Martinasky - Marian Muñoz



 


¡Esto sí que es vida! En lo alto el sol, la tumbona, una piña colada en el taburete, las palmeras meciéndose al vaivén de una suave brisa marina y un brillante resplandor en el agua de la piscina, ¡esto es vida! Me lo merezco tras haberlo pasado tan mal y ser ignorada por mi familia. Mi desgracia es tan antigua como la historia de Caín y Abel, no hubo derramamiento de sangre pero no por ganas de mi hermana Concha, la peor traidora con la que he podido toparme.

En casa éramos cuatro, mi padre empleado en un taller de vehículos, mi madre currante a tiempo parcial en una frutería aunque más bien era a sueldo parcial porque horas echaba las que hicieran falta, la fresca de la familia mi hermana Concha dos años mayor y yo, la tonta del bote que nunca se enteraba de nada, responsable, obediente, educada y sobre todo perdona vidas. Ahora en la lejanía me doy cuenta de lo ingenua que fui, como todos hacían lo que querían menos yo que hacía lo que debía y por ese motivo malgasté mi vida. No tengo amigos ni amigas, ni siquiera un medio novio o algo así, jamás ningún hombre me ha besado o invitado a tomar algo, al estar siempre atendiendo a la tía abuela Remedios, una vieja egoísta y cascarrabias que me maltrataba.

Recuerdo una infancia feliz con mi madre en casa, mi hermana y yo en armonía jugando en el patio plácidamente, una familia normal hasta que cumplí los ocho. Mamá empezó a trabajar en la frutería porque el negocio de papá empezaba a flojear y dos niñas creciendo requerían muchos gastos. Se suponía que mi hermana debía cuidarme pero pronto empecé a apañármelas sola, no sólo no miraba para mí sino que faltaba a clase, no hacía su cama o recogía su ropa siempre desperdigada, fue raro que no intentara imitarla porque recoger, limpiar, fregar o prepararme un bocadillo para llenar mi estomago me resultaba complicado en aquel entonces. Ante tal desorganización y no poder razonar con ella, mis padres optaron por dejarme en casa de Remedios, hermana de mi abuelo materno, que vivía sola en una vieja casona a las afueras del pueblo, la ayudaría y haría compañía a cambio de cuidarme.

Al principio fue cariñosa, almorzaba y merendaba con ella, incluso me ayudaba con los deberes o me entretenía enseñándome a dibujar y a pintar, aún sonreía y pedía amablemente la ayudara en algunas cosas, pero el reuma comenzó a producirle fuertes dolores, teniendo que acompañarla a menudo al médico quien le daba medicación que la atontaba o la trastornaba, comenzando a ser una mujer repulsiva, egoísta, mal encarada, chillona y muchas cosas más que prefiero callar. Aquellas tardes apacibles dibujando o contemplando el jardín con una taza de chocolate se convirtieron en amargas y agobiantes a pesar de poner mi empeño en hacerlo todo como ella quería, aún así nunca estaba conforme y terminaba riñéndome.

No era una niña perfecta pero me gustaba aprender y por tanto ir a clase, tener mi entorno recogido y llevarme bien con mis semejantes, por ello era obediente, disciplinada y paciente, cualidad que empecé a practicar y perfeccionar bien pronto. A pesar de mis quejas mis padres no podían dejar su trabajo, mi hermana ni en sueños echaba una mano convirtiéndose poco a poco en un ser salvaje rayando en la delincuencia, así que tuve que bregar solita con la situación, tragar y seguir hacia adelante como buenamente pude. Los años fueron pasando y la tía Reme inició una merma evidente en su estado físico y mental, más de una vez me veía obligada a abandonar las clases para acompañarla al médico o a urgencias y a pesar de ser menor de edad era yo quien explicaba síntomas, dolores o malestar que padecía, preferían hablar conmigo antes que con la antipática de mi tía. Me esforzaba tanto en los estudios que fui merecedora de matrículas y becas e intenté acceder a la universidad sin costo alguno para mis padres, pero justo el día del examen la tía ingresó en urgencias y nadie de mi entorno accedió a acompañarla, con nadie no quiero decir sólo mis padres o mi hermana, sino mis tíos, sobrinos de ella o alguno de mis primos más cercanos. Ahí empecé a llevar el primer varapalo y a sentirme defraudada. Perdí una segunda ocasión de presentarme al examen debido a una avería en casa de tía Reme, finalmente opté por olvidarme de la universidad y mis sueños de ser periodista.

