incluso en pequeños matices. Se atacaba todo aquello no coincidente con la verdad suprema y personal que uno sostenía poseer fuese del color que fuese. Es más se enjuiciaba con argumentos y acusaciones severas llegando a calificativos ofensivos y obscenos. En el fondo estos colectivos y estos individuos sentían en sus tripas unos celos descomunales y una envidia flaca y amarilla por la manera en que vivía María. Estaban además a años luz de comprender que más allá de su intelecto lo que predominaba en su corazón y la guiaba tanto en la florida primavera de la vida como en los largos y oscuros inviernos, era, el espíritu, el entendimiento, el propósito, la intención y la voluntad de fluir en la paz. Estaba plenamente convencida que la misión de todos los humanos en el planeta Tierra era y es experimentar el aprendizaje del amor. Aprendizaje harto difícil ya que ha de ir precedido de un desaprendizaje largo y complejo. Mentiras llenas de ñoñerías y sentimentalismos conduciendo al género humano lejos muy lejos de los comportamientos que nos conectan con el amor y transcienden los apegos, la posesión, la manipulación. Querer no es amar.

Aquella mañana se había levantado llena de energía. Clara, serena y alegre. El paseo de los domingos la esperaba como el mejor regalo de la semana. Tenía un trabajo duro. Las miserias humanas estaban en sus manos y en su quehacer todos los días. Al hospital llegaban las personas con dolor y a menudo también con sufrimiento. Y miedo, mucho miedo. Consciente del poder que circulaba por sus venas y se expandía por sus manos y sus ojos, aliviaba estas penurias no solo con las técnicas médicas y farmacéuticas de las que disponía. Una mirada, una sonrisa, un gesto que escucha, una mano que enlaza la de otro. Y el aire se llenaba de serenidad y armonía sanadora que multiplicaba el efecto de fármacos y tratamientos. Hoy tocaba llevar todas las dolencias al río, El hermano agua todo lo limpia, todo lo sana. Como un juego y ritual de esos que tanto necesitamos para darle forma y materia a lo que nos resulta intangible, en un trozo de papel de aluminio sacudió las manos llenas de las dolencias ajenas que transportaba y agitó el corazón que rebosaba padecimientos de otros. Cerró los bordes y le dio forma a una pequeña pelota de plata. Junto al cauce caudaloso y cantarín, apoyándose en el tronco fornido del viejo roble, lanzó con fuerza la pequeña y brillante bola contenedora de tanta desventura. Y como si el cielo quisiera darle un mensaje de esperanza y gratitud, en ese mismo instante saltó graciosamente una trucha refulgente que capturó el envío y desapareció bajo el agua dejando en la superficie la perfección de unas ondas concéntricas mientras en el fondo el papel de plata se lavaba, se lavaba y se lavaba.

 

 

 

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