Mientras ellos discutían alzando la voz un tono más alto en cada palabra que salía de sus deformadas bocas, ellos ya se habían olvidado de la pelea del recreo. Aunque todavía les dolían las manos de tantos puñetazos mal dados con la poca fuerza de sus once años. Cansados de esperar a que sus padres terminasen de decidir quién era el culpable, se fueron al parque a dar una vuelta en bici. Los gritos se perdían a cada pedalada. A la vuelta ya sabrían el resultado final.
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