Era consciente que a pesar de cuidarla debía prepararme para conseguir trabajo en el futuro, la tía no iba a durar eternamente, siendo justos en agradecimiento bien podía nombrarme heredera de sus bienes, la casona con unas diez fincas arrendadas más un edificio de inquilinos y bajos en el centro del pueblo. No obstante siendo realista los primeros herederos serían siempre sus sobrinos, así que lo tuve claro, debía formarme para ganarme la vida de alguna manera.

En aquella casa había una máquina de escribir decidiéndome por un curso online de administrativo. Los idiomas siempre fueron fáciles para mí y tanto la gramática como la ortografía me resultaron agradables de estudiar conseguiendo el título. Entre los compañeros de curso nos comunicábamos ofertas de empleo, oposiciones, así fue como supe de las convocadas para la Comunidad Económica Europea, no parecían difíciles y además te sufragaban los gastos de desplazamiento si vivías a más de quinientos kilómetros de distancia del lugar del examen, como era mi caso. Tan sólo iba a faltar día y medio, confiando que algún alma caritativa me sustituiría esta vez. Presenté la solicitud y al llegarme la carta de convocatoria casualmente la tía estaba ingresada por una arritmia, más fácil no podía ser al tener que hacerla compañía solamente dos tardes ayudándola a cenar. Tras consultar con mi hermana y pintándoselo fácil aceptó placenteramente, inusualmente amable no puso reparo alguno pues sentía no tener más contacto con ella. Vi el cielo abierto, preparé el viaje y me fui despreocupada, mi hermana se estaba convirtiendo en mejor persona, eso pensé yo, y el examen me fue bastante bien aunque los demás opositores decían lo mismo. Sólo quedaba esperar resultados.

Tía Remedios volvió más fastidiada de lo que estaba, al parecer su corazón delicado estaba cansado y como era inviable una operación mejor en casa estando tranquila. Pasó unos días angustiosos con constantes visitas de médico y enfermera hasta que falleció. A los funerales acudió toda la familia y vecinos que en vida no la habían aguantado pero que hipócritamente comenzaron a mostrarle cariño. A la semana siguiente del funeral comencé a recoger mis cosas y regresar con mis padres, limpié, ordené y preparé la casa para quien fuera a heredarla, y me dirigí tranquila al despacho del abogado por si había noticias del testamento. Me pidió que me sentara pues la tía había testado a favor de mi hermana Concha, desheredando al resto de familiares por no haberla atendido en vida. Me desmayé de la impresión, al recuperarme le pregunté por la fecha del último testamento, justo la del día que falté para el examen de la oposición.

Menos mal que Concha estuvo unos días desaparecida porque si la hubiera pillado la hubiera matado. Visité uno por uno a todos los miembros de la familia y como se sentían culpables ninguno me dio su apoyo, incluso mis padres también me fallaron. No tenía donde ir ni de que comer así que volví a casa odiando a todos y buscando la manera de largarme de allí. Cuanta ruindad por parte de mi hermana y cuanta envidia debía tenerme para hacer algo así. Al cabo de unos días apareció Concha con dos cajas de cartón, en una estaba la máquina de escribir y en otra los lápices de colores, acuarelas, dibujos y libretas con los que de pequeña me había entretenido tía Reme. Me dio una carta escrita de puño y letra por la vieja en la que me dejaba en herencia lo que contenían las dos cajas. Me sentí estafada, burlada, estuve a punto de prender una hoguera con todo aquello, pero las fuerzas me fallaron y caí en depresión, quería morirme, a nadie importaba, era un cero a la izquierda y cuanto antes me fuera mejor para ellos. No me levantaba de la cama nada más que para ir al baño y como no comía, cada vez lo hacía menos. En una de esas ocasiones tropecé con la caja de los dibujos desparramándose por el suelo todo su contenido.

