Aquella noche el ruido de los truenos se entremezclaba con el ya habitual del piso de arriba. Habitado por ocupas no había noche en que, por una cosa u otra, no la armaran bien armada. Discusiones, gritos, llantos, risas, música a todo volumen... A la luz de las velas, mientras mi bebé lloraba como un poseso, deseé, una vez más que los partiera un rayo. En ese momento el cielo se iluminó y cesó el ruido en el piso de arriba. Poco después el olor a carne quemada me confirmó que Thor, el dios del trueno, había escuchado mis plegarias.
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