El cielo es un lugar de paso - Marga Pérez

                                             Resultado de imagen de volando en ala delta

El día en que quedamos tuve miedo a meter otra vez la pata. Quería que todo saliese a la perfección, me jugaba mucho y ella lo sabía así que nada podía fallar. Cargué el coche y, mientras desayunaba, consulté el tiempo. El lugar del encuentro no podía ser mejor, el día tampoco, todo estaba a mi favor. Me senté al volante, puse música country para relajar y arranqué. La había citado a las doce, más o menos a una hora de mi casa, así que iba con tiempo de sobra para preparar la zona con calma antes de que ella llegase. Cuando el coche enfiló el acantilado el pulso se me aceleró sin poder evitarlo, era un sitio sobrecogedor. La carretera bordeaba el mar a una altura de unos quinientos metros. Quinientos metros cortados a pico sobre una inmensa playa lejana, y a la vez tan cercana... daba miedo pensarlo. Su poder de atracción era como el de un imán, no podía dejar de mirar aquella inmensidad azul. Me sentía atrapado en su contemplación, desde arriba, igual que un dios contempla su obra. Era un paraje solitario, ventoso, transitado por gaviotas que vivían en recovecos inalcanzables y coronado por una gran mata verde que, como balcón sin protección, invitaba a contemplar el mar, siempre más allá. Desde aquella atalaya tenía espacio suficiente para prepararlo todo y dar el salto. El sol a aquella hora molestaba reflejando azul de mar, de cielo, de frío, de... ¡qué porras hago aquí! Ya me ha rechazado en otra ocasión ¿Estaré a la altura? La confianza que tenía puesta en mis habilidades empezaba a hacer aguas cuando vi aparecer su coche .

Llegó tan puntual como ambos habíamos previsto. El aire frío la sonrojó y alborotó su larga melena que enseguida amarró en un moño antes de enfundarse en un buzo blanco. Evitó mirarme, hablar. Se apretó el arnés y comprobó los enganches. ¿Preparado? -me dijo- No hubo más. En lo más alto del acantilado, ella y yo, nos miramos y echamos a correr hacia el abismo. Al levantar los pies del suelo sentí que tocaba el cielo con los dedos. El ala delta nos mantuvo en la misma corriente un buen rato . Vi cómo la playa se alejaba mientras sobrevolábamos el mar en calma. Sólo oía el aleteo de las velas y el latir de mi corazón bajo la presión del viento.

Subimos, bajamos, cambiamos de corriente, viramos y cuando me indicó, pisamos la playa en un lugar, conocido por el gremio, como “el nido de las gaviotas”, bastante pequeño, por cierto. Una hora volando que se pasó como un suspiro, os lo aseguro.

En cuanto nos quitamos las gafas vi su sonrisa y no me pude contener

-¿Qué, lo conseguí?

-Si, has estado fenomenal, enhorabuena, ya tienes tu licencia.

 

 

 

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