Solos no, diferentes - Marga Pérez


                                     

 

 

¿Se enamoró de él porque era diferente de los otros o el que ella fuera tan distinta a otras fue lo que le ayudó a que se fijase en ella?...

Ambos solían deambular solos por calles, cafés, cines y parques, y, precisamente en uno de éstos, sentados en un banco frente al estanque de los patos, fue donde se conocieron. Lanzaban con indolencia trocitos de pan duro a los animales como otras muchas personas hacían. A él le atrajo de ella sus ojos saltones, estáticos, casi ausentes de parpadeo. También le gustó su boquita de labios finos y picudos. Ella observaba con deleite la ausencia de vello facial en aquel rostro lampiño que, sin dejar de emitir ruiditos guturales, alimentaba de forma tan impecable a aquellas aves. El, algo gurgutó incomprensible, la miró, y ella respondió con un ¡caramba! enigmático y áspero que a él le gustó mucho. Ahí empezó todo. Se pusieron en pie y caminaron, uno al lado del otro, entre árboles, flores y piar de gorriones, sin tiempo estipulado ni rumbo fijo.

Ella se dio cuenta de que al andar el separaba las puntas de los pies igual que ella hacía. En su casa trataran de corregirla con insistencia pero sin ningún éxito. Su hermano pronto aprendió lo de palmípeda y así la llamaba cuando no había adultos delante, y a ella no le importaba, era así, ¿por qué tendría que ser de alguna otra forma?

El vio cómo ella mantenía una postura inclinada hacia delante, con los codos detrás de su cuerpo y los brazos separados, impulsándose con ellos al andar. Había recorrido consultas de traumatólogos sin encontrar la causa de tan peculiar forma de caminar. Ningún fisio consiguió modificarla. Ahora, después de tantos años, descubre que él no es el único, y le gusta, y se lo cuenta a ella sin poder dejar de mirar a aquellos ojos saltones y estáticos que solo miran a los suyos. No pueden dejar de caminar uno al lado del otro, cada vez más rápido, más inclinados, más rápido, más inclinados, más, más y más rápido… juntos, y sin ponerse de acuerdo ni hablar de ello, empiezan a agitar los brazos. Y los pies, sin saber cómo, se separaron del suelo y ambos salieron volando del parque para asombro de los que allí estaban. Y volaron por encima de los árboles, del estanque, de los patos, de los niños y los mayores. Y ya no volvieron allí, nunca más.

 

 

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