Entonces asomó el cuaderno de la tía con el dibujo al que tanto cariño tenía, siempre miraba con admiración aquellos colores tan fuertes, rojo, amarillo, negro, tenían una fuerza y un brillo inusuales. Salí de mi somnolencia y comencé a observar la lámina. Nunca supe si era un ocaso o una tierra en llamas, aquel árbol escuálido resistía en pie a pesar de la furia del color. Por primera vez lo observé con otros ojos, fijándome en el más pequeño detalle de sus pinceladas y di con la firma, Martinasky, un año, 1950. Tras un frugal paseo por la cocina para beber y comer algo, más bien poco al haberse encogido mi estomago tras tantos días sin comer, mi vocación periodística me instigó a investigar por internet aquel nombre. Una mujer llamada Martina se había iniciado de niña en el arte gracias a una joven aupair que la cuidó un verano, para que nadie criticara sus dibujos firmaba bajo un pseudónimo, Martinasky, manteniéndolo a lo largo de su carrera profesional llegando a ser una de las mejores artistas del momento, sus obras estaban en museos famosos y sus esculturas amenizaban las calles de muchas capitales europeas. Era una gran artista de reconocida fama mundial y ¡yo tenía un cuaderno con sus dibujos! Seguí investigando su vida, sus andanzas, sus obras, descubrí que existía una Fundación Martinasky, pero antes de decirles nada tenía que averiguar por qué la tía disfrutaba tanto con aquellos retazos de colores y el motivo por el que los guardaba con tanto cariño.

Me pasé dos días leyendo información sobre la artista, sobre su familia, sobre sus estudios, inquietudes y formación, pero seguía sin aparecer la conexión entre las dos, hasta que una de las viejas del pueblo que siempre había sido amable conmigo me hizo una visita. Al ser de la edad de tía Reme no paré de preguntarle por su vida, sus andanzas, al parecer tuvo mala suerte en la vida ya que al ser la pequeña le correspondió cuidar muchos años de su madre y luego de su padre, sin conocérsele novio ni marido alguno. Si bien antes de enfermar su madre había querido conocer mundo y se fue de aupair a Francia, de donde tuvo que regresar intempestivamente por la grave enfermedad de su progenitora.

Ya conocía la relación entre las dos que justificaba la posesión de dichos dibujos. Me puse en contacto con la Fundación Martinasky contándoles por encima la historia e intentando que algún experto viniera y certificara la legitimidad de la obra. Intentaron comprarme el cuaderno por unos 250.000,00 €, tras un periodo de reflexión decidí consultar con la casa de subastas Christie en España, quienes al comprobar la autoría y la pertenencia, se ofrecieron a subastarlo partiendo de los 750.000,00 €. Me frotaba las manos pensando en el dinero que podía percibir y en ningún momento conté a nadie mis proyectos, bueno tampoco había a quien, porque no me hablaba con nadie y mucho menos con la delincuente de mi hermana quien dilapidaba la herencia en juergas.

El desprenderme de la acuarela me dolía por tener grato recuerdo de aquellas tardes sentadas bajo el almendro, apoyadas en una mesa de mármol mientras pintaba y ella la contemplaba abstraídamente. Pero el posible dinero me resarcía de lo vivido y de mí sacrificada dedicación. Llegó el día de la subasta, me invitaron y presencié estupefacta como el importe iba subiendo sin apenas ruido, ni jaleo, ni voces, unos por teléfono, los presentes levantando una tarjeta, y se vendió por 1.350.000,00 €. ¡Era millonaria! Casi me da un patatús, tuve que acudir a un banco para abrir una cuenta y regresé a casa volando porque mis pies no tocaban suelo de lo eufórica que iba. Encima de la cama encontré una carta de la CEE, el resultado del examen de la oposición, que nervios al abrirla no atinaba con el dedo y tuve que coger un cuchillo de la cocina ¡había aprobado! Tenía que incorporarme en el plazo de dos meses en Bruselas.

Y por eso estoy aquí en la República Dominicana, en un Luxury Resort, disfrutando de la playa, las comidas, los bailes, los masajes y excursiones que he contratado durante este mes, porque el próximo me voy a Bruselas en busca de apartamento. No me despedí de nadie, a nadie conté mi maravillosa suerte y espero que en mucho tiempo no me busquen porque yo a ellos no pienso hacerlo.

Escribí una carta a Martinasky narrándole suavemente la vida de tía Reme y la herencia que me dejó, es una mujer mayor pero aún tiene la cabeza en su sitio y como vamos a estar cerca pues vive en Holanda me ha invitado a su mansión, ahora sólo me queda encontrar pareja entre mis compañeros, o quién sabe si algún político.



 

 

 

 

 

 

 

 

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