Aprende a caer - Esperanza Tirado

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 Hoy hace un mes que todo terminó. Teníamos que parar. Descansar de todo ese maremágnum que nosotros mismos habíamos iniciado. Que estuvo genial. Más que genial, la verdad.

El adjetivo se me escapa ahora mismo. Tal vez sea ‘cojonudo’, perdonen ustedes la obscenidad en el inicio de este libro. Pero es que lo fue. Con mayúsculas, subrayado, en negrita o a colores. Como prefieran

Con veintipocos años encima de un escenario, disfrutando, tocando, gritando, con tropecientas mil personas enfrente, saltando, chillando nuestros nombres… Historia viva de la música.

Y eso que al principio nadie naba un duro por nosotros. Ni las productoras, empeñadas en que necesitábamos una corista de buen ver, que nos cambiáramos el nombre, que cantáramos en inglés y no sé cuantas chorradas del estilo. Ellos querían hacer dinero. Nosotros tocar nuestra música. Y pasando de todo, tiramos con nuestros bártulos de bar en bar, sacrificando noches de sueño por un Sueño mayor.

Y nos funcionó. No sé en qué momento. Porque disfrutábamos todos los conciertos que dimos en los garitos más cutres y en los que tenían mejor reputación. Y un día salimos en la tele. Y un tipo con pinta de loco se nos acercó y nos propuso fichar por su compañía.

¿Qué compañía?, preguntamos todos arrastrando las guitarras en sus estuches.

No tiene nombre aún, -nos respondió- le estoy dando vueltas a eso. Pero tengo un estudio de grabación y un dinero que quiero invertir. Soy un negado de la música pero me entusiasma vuestra energía

Y siguió charlando contándonos su idea, como un niño entusiasmado con montar su pista de Excaléctrics o el barco pirata de los clics.

No teníamos nada que perder, así que a la semana siguiente nos acercamos con la furgo y los trastos de tocar a la dirección que nos había dado, escrita en una servilleta de papel. A punto estuve de perderla por guardarla en los vaqueros más sucios que tenía. Menos mal que mi madre, previsora, revisaba antes todo lo que lanzábamos a la lavadora, que quedaba más fuera que dentro.

¡Niños! ¿Esto qué es? ¿Lo tiro o lo queréis para algo? Ay, estoy hasta el moño de tanto papelajo y de tanto guitarreo…

En un golpe de efecto, mi resaca de esa mañana se volatilizó, salté de la cama y recogí el papel de manos de mi madre. Era la dirección del tipo loco aquel.

Gracias, mamá…

Y le di un beso volviéndome a acostar, soñando ser el nuevo Mick Jagger o el nuevo alguien…

Sí, los artistas también tenemos una madre, un ángel de la guarda que siempre está en momentos cruciales.

Qué energía aquella. No lo echo de menos. Porque fui yo quien vivió todo aquello. Con mis amigos de siempre. Y los cinco lo disfrutamos por igual. Y nuestras madres y padres fueron testigos de todo aquello también. Nuestras familias vivieron y disfrutaron de nuestro éxito, de nuestra diversión, de nuestros bajones también. Y estuvieron a nuestro lado en las duras y en las maduras.

En algún momento entre el primer éxito de ventas y público y la publicación del segundo disco tuvimos alguna crisis. No sé si existencial, de excesiva competencia o de ego hiperinflado. Sí, quizá se nos subió la música demasiado a la cabeza. Íbamos a las entrevistas tan de sobrados que cuando revisiono las viejas cintas de VHS me da un poco la risa ver a aquel chaval que fui, repantingado en el sofá de atrezzo, filosofando sobre el éxito y el significado de la vida. ¿Qué sabría yo? Tampoco sé mucho ahora.

Cuando dejo de escribir con mis dedos agarrotados miro a las paredes. Discos de oro, platino, diamante, posters, premios, reconocimientos… Toda una vida de éxito se puede leer en esos objetos.

Pero ¿Qué es el éxito? Ahora no recuerdo si alguna vez soñé con subirme a un escenario delante de cientos de miles de personas que coreaban a gritos mis letras.

O simplemente, estudiar algo, seguir tocando mi guitarra y cantar en los bares de siempre mientras me pagaban con cervezas. Qué buena vida aquella. Escribir y rasguear mi guitarra eran para mí la felicidad entonces. Ahora la artritis me ha jodido un poco ese plan. Hay que aprender a parar, y también a caer. Luego te levantas, te sacudes y sigues camino.

Cuando se me pasa el dolor, vuelvo a sacarla de la funda, rasgueo un poco y enseguida la energía vuelve a mi mente y a mis manos, y casi parecen brotar nuevas melodías y nuevas letras. Y a veces siento el instinto de llamar al productor para meternos en el estudio y grabar una maqueta a ver qué tal sonaría. Seguro que el próximo disco iría como un tiro en ventas.

