Yo me apunto - Marian Muñoz


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La mañana era primaveral, el sol brillaba doblemente al penetrar por las vidrieras y hacer refulgir los detalles dorados del retablo. Ese mismo sol daba calidez al antiguo edificio, engalanado con flores para tan alegre ocasión. Los contrayentes y sus padrinos irradiaban felicidad a pie del altar mientras el oficiante leía los textos sagrados o hablaba amablemente a los feligreses reunidos para tan grato acontecimiento.

Carmina y Pedro eran dos novios talluditos, viudos con hijos y nietos quienes les acompañaban vistiendo sus mejores galas, además de otros familiares y amigos, junto con curiosos como yo que sólo les conozco de vista del vecindario. Me pueden llamar cotilla, pero me preocupo por los demás estando al tanto de sus idas y venidas, de sus trifulcas o momentos de mimos mostrados en público, no puedo evitar mirar y comentar con otras.

La Iglesia estaba repleta, no cabía un alma, también es cierto que es pequeña y enseguida se llena. La ceremonia discurría con normalidad, no me perdía gesto ni palabra de los novios al estar colocada en una esquina del altar. Llega el momento en que el sacerdote dice “Si alguien conoce algún impedimento por el que no se puedan casar, que hable ahora o calle para siempre”, no se oía un murmullo, estábamos expectantes. Pasado un rato volvió a repetir “Si alguien conoce algún impedimento por el que no se puedan casar, que hable ahora o calle para siempre” Sorprendiendo a los presentes, se miraban unos a otros indagando con la mirada. Al estar relativamente cerca y mirar al cura, noto que me hace un gesto animándome a hablar.

Pero que iba a decir yo si sólo los conozco de vista, no sé nada de sus vidas salvo los arrumacos callejeros o los paseos con familiares o amigos, no sé qué esperaba el clérigo de mí. ¡Claro! Rápidamente se me encendió la lucecita: seguro que la semana pasada les dio el cursillo prematrimonial y ayer les escuchó en confesión, posiblemente es conocedor de algún impedimento que no puede contar y quiere que le eche un cable. ¡Yo! Dije levantando la mano, acto seguido todos me miraron a la par que mis mejillas y mi cuerpo ardían por la vergüenza.

Advertí un gesto de alivio en el sacerdote quien con un gesto de su mano me animaba a hablar. ¿Y qué puedo decir yo si no los conozco? ¡Ah ya sé! “Ellos saben de sobra el motivo”. Un murmullo crecía entre los asistentes, el oficiante con sus manos pedía respeto al lugar sagrado en el que nos encontrábamos, gesto que aprovechó Carmina para decir “Bueno, no soy viuda, pero hace más de 17 años que mi marido se fue a comprar tabaco y no volvió, ¡tengo derecho a ser feliz!” Las voces se elevaron y el murmullo creció, algunos asistentes abandonaron la iglesia, pero los más curiosos nos quedamos.

Nuevamente el sacerdote conminaba a calmar al personal, gesto aprovechado por Pedro para decir “la verdad es que aún soy pareja de hecho de Miguel, hace año y medio que nos separamos, pero no he tenido tiempo ni ocasión de acercarme al Ayuntamiento para anularlo”. Aquello era el no va más, ya nadie me miraba, los cuchicheos llegaron a nivel de conversación de taberna y los ánimos se caldearon. Nuevamente el oficiante con sus manos hizo el gesto de bajar el volumen a la par que decía “Lo siento, pero hace dos días que me suspendieron de mis funciones, nunca he oficiado una boda y me hacía ilusión, aunque luego no tuviera efectos legales”.

Ahora sí que el follón era tremendo, familiares y amigos indignados y alterados por la farsa. Gradualmente la calma se recuperó ante los gestos, esta vez del supuesto novio, para acallar al personal. “El matrimonio podrá no ser legal, los regalos no los vamos a devolver porque tras esta no ceremonia nos iremos a disfrutar de un banquete real y legal, ¡prosiga padre!”. Los ánimos se sosegaron, la no ceremonia continuó como si no hubiera pasado nada y por fin el sacerdote dijo “Yo os declaro no marido y no mujer, puedes besar a tu novia”.

Aplausos, risas, felicitaciones y los novios salieron de la iglesia cogidos de la mano mientras sonaba la marcha nupcial. En la calle tiraron confeti, pétalos de flores y algún despistado, arroz, dirigiéndose posteriormente en procesión al restaurante dos calles más abajo. Yo les acompañé, pues, aunque no estaba invitada, alguno que sí lo estaba hizo mutis por el foro ante el primer contratiempo. Me apunté a la comilona, que oye fue opípara, creo que desde hoy voy a hacerme profesional de las no bodas.

 

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