La maceta de la tía Noelia - Pilar Murillo


 Relato inspirado en la fotografía

 

 

Me he quedado sola. Me siento totalmente perdida, desamparada, desprotegida, incluso incomprendida.

Hace tiempo que sueño con ella, pero su nombre no es Noelia, ojalá lo fuese porque ahora sabría que se trataría de mi tía que desde el otro mundo me manda mensajes en forma de cariño.

Mi tía Noelia me dejó por herencia una maceta rustica, de esas que son tamaño grande hechas de barro. En principio tenía una planta muy bonita, pero ya sea por la tristeza o porque yo para las plantas soy un desastre. A la planta la ignoré por completo. No la miraba ni le hablaba, ni un triste vaso de agua le eché y al no recibir tan preciado líquido indispensable para sobrevivir, la plantita se secó. Yo no volví a sembrar nada y tampoco retiré la maceta de su sitio, en un rincón de la terraza, lo que hice fue llorarle al tiesto, hablar con él como si fuese mi tía. No importaba la hora, en cualquier momento del día ahí estaba llorando, en definitiva, desahogándome.

Salía, miraba al tiesto vacío lloraba, hablaba, como ya dije y un buen día sin saber cómo ni por qué comencé a sembrar abrazos y caricias. Primero una caricia, luego un abrazo. Amaba esa maceta y creí ser amada porque me escuchaba, claro, ¿A dónde iba a ir la pobre?

Comencé a regarlo, al principio con mis propias lágrimas, otras veces me sentaba a su lado con mi vaso de agua y otro para la maceta. Yo como es lógico no esperaba que allí nada creciese, ni se asomase, tan solo me sentía cómoda e imaginaba a la más bonita de las flores cuidada por la tía Noelia.

Uno de tantos días en los que me acerqué a abrazar a la maceta observé que algo asomaba, no podía saber qué era, aún se veía muy poco y pensé que tal vez algún pájaro en su pico trajo una semilla y me puse loca de contenta, ya no lloré más, pero la maceta y yo bebíamos juntas nuestro vaso de agua diario. Aquello cada día asomaba más y crecía con más cariño. Parecía un puño, sí, el puño de una mano, ¡Una maceta de izquierdas!, mira que bien. Seguía creciendo y se asomó otro puño. Yo no podía contar esto a nadie, me tratarían de loca, tampoco tenía a quien contarlo, no podía salir de casa. Sólo me asomaba a la ventana a que me diese el aire, o a la terraza a ver a mi querida maceta.

Por fin los puños se abrieron al sol, y cuando me abracé a mi maceta, recibí el primer abrazo por su parte y yo le di el primer abrazo a alguien, mejor dicho, a algo en mucho tiempo. Era un abrazo de sol, de lágrimas y sal, era un abrazo de amor y ya no sentí más soledad. A las ocho de la tarde la maceta y yo aplaudimos al azar. Solo es un sueño que se repite, día a día. Hace tiempo que sueño con mi maceta, la pobre sigue tan seca como la vez primera que se murió su planta. Hoy por fin saldré de casa y lo primero que haré es ir a comprar un geranio, que duran más y son bonitos.


 

 

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