Pero mi cabeza me dice que ya no. Que ese momento ya se fue, que el productor, nuestro Santo y nuestra cabeza pensante, ya no está entre nosotros. Nuestro manager, nuestro productor. Un Amigo. Fuimos seis en el grupo durante mucho tiempo. Hasta que él se fue del todo a tocar otros ritmos.

Pero ya fuimos maduros y sensatos, algo más que al principio, como para tomar nuestras decisiones. Y tiramos por libre.

Empezamos siendo unos ‘niños de papá’, definición de crítico musical de la época, y pasamos a ser unos ‘luchadores y trabajadores de la música’, ‘unos clásicos modernos’, ‘la música de siempre en estado puro’…. Blablabla.

No sé cuál de esas definiciones me cabreó más. El caso es que fuimos felices y disfrutamos con nuestras canciones: en directo, ensayando, cuando las toábamos para estropearlas y cuando nos salían una mierda directamente. También tuvimos nuestros detractores, muchos al principio. Nos daba igual, hacíamos lo que nos gustaba y al final caímos bien. Y nota a nota seguimos entre pentagramas mal dibujados. A veces nos caíamos de los carteles; pero hubo una época en que con tanto festival de música veraniego ni lo notamos.

Hasta que los achaques nos atacaron más que nuestros detractores. Kiko, nuestro batería tuvo un accidente de moto. Perdió un pie. Tras la rehabilitación siguió con nosotros. Pero las fuerzas ya no eran las mismas. Y tuvo que dejarlo. Contratamos a otro tipo, muy bueno, muy entusiasta, pero ya no éramos los cinco de siempre. A pesar de todo, los discos seguían vendiéndose.

Santi, nuestro bajo, de pronto se encontró con una hija inesperada. No supimos de la madre hasta que un día se presentó con un bombo enorme. Y él, como no sabía decir que no, cargó con las consecuencias. La tipa se largó y nos dejó con Oli. Que tuvo muchos padres, abuelos, tíos y primos. No le faltó de nada. Su padre se quedó con ella y con nosotros de corazón. Dejamos de meter sonidos de bajo en casi todas las composiciones. De vez en cuando, Santi nos regalaba alguna de sus genialidades mientras Oli crecía y aprendía a tocar el bajo. Y lo que hiciera falta. No es porque yo sea su padrino, pero esta niña tiene un futuro brillante en la música. Que tiemblen los triunfitos. La Oli viene pisando fuerte.

Un año nos acusaron de fraude fiscal. Fue la puntilla que avisaba del inicio del fin. Nunca entendimos nada de aquellos papeles llenos de números, pagos, descuentos, IVA, porcentajes y todo ese rollo; pero nuestro asesor parecía hacer las cosas de manera honrada. Lo parecía de cara a la galería, pero el tío se llevó una buena pasta y nos dejó con el culo al aire. Cabronazo.

En verano planeábamos gira, pero un virus extraño nos obligó a suspender gran parte de los conciertos. Y no nos compensaba contratar a todo el equipo de técnicos de siempre para rentabilizar la mitad, o menos, del aforo permitido. Lo pensamos, lo hablamos con nuestros equipos. No se puede en estas circunstancias. Y todos estuvieron de acuerdo. El año que viene será mejor. A pesar de que a todos nos afectaba. Salir a tocar en directo era nuestro pan. Por muy famoso que seas no te puedes dormir en los laureles. Porque se te secan y se te clavan en el culo o en el ojo y te dejan ciego ante la realidad.

Y la realidad es que ya tocaba dejar las púas y los palillos en sus cajas y ceder el testigo a nuevas generaciones.

Nunca entendí lo del reggaeton, pero no te puedes negar a la evidencia. La música estaba cambiando. Nuestro estilo ya no llenaba estadios, éramos muy mayores y de modé. En plan viejuno, como se decía entonces.

Y nos bajamos, metafóricamente de los escenarios. Sin un concierto de despedida, ni una gira. Tan solo nos entrevistaron en un telediario de fin de semana. Y pusieron un video remix de muchas de nuestras actuaciones.

Y eso fue todo.

A pesar de ese extraño adiós, casi por la puerta de atrás, estoy contento de todos mis éxitos. A lo mejor retocaría alguna letra ¿Pero para qué? Puedo tocar lo que quiera para eso las escribí yo, qué coño.

Y he aprendido de mis fracasos y de mis caídas: por eso escribo, cuando la artritis me deja, estas líneas que pretenden ser unas memorias de un tiempo musical que parece que existió hace una eternidad.

Con el tiempo uno se da cuenta de que tienes que aprender a caer...
antes que aprender a volar.

Si te apetece revivir con nosotros lo que pasó entonces, entre bambalinas y encima de cada escenario, pasa la página. Fue toda una aventura.





Inspirado en la canción Aprender a Caer de Hombres G. La frase en cursiva aparece en la canción.



 

 

 

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